4.1 Introducción

Definidos en el capítulo anterior los conceptos ligados al envejecimiento demográfico y desarrollados los métodos y las técnicas para su análisis, los principales objetivos de este capítulo son:

  • A) Interpretar el envejecimiento a la luz de las teorías de la transición demográfica y de la transición epidemiológica y sanitaria.
  • B) Analizar el envejecimiento de la población como un fenómeno territorialmente diferenciado, sea cual fuere la escala de análisis que empleemos: nacional, provincial, municipal o intra-urbana (o intra-metropolitana).
  • C) Apuntar las consecuencias socioeconómicas del envejecimiento y las claves argumentales de las diferentes corrientes interpretativas del mismo.

Concluimos afirmando que el envejecimiento demográfico, cristalizado en las últimas décadas en las sociedades más avanzadas, no es un problema sino un logro social largamente anhelado por la humanidad. Se señala, asimismo, que los efectos del envejecimiento van muy por delante de las respuestas políticas que se adoptan para hacerle frente y que estas respuestas, cuando se dan, son excesivamente reduccionistas y limitadas a la protección de la familia desde perspectivas exclusivamente natalistas, careciendo casi siempre de carácter globalizador y prospectivo.

 

4.2   El marco teórico del envejecimiento

El envejecimiento de la población, entendido como un fenómeno demográfico y social que va más allá del incremento del peso relativo de la población mayor de 65 años, es sin duda más fácilmente cuantificable que interpretable. En el primer apartado de este capítulo nos serviremos de las teorías de la transición demográfica (TTD), de la transición epidemiológica (TTE) y de la transición sanitaria (TTS) para dotarle de un marco interpretativo y prospectivo –más que analítico– que nos permita sentar las bases teóricas del mismo y conocer las claves para anteponernos a sus consecuencias sociales.

 

4.2.1  El envejecimiento y la teoría de la transición demográfica (TTD)

El envejecimiento debe ser interpretado como culminación de un largo proceso histórico, que los demógrafos han modelizado a partir de la TTD, sin duda la más ampliamente tratada y desarrollada en los estudios de población. K. Davis (1945), W. Notestein (1945; 1963) deben ser citados como los padres de la teoría que analizamos.

La TTD cabe ser entendida como una interpretación descriptiva de las profundas transformaciones experimentadas por la población de los países desarrollados –singularmente los europeos– a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Estas transformaciones corresponden históricamente, con una larga etapa de cambios económicos, ligados al desarrollo industrial y a los procesos de cambio y modernización social.

En sentido estricto la TTD debe ser interpretada más como una generalización histórica de un modelo de desarrollo observado, que como una teoría propiamente dicha, esto es, con hipótesis claramente predecibles y comprobables. Si en la sencillez de su formulación teórica radica su asimilación, su aplicación generalizada y su amplio seguimiento, es en su debilidad y limitaciones teóricas –aunque parezca paradójico– donde radica su fuerza, al haber permitido a los estudiosos de la población desarrollar un intenso debate, que permanece abierto hasta la actualidad. Este debate cobra especial sentido cuando el modelo se aplica a los países del mundo menos desarrollado, los cuales parten de una situación social y económica muy distinta a a la de los europeos en el siglo XIX.

Según la TTD los progresos sociales y económicos ocurridos en los tiempos modernos han permitido el tránsito desde un régimen demográfico antiguo o tradicional, en el que el equilibrio se obtenía sobre la base de una alta mortalidad y alta natalidad, a un régimen moderno donde la mortalidad y la natalidad se vuelven a equilibrar pero en unos niveles muy bajos, situándose entre ambos una fase intermedia de desestabilización en la que los países experimentan un incremento fuerte y rápido y sostenido (Fig. 1).

El modelo clásico de transición demográfica distingue cuatro etapas: la estacionaria alta, la expansión primera, la expansión tardía, la estacionaria baja Otros autores, de forma más imprecisa, consideren tres etapas: la pre-transicional (o antigua), la transicional y la evolucionada (o moderna). La primera y la última se corresponden en ambas propuestas, la intermedia o transicional lo hace con la segunda y tercera de del modelo clásico (Fig. 1).

 

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               Figura 1. El modelo de transición demográfica.

 

Pues bien aplicando la teoría a los diferentes países del mundo se constata que los modelos nacionales defieren tanto en la intensidad del cambio como en el ritmo y cronología del mismo, pudiendo distinguirse tres sub-modelos básicos:

  • A) El modelo clásico u occidental (Figs. 2a, 2b): se prolonga dos siglos, a lo largo de los cuales la mortalidad, como respuesta a las paulatinas mejoras en las condiciones económicas, sociales y ambientales, descendió de manera gradual, en tanto que la fecundidad declinó en este modelo occidental, también de manera gradual a lo largo de 50-75 años tras del declive de la mortalidad, lo que ha dado lugar (salvo excepciones que confirman la regla, cual es el caso de Francia: Fig. 2c) a un largo periodo de crecimiento demográfico sostenido, más retrasado en el tiempo en el caso español (Fig. 2d).
 
