La cultura medieval europea es heredera de la cultura greco-romana en la medida en que ésta fue acogida y transmitida por la Iglesia cristiana. Aunque los autores paganos formaban parte de la enseñanza, el cristianismo no lo había reemplazado por otro sistema y se había limitado a yuxtaponerle el estudio de las Escrituras y de la teología. De la instrucción que se daba en las escuelas paganas, la Iglesia se iba apropiando de lo que le parecía más útil para sus objetivos de defenderse y afirmarse, es decir, sobre todo la formación retórica, imprescindible para la predicación, la apologética y la polémica.

El derrumbe de la organización estatal romana en la parte occidental del Imperio jugó a favor del fortalecimiento de las estructuras eclesiásticas en esa zona. La organización escolar romana también se rompe con la decadencia de las ciudades, y entonces la Iglesia se ve obligada a crear sus propias escuelas, convirtiéndose así casi involuntariamente en la salvadora de la cultura antigua, pues en ellas se reproduce en parte el sistema de enseñanza clásico. A partir del siglo V son cada vez más escasas las figuras de intelectuales laicos y en cambio se hace cada vez más evidente el proceso de clericalización de la cultura. Monjes, sacerdotes, obispos y papas figuran en primer plano en el mundo de las letras y se convierten en protagonistas de la circulación cultural, concentrando en sus manos los medios de comunicación que mejor pueden difundir los contenidos religiosos y llegar a un público lo más amplio posible. Por otra parte, el prestigio de la Iglesia hace que la nobleza, hasta entonces depositaria del patrimonio cultural como privilegio de clase y como instrumento de promoción, mire ahora con mayor atención hacia la carrera eclesiástica como medio seguro para alcanzar prestigio, respeto y poder; y al entrar los nobles a formar parte de la jerarquía de la Iglesia aportan y trasvasan a ésta su rico bagaje cultural. Los obispos llegan a ser por esta vía hombres de gobierno y de cultura, administran en sus diócesis tanto los sacramentos como la justicia civil; son los defensores y los patroni de sus fieles, se transforman inevitablemente en animadores y protagonistas de toda clase de vida cultural, esforzándose por hacer compatible la idea misma de actividad literaria con el mensaje religioso.

Con todo, se debe insistir en que Occidente sufrió durante varios siglos un gran vacío de cultura, en comparación con el nivel que había alcanzado durante el Imperio romano, y que sólo pudo conservar una parte muy reducida de la herencia antigua. Si las escuelas eclesiásticas son los principales centros de recuperación y adquisición de esa cultura en la Edad Media, no se deben olvidar los esfuerzos de algunas personalidades ilustres que contribuyeron decisivamente a la conservación y transmisión de la cultura antigua, luchando contra los innumerables riesgos de dispersión, empobrecimiento e incluso de persecución que la amenazaban. Hay que destacar especialmente a Boecio, Casiodoro y San Benito en Italia (s. VI) y a Isidoro de Sevilla en Hispania.

La “Consolación de la filosofía” de Boecio, escrita en la cárcel de Pavía poco antes de ser ejecutado, acusado de conspiración contra el rey Teodorico, es una síntesis del pensamiento antiguo y punto de referencia básico del pensamiento occidental.

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Boecio enseñando a sus alumnos, en un manuscrito italiano de La Consolación, 1385

 

Casiodoro fundó un monasterio en Vivarium, imponiendo a los monjes el trabajo de copiar y traducir del griego obras de dialéctica, historia, geografía y medicina. Él escribió numerosas obras, entre las que destaca su Institutiones divinarum et saecularum litterarum, compendio enciclopédico de las artes liberales y de la cultura cristiana, que llegó a ser uno de los textos fundamentales para la cultura medieval.

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Casiodoro en un manuscrito del siglo XII

 

San Benito de Nursia fundó en el 529 un monasterio en Monte Casino e impuso a los monjes una Regla en la que se reserva una parte importante a la copia y lectura de manuscritos. Esta nueva orientación del monacato benedictino, al difundirse durante la Alta Edad Media, contribuyó decisivamente a la conservación y trasvase de la cultura antigua.

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San Benito en un fresco de la iglesia de Subiaco, Umbria.

 

Isidoro de Sevilla (570-636) fue también monje y llegó a ser obispo. Entre sus muchas obras, nos interesa destacar las “Etimologías”, una suma enciclopédica de todos los conocimientos antiguos, que constituyó otro manual básico para las escuelas medievales.

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Isidoro de Sevilla, por Murillo. Catedral de Sevilla.

 

Si del gran naufragio de la cultura antigua se salvó casi solamente lo que pudo conservarse en los pocos manuscritos que quedaron, éstos a su vez fueron recogidos, reproducidos y estudiados en unas pocas bibliotecas, scriptoria y escuelas. Los grandes problemas de la cultura durante la Alta Edad Media son sobre todo de transmisión; la recuperación, multiplicación y corrección de códices son los grandes acontecimientos culturales. Pero esa labor de copia de manuscritos en los scriptoriae decae a partir del siglo XII y especialmente en los Siglos XIII y XIV, en particular en los monasterios que se rigen por la regla cisterciense.