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                Figura 2a. Suecia.                                                                                                                                                                                                                 Figura 2b. Alemania.

 
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                Figura 2c. Francia.                                                                                                                                                                                                                Figura 2d. España.

 

            Fuente: Mittchell (2002) International historical statistics. MacMillan Publisher, Ltd., Basingtoke. Elaboración Pedro Reques Velasco en colaboración con María Marañón.

                Cuatro ejemplos nacionales de modelo de transición demográfica, en su versión clásica u “occidental”: Suecia, Alemania y Francia, el ejemplo excepcional que confirma el modelo y España.

 
 
  • B) La variante acelerada del modelo clásico: Japón (Fig. 3a) y los países del Este de Europa y Rusia (Fig. 3b), que son los que configuran este modelo. En ellos la transición demográfica empieza más tarde y se desarrolla a lo largo de un periodo relativamente corto.
 
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                Figura 3a. Japón.                                                                                                                                                                                                                   Figura 3b. Rusia.

            

            Fuente: Mittchell (2002, op. cit.). Elaboración Pedro Reques Velasco en colaboración con María Marañón.

                Dos ejemplos nacionales de modelo de transición demográfica, en su versión variante acelerada del modelo clásico: Japón (Fig. 3a) y Rusia (Fig. 3b).

 
 
  • C) La variante retrasada del modelo clásico (Figs. 4a, 4b) afecta a una buena parte de los países del llamado Tercer Mundo. En ellos la mortalidad ha descendido drásticamente desde finales de la II Guerra Mundial, mientras la fecundidad ha permanecido en niveles muy altos. El descenso de la mortalidad ha sido principalmente producido por la tecnología médica moderna, puesta a disposición de estos países mediante convenios de cooperación internacional. Este descenso de la mortalidad se debe a un uso generalizado de la terapia anti-infecciosa, a insecticidas y a programas de erradicación de la malaria, de asistencia materno-infantil y de mejora de la nutrición. Los rápidos descensos de la mortalidad no se ven acompañados de mejoras paralelas en los estándares de vida y la lucha contra la enfermedad y la muerte se estanca o incluso retrocede como consecuencia de pandemias como el SIDA en estas últimas décadas, provocando en muchos de estos países –singularmente el África Central y Austral– una fuerte caída en su esperanza de vida.
 
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                Figura 4a. Méjico.                                                                                                                                                                                                                  Figura 4b. Egipto.

 

            Fuente: Mittchell (2002), op. cit. Elaboración Pedro Reques Velasco, en colaboración con María Marañón.

                Dos ejemplos nacionales de modelo de transición demográfica, en su versión variante retrasada del modelo clásico: Méjico (4a) y Egipto (4b).

 
 

Dentro de esta tipología cabe distinguir un subgrupo de países, tales como Taiwan, China (Fig. 5a), Corea del Sur, Hong Kong, Singapur (Fig. 5b) o Sri Lanka, en los que la mortalidad declinó rápidamente en los años 40 y 50 del siglo XX, pero, al contrario de los que ocurrió en el resto de los países del Tercer Mundo, la fecundidad descendió de forma fuerte, sostenida y continua, además de lograr que el descenso de mortalidad se mantuviera por más tiempo y con más intensidad de lo que ocurrió en el modelo más generalizado de los países del Tercer Mundo.

En todas las variantes el descenso de la fecundidad, característico de la última etapa de la transición demográfica se produce cuando se dan las circunstancias favorecedoras. Estas circunstancias tienen que ver un el sistema de valores sociales que permita –o tolere– el control de la natalidad y a la vez con una sociedad que haya desarrollado técnicas relativamente efectivas que favorezcan el control de los nacimientos, cual es el caso de las sociedades desarrolladas de los llamados países del norte, en esencia, los europeos, más Canadá, Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda.

 

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                Figura 5a. China.                                                                                                                                                                                                                   Figura 5b. Singapur.

            Fuente: Mittchell (2002), op. cit. Elaboración Pedro Reques Velasco en colaboración con María Marañón.
 

                Dos ejemplos nacionales de modelo de transición demográfica en los países en vías de desarrollo, en su versión acelerada respecto al modelo clásico: China (Fig. 5a) y Singapur (Fig. 5b).

 
 

Las sociedades en la última etapa de la transición demográfica, sea cual fuere la variante de pertenencia, se caracterizan, igual que las de la primera etapa, por un relativo equilibrio del crecimiento natural de la población, aunque esté obtenido de una manera demográficamente más eficiente, esto es con menos mortalidad, específicamente infantil.

 

figura_4.12

 

Fuente: Population Reference Bureau: World Population Data Sheet, 2001. Elaboración Pedro Reques Velasco

Figura 6. El modelo de transición demográfica y su plasmación cartográfica a escala mundial (año 2001).

 

En la Fig. 6 adjunta se puede analizar cartográficamente los diferentes momentos, etapas o estadios en relación a la transición demográfica en los que se encuentran los países del mundo y los marcados desequilibrios que le caracterizan, que no son sino la plasmación de sus desiguales grados de modernización demográfica.

La teoría de la transición demográfica, en suma, encierra un gran valor descriptivo, un menor valor explicativo y un limitado valor prospectivo. En otras palabras, permite entender los cuándo y los cómo del cambio demográfico, aunque sólo posibilita una aproximación muy general a los porqués a la vez que da escasas claves para entender y anteponerse a los comportamientos futuros de la población.

En cualquier caso, y al margen de la validez universal de la TTD podemos afirmar que el envejecimiento aparece, a escala histórica, como un fenómeno demográfico nuevo y ligado al final de la última fase del modelo (llámese moderna, pos-transicional o estacionaria baja) esto es, aparece cuando al transición demográfica se ha superado. El envejecimiento demográfico, en suma, debe ser entendido como una manifestación más de lo que podemos definir como postransición demográfica, que Lesthaeghe (1992) define como segunda transición demográfica. Esta razón explica su carácter estructural y, por ende, en buena medida, irreversible.

 

4.2.2  Envejecimiento y transición epidemiológica

Ligado a la teoría de transición demográfica se desarrolló el llamado modelo de transición epidemiológica. En síntesis, esta línea de investigación, propuesta por Omran en 1971, trata de los cambios en los estados de salud y enfermedad que se producen en una población, así como de las causas y consecuencias demográficas, biológicas y socioeconómicas a ellos ligados. Las interacciones entre estos patrones y sus consecuencias y determinantes demográficos, económicos y sociológicos –en nuestra opinión, también geográficos– determinan y trazan el curso del cambio poblacional.

Durante la transición epidemiológica se pasa de una situación de predominio de las causas de morbi-mortalidad exógenas (enfermedades transmisibles y respiratorias, a las que se suman las carenciales) a otra de clara preponderancia de las causas endógenas (enfermedades crónica y degenerativas a las que se suman en las modernas sociedades las llamadas sociopatías: suicidios, accidentes… (Fig. 7).

El modelo de la transición epidemiológica de Omran se plantea en paralelismo con el de la teoría de la transición demográfica en tres grandes etapas (Viciana, 1998):

  • A) Una primera etapa “de pestes y hambrunas” con mortalidad elevada, sujeta a fuertes fluctuaciones de gran repercusión demográfica, dominada por azotes epidémicos y endemias de enfermedades parasitarias y deficitarias, enfermedades propias de la infancia (como diarreas y neumonías) y de mujeres jóvenes (como la tuberculosis o las fiebres puerperales). En España esta etapa puede considerarse finalizada en 1918, año de la llamada “gripe española” y último episodio de sobremortalidad por causas epidémicas que ha conocido nuestro país.
  • B) Una segunda etapa de “descenso y desaparición de las pandemias”, con progresiva reducción hasta su desaparición de las crisis epidémicas y con aumentos significativos de la esperanza de vida. Durante esta etapa, aunque descienden significativamente las enfermedades infecciosas, continúan siendo las más frecuentes causas de muerte. En España esta etapa se prolonga a lo largo de cinco o seis décadas, esto es hasta la década de 1970.
  • C) Por último, una tercera etapa de “enfermedades degenerativas”, en la que la mortalidad se estabiliza a niveles bajos y es la fecundidad el factor dominante en el crecimiento demográfico. En esta etapa las enfermedades degenerativas, el cáncer y las cardio-vasculares desplazan a las infecciosas como primera causa de muerte, la morbilidad comienza a ser un hecho más importante que la mortalidad en tanto que problema de salud y cobran relevancia problemas nuevos tales como los accidentes, las adicciones a drogas y los problemas mentales. En España puede considerarse iniciada esta etapa en los años 70 y se prolonga hasta los noventa.

 

figura_4.13

 

Fuente: H. Picherat, 1989. Reelaboración Pedro Reques Velasco.

Figura 7. El modelo de transición epidemiológica: Los ciclos de la transición epidemiológica. Evolución de las causas de muerte en el tiempo (en %).

 

En la Fig. 8, y en relación al mundo, se plasma cartográficamente los diferentes estadios del modelo de transición epidemiológica y muestra, con nitidez, las fuertes desigualdades de los diferentes países del mundo frente a la enfermedad y la muerte y el largo camino epidemilógico que resta por recorrer a la mayor parte de la población del mundo, esencialmente en el llamado “hemisferio sur”.