 

La literatura latina medieval

El latín recibe un cultivo puramente escolar y formal durante la época medieval. A partir del siglo VII no es una lengua viva, sino aprendida en las escuelas, y se utiliza como instrumento de la minoría que detenta el poder: es la lengua oficial de la administración civil y eclesiástica, de los ritos religiosos y de la cultura literaria. La literatura latina medieval es ante todo una literatura escolar, y ese carácter se desprende de la cantidad de obras didácticas. Desde la época carolingia (s. IX) la redacción de manuales para las escuelas era una de las tareas de los escritores: Alcuino y Rabano Mauro merecieron por eso los títulos de preceptores de la Galia y la Germania. Y como las escuelas que proporcionaban la formación retórico-literaria eran eclesiásticas, la mayoría de las obras de esa época son de contenido religioso: comentarios de la Biblia (exégesis), tratados polémicos y apologéticos, vidas de santos y poesía litúrgica; pero también hay cierta producción de obras de contenido profano: crónicas, biografías, colecciones de cartas, tratados pedagógicos y poesía profana. Estos son los principales géneros literarios, pero nos detendremos en los de mayor interés, distinguiendo entre los que continúan la tradición y los nuevos, radicalmente diferentes de los antiguos.

 

Géneros tradicionales

  1. Uno de los géneros más desarrollados en la Edad Media es el hagiográfico. Sus raíces están en las Actas y Pasiones de los mártires cristianos y en las biografías de algunos santos, escritas a partir del siglo IV, cuando cesaron las persecuciones y el mártir cedió al santo el papel de modelo para los cristianos. Pero, a diferencia de las biografías antiguas, en las que se intentaba una reconstrucción histórica y psicológica del personaje, en las vidas de santos de la Edad Media lo que importa es lo maravilloso, con el doble objetivo de exaltar al héroe y de aleccionar al lector.
  2. Los exempla son episodios reales o imaginarios que se utilizan para aclarar y confirmar un razonamiento teórico. El desarrollo de este género literario se produce sobre todo entre los siglos XII-XIV, cuando se comprueba su eficacia desde el púlpito, al ser utilizado por los predicadores del Evangelio.
  3. Otro género tradicional muy extendido en la literatura medieval es la fábula. Se recrean sobre todo las fábulas de Fedro, también las del griego Esopo, a partir de versiones latinas del Bajo Imperio.
  4. Asimismo hallamos bien representado el género de la novela histórica. Sus raíces son muy antiguas: los héroes de la guerra de Troya fueron objeto de innumerables leyendas y también un personaje histórico como Alejandro Magno fue imaginado en múltiples series de aventuras. La introducción del elemento fantástico en la narración histórica cuadra perfectamente en la concepción retórico-literaria, es decir, no moderna ni científica de la historia, según la cual ésta es un opus oratorium y se agrupa junto a la fábula y a la epopeya en un mismo género literario, el narrativo. En la época medieval se generaliza esta concepción y se borran cada vez más las fronteras entre historia y leyenda, historia y fábula, historia y novela. Esto se debe a la difusión de la concepción cristiana de la historia, elaborada por los Padres de la Iglesia, según la cual los hechos históricos responden a un proyecto divino, están predeterminados por la providencia; por consiguiente, tiene poca importancia investigar los motivos de las acciones, examinar críticamente las fuentes o separar claramente la realidad de la fantasía.
  5. El género historiográfico alcanzó un considerable desarrollo en la literatura medieval. Las historias eclesiásticas forman un grupo nutrido e importante, consecuencia normal de que la vida económica y cultural se organizara alrededor de los episcopados y de los monasterios. Pueden ser universales, siguiendo los modelos de los escritores cristianos de los siglos IV-V, o regionales (las de Isidoro de Sevilla y de Beda). Otro grupo de obras históricas lo forman las crónicas y los anales. Comenzaron a ser escritos en monasterios y consistían en una lista de fechas, cada una acompañada de una breve mención de algún acontecimiento importante a los ojos del autor: la muerte de un abad, la visita de un soberano, una catástrofe meteorológica, etc. Esas menciones a veces se multiplicaron y cuando las instituciones monásticas tenían relaciones con los medios dirigentes, los comentarios adquirían un auténtico valor histórico.
  6. El género epistolar se cultivó desde muy antiguo y hasta nosotros han llegado las correspondencias de grandes autores como Gregorio Magno, Bonifacio, Alcuino, Gerbert, Pedro Damián y Fulberto de Chartres, entre otros. Las cartas están poderosamente influidas por las normas retóricas, pero son las obras que mejor revelan la personalidad el autor, los problemas y las preocupaciones de la vida cotidiana que tienen que afrontar.
  7. Gran parte de la literatura medieval está escrita en verso, poesía religiosa sobre todo, con frecuencia anónima, en la que se incluyen vidas de santos versificadas, pero sobre todo destacan los himnos de carácter lírico y las secuencias. También hay a partir del siglo XI poesía profana de carácter didáctico y escolar, de carácter épico-caballeresco y hasta lírico.