Olshanky (1998) añade a las tres fases de Omran una cuarta fase caracterizada por un retroceso relativo de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares y otras degenerativas. Este retroceso es debido a los avances médicos, a los cambios en el comportamiento de las personas (alimentos sin aditivos y sin grasas, descenso del tabaquismo, etc), a los programas de prevención comunitarios dedicados tanto a los grupos de riesgo como al resto de la población y, finalmente, a la toma de conciencia de que la salud es un hecho que depende de las actuaciones individuales, pero también de las empresas, del Estado, y no sólo del propio sistema sanitario. Es la fase en la que se encuentra actualmente España.

 

figura_4.14

Fuente: H. Picherat, 1996: “La transition sanitaire dans le monde”. Bulletin de l´Association des Géographes Française, 2, pág.79. Reelaboración Pedro Reques Velasco

Figura 8. El modelo de transición epidemiológica en el mundo (los ciclos de la transición epidemiológica a partir de la evolución de las causas de muerte) y su representación cartográfica a escala mundial.

 

Como consecuencia la morbilidad crónica sigue afectando a la población, pero en menor medida y más tardíamente. Sin embargo a lo largo de esta nueva etapa continúa el avance de la sociopatías, que dejan de ser sólo propias de determinados sub-grupos de población para hacerse más generales: en los países desarrollados el estrés material, signo de los pasados tiempos, da paso al estrés existencial, signo de los tiempos presentes (Olivera, 1993).

La hipótesis que Olshansky formula para explicar estos hechos –clave para entender el problema del envejecimiento en los países desarrollados– se resume así: durante la segunda mitad del siglo XX, se producen importantes cambios en la estructura por edad de la población de los países desarrollados; estos cambios han sido desencadenados por el aumento de la supervivencia que la tercera etapa de la transición epidemilógica ha propiciado, lo que hace que proporciones crecientes de las generaciones sobrevivan hasta avanzadas edades. Este hecho ha determinado la aparición de un segmento de la población prácticamente nuevo, con necesidades y demandas asociadas a las enfermedades degenerativas y discapacidades asociadas con la edad. Dado que esta misma fase está produciendo en estos países un paralelo descenso de los niveles de natalidad, los servicios de salud comienzan a cambiar su foco de atención centrándose más en las enfermedades crónico-degenerativas que en las agudas e infecciosas, que son las que hasta entonces habían dominado (Viciana, 1988).

Estos esfuerzos comenzaron a dar resultado en cuanto a posponer las muertes por estas enfermedades y a retardar la progresión de las enfermedades crónicas, por reducción de las tasas de letalidad. Paralelamente, esta mejora de la tecnología médica se acompaña de una reducción de los factores de riesgo para la mayoría de las enfermedades crónico-degenerativas, tales como reducción tabaquismo, del sedentarismo y la mejora en los hábitos dietéticos.

En resumen serían básicamente los programas de reducción de los factores de riesgo asociados a estas enfermedades degenerativas y la mayor atención prestada por los servicios asistenciales a las personas mayores, tras la liberación de recursos producida al disminuir las necesidades de atención del sector infantil y juvenil, lo que determinaría la evolución actual de la transición epidemiológica.

Pues bien, la última etapa o fase de la transición epidemiológica plantea una serie de importantes cuestiones sobre la bondad de esta reducción de la mortalidad, sobre el envejecimiento y, en último extremo, sobre los objetivos del sistema sanitario: ¿“añadir más años a la vida”? o, como propugna la Organización Mundial de la Salud, ¿añadir “más vida a los años”?

 

4.2.3  Envejecimiento y transición sanitaria

A finales de la década de los años 80, según señala Viciana (1998), las fuertes limitaciones del marco teórico preexistente en los estudios sobre la transición demográfica y epidemiológica, plantearon la necesidad de encontrar un nuevo marco en el que desarrollar e inscribir investigaciones sobre el tema de la transición, pero que fueran aplicables a la cada vez mayor variabilidad de modelos de evolución que estaban apareciendo en muchos de los países en vías de desarrollo.

Es así como cristaliza el concepto –más que propiamente la teoría– de transición sanitaria, que cabe ser entendido como una visión integradora de las cuestiones de la transición demográfica y epidemiológica, de sus determinantes socioeconómicos y de la respuesta organizativa institucional y cultural que la sociedad proporciona a sus problemáticas de salud. La transición sanitaria, así, constituye una línea de investigación, que pretende dar respuesta a los determinantes culturales, sociales y del comportamiento que inciden sobre la salud y no sólo de aquellos determinantes, como las intervenciones médicas o los ingresos económicos, que han dominado estudios previos.

El concepto de transición sanitaria (Viciana, 1998), incluye, amplía y trasciende el concepto previo de transición demográfica y de transición epidemiológica, ya que su objeto, no es sólo el estudio de la evolución del estado de salud de las poblaciones, sino que incorpora entre sus objetivos la respuesta social a un estado sanitario dado, considerando, de forma integral, tanto los aspectos demográficos y epidemiológicos como –y sobre todo– sus implicaciones sociales (cambios en la respuesta social relacionada con la salud, la enfermedad y la muerte, forma de la organización de los servicios sanitarios, aspectos culturales de la relación de la población, servicios sanitarios, conocimientos y valores sociales con respecto al cuidado y conservación de la salud y cambios en los estilos de vida).

Como apunta el autor citado la transición sanitaria surgió en parte como reacción a la simplicidad de los anteriores modelos, en los que no encajaba bien la evolución demográfica y epidemiológica de algunos países socialistas y del Tercer Mundo desde el final de la II Guerra Mundial. En estos países determinadas cuestiones relacionadas con aspectos culturales y de organización social, se habían revelado mucho más significativas que los aspectos tradicionales de renta, riqueza y desarrollo. Con lo cual era evidente que estos aspectos marginales en los modelos previos, debían ser incluidos en una nueva formulación del cambio en salud de las poblaciones.

La estructura demográfica, epidemiológica y social de una sociedad, mantienen entre sí mutuas y profundas interrelaciones de determinación y dependencia. La estructura social de una sociedad en un sentido amplio, incluye los aspectos económicos, políticos, técnico-científicos, culturales e ideológicos de la población. Uno de los procesos que surge de estas interrelaciones es la repuesta social a los problemas de salud, la cual se vehicula tanto en una organización sanitaria (pública o privada) que proporciona la repuesta técnico-científica a los problemas de salud, como en los sistemas culturales, personales, familiares, de prevención, cuidado y atención de salud de los individuos de una sociedad.

Al estar estas estructuras profundamente conectadas, la transición o cambio estructural no se puede producir sin un cambio paralelo en las otras estructuras y, además, como las relaciones son bi-direccionales y presentan bucles de retroalimentación, formando una compleja red que hace difícil distinguir entre causas y efectos.

Pues bien, el envejecimiento aparece en toda su intensidad cuando la transición epidemiológica y la transición sanitaria han culminado: el alargamiento de la esperanza de vida y la reducción casi absoluta de la mortalidad infantil son sus principales manifestaciones, y junto a ella, la caída de la fecundidad, con el que esta estrechamente relacionado. Conceptos como pos-transición epidemiológica y pos-transición sanitaria, –al igual que ocurría con la pos-transición demográfica–, caben ser relacionados con el envejecimiento, en cuanto que este fenómeno es una de las manifestaciones más patentes de estas transiciones tan estrechamente relacionadas entre sí.

 

4.3   Envejecimiento de la población y territorio: de la escala internacional a la escala local 

En este apartado se cartografían y estudian a diferentes escalas (desde la internacional hasta la intra-urbana o intra-metropolitana) las desiguales consecuencias y repercusiones territoriales del envejecimiento. 

Este tipo de análisis, con el que se pretende plasmar geográficamente la realidad demográfica del envejecimiento, es más que un simple ejercicio académico, ya que sus resultados resultan fundamentales en los análisis prospectivos o cuando se aborda cualquier política de planificación en el ámbito de salud pública y de las políticas asistenciales.

4.3.1  La escala internacional: los viejos procesos, las nuevas tendencias

A escala internacional, de forma excesivamente simplificada se apuntan dos modelos demográficos: el del hemisferio norte (envejecido, estancado y regresivo), y el del hemisferio sur (rejuvenecido, dinámico y progresivo). Sin embargo, esta interpretación dualista norte-sur, esto es, países desarrollados versus países del Tercer Mundo, debe ser revisada a la luz de los cambios recientes tanto en uno como en otro grupo de países, cambios que nos permiten apuntar la idea de una “nuevo orden demográfico internacional” (Reques, 2002).

En efecto, en los llamados países del Tercer Mundo el modelo se está modificando, entre otros hechos como consecuencia de la situación excepcional en el contexto internacional de los nuevos países industriales (Corea del Sur, Singapur, Taiwan, al excolonia de Hong Kong o Tailandia) en los que los efectos de la drástica reducción de la fecundidad en los últimos quinquenios está empezando a hacerse sentir o del cambio demográfico que la campaña e imposición legal del hijo único está provocando en China (P. Xizhe, 2000), país que tiene una extraordinaria importancia en cuanto que sus 1.300 millones de habitantes suponen más de una quinta parte de la población del planeta.

Junto a estos hechos es necesario considerar las nuevas tendencias en los países del Tercer Mundo hacia la reducción de la fecundidad, en buena medida como consecuencia de su rápido proceso de urbanización. Éste es un hecho constatado –y constatable– y tal tendencia se reforzará en el futuro.

En los países desarrollados, por otra parte, están teniendo lugar nuevos procesos demográficos, difícilmente imaginables en los años 1970, tales como la recuperación de la fecundidad en los países europeos del norte (Grimmeau y Decroy, 1993), el mantenimiento de la caída de la fecundidad en los mediterráneos, el descenso de la esperanza de vida en los países del este (particularmente en Rusia y el resto de las repúblicas ex soviéticas, como consecuencia de las duras condiciones de vida y del abandono del viejo modelo asistencial socialista) o la profundización del proceso de envejecimiento en Japón (Hone y Wistshiere, 1990), hechos a los que recientemente se suma la presión inmigratoria, actualmente de alcance y dimensión globales.