 

Géneros nuevos

  1. La retórica, creada en la Antigüedad greco-romana como técnica de oratoria y aplicada luego a todos los escritos literarios, acabó siendo en la Edad Media una técnica de redacción de cartas y documentos oficiales (diplomas, bulas, escrituras en general). Con el desarrollo de las cancillerías a partir del siglo XII creció la exigencia de perfección formal en los documentos y se comenzaron a escribir tratados que recogen reglas de estilo, tomadas de modelos clásicos o de usos contemporáneos, obras que reciben el nombre de Ars dictandi o Ars dictaminis, asumiendo el significado de “arte de componer según las reglas retóricas”. Sirvieron de manuales de uso común no solo entre los funcionarios de las cancillerías, sino también entre los juristas y enseñantes.
  2. Bajo la denominación de auctoritates se divulgaron unas colecciones de frases, tomadas de los auctores que inspiraban más confianza y respeto. Los fragmentos recogidos en esas colecciones eran unas veces relativamente extensos (florilegia, equivalentes a antologías) o reducidos a frases cortas, llamados dicta, opiniones o sententiae
  3. Un género bastante extendido, que puede considerarse de creación medieval es el formado  por los libros de animales, reales o fantásticos, denominados en latín Bestiarii. En ellos se hace la descripción del aspecto físico y de los hábitos o manera de ser de los animales, junto con una interpretación alegórica de cada aspecto, llegando a convertirse el animal en un símbolo cargado de significado (p.ej. el león llegó a simbolizar a Cristo). También se estudiaban las plantas en los Herbarii, reflejando especialmente sus propiedades medicinales. En los Lapidarii se describían los minerales, sobre todo las piedras preciosas, llenas de “virtudes mágicas” por el valor simbólico que se les atribuía.
  4. Típicas de la Edad Media son las enciclopedias llamadas Specula, porque en ellas se pretende que la materia que contienen pueda ser captada rápidamente, mediante un simple golpe de vista, como en un speculum (espejo). Son famosos el Speculum regum (s. XII), una enciclopédica histórica en verso, y el Speculum mundi de Vicente de Beauvais (1250), enciclopedia de carácter no escolar pero marcadamente divulgativo.
  5. Las Summae fueron otra clase de obras muy difundida; eran tratados científicos de diversas materias, desde filosofía a las diferentes artes, desde la teología al derecho, que pretenden recoger lo esencial de cada una.
  6. No hay que olvidar que el teatro moderno empieza a partir del teatro religioso medieval latino, el ludus scaenicus.  Este primeramente es teatro en el interior de las iglesias e integrado en los ritos litúrgicos: aparece cuando se introduce el diálogo en el recitativo y con el coro al unísono alterna un coro reducido, resultando una mezcla de poesía, narración y drama con acompañamiento de música. Este aspecto dialógico se aplica a los textos de la misa hasta que al final del siglo XII se independiza de la liturgia. Se organizan entonces representaciones autónomas en las iglesias, especialmente en Navidad y en la Pascua, se aumentan las escenas, se introducen partes en lenguas vulgares y hasta elementos propios del mimo (espectáculo bufonesco, perseguido por las autoridades debido a su inmoralidad). Por la persistencia de esos elementos (máscaras caricaturescas, gesticulaciones obscenas) acaba siendo expulsado de las iglesias y empieza a vivir en las plazas y en la corte.
  7. En los Libros litúrgicos también entra la literatura. La celebración de la liturgia durante casi todo el Medievo determinó la creación de una auténtica biblioteca de libros litúrgicos, divididos en tres grupos: el Misal, el Breviario y el Ritual, utilizados para la celebración de la misa, para la recitación del oficio divino y para la administración de los sacramentos, respectivamente. En el Misal se encuentra el antiphonarium o las antífonas, breves textos cantados en el introito, en el ofertorio y en la comunión; el Liber gradualis o responsalis, que contiene los responsorios, versos cantados alternativamente por dos coros en las gradas, delante del altar, entre la lectura de fragmentos del Evangelio; el troparium y el sequentiarium, o libro de los tropos y las secuencias, que son textos generalmente poéticos o en una prosa muy próxima a la poesía, ya que está destinada al canto. En el Breviario o Libro del oficio divino cobra autonomía el Himnario, que agrupa los himnos que se cantan en las diferentes horas del día, de carácter lírico y tono doliente o gozoso, según los tiempos del año litúrgico. Las lecturas del oficio divino estaban recogidas en los homiliarios o sermonarios, si se trataba de fragmentos de sermones famosos, o en los legendarii y los passionarii, con fragmentos de vidas de santos o de muertes de mártires.

La literatura latina, fortalecida por su carácter internacional y su capacidad para expresar los conceptos abstractos, no pereció e incluso aumentó el volumen de su producción en el curso del siglo XIII. Pero cada vez más la expresión literaria iba a corresponder a las lenguas nacionales, que lentamente habían ido madurando y educándose en contacto con la literatura latina.

 
Última modificación: viernes, 9 de junio de 2017, 13:44