En la Fig. 9 adjunta se puede constatar el cambio en las estructuras demográficas y el progresivo proceso de envejecimiento de la población en el mundo, excepción hecha del África subsahariana y de los países árabes del Asia occidental. Hemos mantenido constantes los umbrales (25% jóvenes; 65% adultos; 10% viejos) con el fin de establecer las pertinentes comparaciones espacio-temporales.

 

figura_4.15

Figura 9. El proceso de envejecimiento en el mundo (1975, 200 y 20025). Elaboración Pedro Reques Velasco, en colaboración con Olga de Cos.

 

El avance progresivo del envejecimiento de la población mundial –y no sólo de los países desarrollados– es, sin duda, el fenómeno más relevante. Al club europeo de países envejecidos de 1975 se suman actualmente los Estados europeos del Este, además de Canadá, Estados Unidos y Australia. Este grupo podría permanecer en menor medida sin nuevas incorporaciones en los próximos veinticinco años, sin embargo, grandes gigantes geodemográficos como China o Brasil (países cuyos cambios estructurales son espectaculares) dejan el grupo de países adulto-jóvenes para engrosar el de adultos. La mayor parte de los países de América Latina, Norte de África, la India, y algunos países árabes de Oriente Medio, abandonan su condición de países jóvenes para asumir la de adulto-jóvenes. Tan sólo el África subsahariana, junto a Bolivia en América Latina y los países árabes ricos parecen seguir manteniendo estructuras demográficas jóvenes, siempre en términos comparativos, a escala internacional.

En la Fig. 10 se muestra la ganancia constante y generalizada de esperanza de vida, excepción hecha de los países africanos, los más afectados por la epidemia de SIDA.

 

figura_4.16

Figura 10. La evolución de la esperanza de vida (varones y mujeres) en el mundo (1975, 2000 y 2025). Elaboración Pedro Reques Velasco, en colaboración con Olga de Cos.

 

Las diferencias entre la esperanza de vida de los países mejor y peor situados en relación a este indicador se van reduciendo de forma progresiva pero muy lenta. Los avances entre 1975 y el 2000 sólo caben calificarse de espectaculares en América Latina, sur y sudeste asiático y en los países árabe-islámicos. En el África subsahariana los avances son muy lentos, debiendo hablar en relación a los países del sur del continente, más de retroceso que de avance: el SIDA y su avance progresivo en los mismos es la causa que explica este hecho.

No obstante, las diferencias demográficas norte-sur, en cuanto a niveles de envejecimiento y grado de modernización demográfica son manifiestas; la convergencia demográfica en el mundo está lejana y el camino recorrido y por recorrer, será largo y no siempre lineal. 

 

4.3.2  La escala nacional. Procesos históricos y desequilibrios territoriales de la escala regional a la municipal

En España la tendencia al envejecimiento se inicia en la década de los 70 y continúa avanzado de forma constante e irreversible hasta la actualidad. El proceso se acelera a mediados en los años 80 y 90 como consecuencia de la fortísima caída que ha experimentado la fecundidad, que ha llevado a nuestro país a ocupar actualmente uno de los primeros lugares del mundo, más que en cuanto al grado de envejecimiento, en cuanto al ritmo de crecimiento de éste y a uno de los últimos en cuanto al número de hijos por mujer: en 2001 éste era de 1,26 y, si no fuera por la inmigración extranjera, la tendencia futura sería a la profundización de los desequilibrios intergeneracionales a favor del de 65 y más años (Tabla 1).

 

Años

Proporción

de viejos

 

V65 y más/Pt*100

Proporción

de jóvenes

 

J0-14/P*100

Índice

de vejez

 

(V65 y más/J<15*100)

Esperanza

de vida

 

(varones)

Esperanza

de vida

 

(mujeres)

Índice sintético

de fecundidad

(hijos por mujer

en edad fértil)

1900

5,21

33,53

15,5

33,85

35,70

4,71

1910

5,55

34,02

16,3

40,92

42,56

-

1920

5,72

32,37

17,7

40,26

42,05

3,14

1930

6,11

31,69

19,3

48,38

51,60

3,53

1940

6,53

29,95

21,8

47,12

53,24

2,97

1950

7,23

26,23

27,6

59,81

64,32

2,38

1960

8,24

27,40

30,1

67,40

72,16

2,76

1970

9,86

27,77

35,5

69,57

75,06

2,88

1981

11,20

27,50

40,7

72,52

78,61

2,10

1986

12,19

24,15

50,5

73,27

79,69

1,49

1991

13,79

19,40

71,1

73,40

80,49

1,23

2001

17,00

15,70

108,3

77,20

84,00

1,26

Fuente: Censo de Población de 1900, 1910, 1920, 1930, 1940, 1950, 1960, 1970, 1981, 1991 y 2001 y Movimiento Natural de población (varios años). Elaboración propia.

Tabla 1. Evolución de la población española por grandes grupos de edad y de la esperanza de vida para hombres y mujeres a lo largo del siglo XX.

 

Las causas explicativas últimas de estos cambios en España son las mismas que para la Europa Occidental:

  • A) El declive de la fecundidad, que no parece ajustarse al calendario de la crisis económica, por más que ésta haya sido una interpretación recurrente, ni por supuesto al menor volumen de las cohortes femeninas en edad genésica (15-49 años). 
  • B) El descenso de la mortalidad en las edades más avanzadas y la reducción extrema de la mortalidad infantil: aunque ha aumentado el número de defunciones ha disminuido la tasa de mortalidad produciéndose, consecuentemente, un envejecimiento por la cúspide, al aumentar las probabilidades de supervivencia. 
  • C) El alargamiento de la esperanza de vida (entre 1900 y 1960 ésta se había duplicado pasando de los 34 años para los varones y de los 36 para las mujeres a los 67 y 72 años en 1960, para alcanzar actualmente los 77 años los varones y los 84 las mujeres respectivamente en la actualidad. La esperanza de vida de las mujeres españolas llevan a nuestro país al tercer lugar en el contexto de los países del mundo, tras Japón y Francia; ocupando los varones españoles la sexta posición tras Japón, Australia, Suecia, Italia y Grecia.

Estos tres hechos explican el intenso, constante y acelerado proceso de envejecimiento en las últimas décadas que si –insistimos– la inmigración extranjera no trastoca, alcanzará unas altísimas cotas en el futuro. El envejecimiento de la población española, además de en términos relativos, también debe ser analizado en términos absolutos: así el volumen de personas de 65 a 80 años, que actualmente es de 5.865.000, podría multiplicarse por dos en las próximas cuatro décadas, en tanto que los de 80 y más años (en la actualidad, 2.103.000 personas) podría llegar a hacerlo por tres. España tendría que hacer frente así a un importante problema de sobre-envejecimiento. La ratio de personas de 65 y más años respecto a las personas potencialmente activas (20-64 años) pasará del 0,4 actual (esto es, 40 personas de más 65 años por cada 100 de 20 a 64 años) en la actualidad al 0,7 en 2040 (esto es, 70 personas de más de 65 años por cada 100 de entre 20-65 años). 

Sin embargo en España, como en los otros países mediterráneos –pero el nuestro especialmente, dado que es el que presenta una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo– con ser acusada en la actualidad el problema del envejecimiento para el país en su conjunto lo es, en mayor medida, en una buena parte del territorio nacional, si se consideran sus fuertes desequilibrios internos, mayores cuanto mayor es la escala de desagregación (país, región, provincia, municipio, sección censal).

En efecto, el panorama general esbozado se presenta fuertemente contrastado, tanto si se opera con la provincia o con el municipio como unidad de análisis. El factor explicativo fundamental aparece ligado a los procesos migratorios interiores y exteriores que el país conoció en la década de 1950 y sobre todo en la de 1960.

A escala provincial (véase Fig. 11) se puede constatar el proceso espacio temporal de envejecimiento: en la actualidad más de la mitad de las provincias españolas presentan tasa de envejecimiento superiores al 18%.

 

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Fuente: Censos de Población de 1970, 1981, 1991 y 2001 y Julio Pérez Díaz (2004). Reelaboración Pedro Reques Velasco.

Figura 11. El proceso espacio-temporal de envejecimiento en España. 1970-2000.

 

A la vez, actualmente, las diferencias en cuanto a la estructura por edad y sexo entre unas y otras regiones españolas son más que notables, siendo este hecho consecuencia de la evolución reciente de los movimientos migratorios internos e internacionales aludidos, así como del diferente comportamiento de su fecundidad y de su desigual grado de modernización demográfica.

 

 figura_4.18

Fuente: Padrón de Habitantes. Elaboración Pedro Reques Velasco.

Figura 12. Pirámide de la población española (2004).

 

Estas diferencias estructurales pueden constatarse a partir del análisis del perfil de la pirámide de población de las diferentes comunidades autónomas. Tomando como referencia el perfil de la población española (Fig. 12), las 17 comunidades autónomas, más Ceuta y Melilla, pueden agrupase en seis tipos de espacios o áreas. Tales son:

  • A) Las regiones que presentan una estructura demográfica predominantemente joven (Fig 13): esto es, un porcentaje de jóvenes mayor que el de España y un porcentaje de adultos y de viejos, menor. Tal son los ejemplos de Ceuta (Fig. 13a) o Melilla (Fig. 13b), ciudades autónomas singulares por su especial localización como espacios-enclave en el norte de África, o, en menor grado, Murcia (Fig. 13c) y Andalucía (Fig. 13d).
 
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Figura 13. Comunidades autónomas con estructura demográfica predominantemente joven (mayor porcentaje de jóvenes y menor porcentaje de adultos y de viejos que la media española): Melilla (Fig.13a), Ceuta (Fig. 13b), Murcia (Fig. 13c) y Andalucía (Fig. 13d).

 

  • B) Regiones que presentan una estructura demográfica adulto-joven (Fig. 14): esto es, un porcentaje de jóvenes y de adultos mayor que el de la media de España y el porcentaje de viejos menor. Tal son los ejemplos de Baleares (Fig. 14a) y de Canarias (Fig. 14b). Los valores de la primera (Baleares) se explican por la importancia reciente de la inmigración; los de la segunda (Canarias), por esta misma razón y por el cambio de régimen demográfico: hace un par de décadas era la región más natalista de España, sin embargo en la actualidad sus tasas convergen progresivamente con la del resto de las regiones, quedando, de la etapa anterior, unas cohortes de adultos jóvenes muy potenciadas.
 
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Figura 14. Comunidades autónomas con estructuras demográfica adulto-joven (mayor porcentaje de jóvenes y de adultos y menor porcentaje de viejos que la media española): Baleares (Fig. 14a) y Canarias (Fig. 14b).

 
  • C) Regiones que presentan una estructura demográfica con predominio relativo de jóvenes y de viejos (Fig. 15): esto es, un porcentaje de adultos menor que el de la media de España y un porcentaje de jóvenes y viejos mayor. Tal son los ejemplos de Extremadura (Fig. 15a) y de Castilla La Mancha (Fig. 15b). La aparente paradoja de esta tipología se explica por una razón demográfica, cual es la sobre-emigración de población predominantemente adulta en las décadas anteriores y el mantenimiento en su territorio de tasas de fecundidad relativamente altas, al menos en el contexto nacional.
 
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Figura 15. Comunidades autónomas con estructura demográfica joven-vieja (mayor porcentaje de jóvenes y de viejos y menor porcentaje de adultos que la media española): Castilla La Mancha ( Fig. 15a) y Extremadura (Fig. 15b).

 
  • D) Regiones que presentan una estructura demográfica predominantemente adulta (Fig. 16): esto es, un porcentaje de adultos mayor que el de España y un porcentaje de jóvenes y viejos menor. Tal son los ejemplos de Madrid (Fig. 16a) y la Comunidad Valenciana (Fig. 16b). Se trata de dos regiones tradicionalmente inmigratorias, favorecidas en la actualidad, en mayor medida que otras, por la aportación demográfica que supone los importantes flujos de inmigración extranjera, preponderantemente adulto-joven, que soportan en la actualidad.
 
figura_4.22

Figura 16. Comunidades autónomas con estructura demográfica predominantemente adulta (mayor porcentaje de adultos y menor porcentaje de jóvenes y de viejos que la media española): Comunidad Valenciana (Fig. 16a) y Comunidad de Madrid (Fig. 16b).

 
  • E) Las que presentan una estructura demográfica predominantemente adulto-vieja (Fig. 17): esto es, un porcentaje de adultos y de viejos mayor que el de la media de España y un porcentaje de jóvenes, menor. Tal son los ejemplos del País Vasco (Fig. 17a) y Cataluña (Fig. 17b): la importancia histórica de la inmigración interior explican esta estructura.
 
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Figura 17. Comunidades autónomas con estructura demográfica adulto-vieja (mayor porcentaje de adultos y de viejos y menor porcentaje de jóvenes que la media española): País Vasco (Fig. 17a) y Cataluña (Fig. 17b).

 
  • F) Regiones, finalmente, que presentan una estructura demográfica predominantemente vieja (Fig. 18): esto es, un porcentaje de viejos mayor que el de España y un porcentaje de jóvenes y de adultos menor, como corresponde a un nutrido grupo de regiones españolas. Tales son, ordenadas de mayor a menor grado de envejecimiento: Castilla-León (Fig. 18a), Aragón (Fig. 18b), Asturias (Fig. 18c), Galicia (Fig. 18d), La Rioja (Fig. 18e) y, con perfiles semejantes al de la población española pero con una mayor caída de la fecundidad y por tanto un envejecimiento por la base, asimismo, mayor: Cantabria (Fig. 18f) y Navarra (Fig. 18g). 

A escala municipal la plasmación cartográfica del envejecimiento español (Fig. 19) evidencia un fortísimo contraste entre los municipios costeros, más urbanizados y diversificados económicamente, que desempeñaron en la etapa desarrollista (1959-1975) el papel de focos de inmigración, y los espacios rurales del interior de la nación, sostenidos sobre un sector primario con importantes –y aún no resueltos– problemas estructurales, unos espacios rurales que durante decenios han constituido una reserva demográfica para los espacios urbanos nacionales y europeos (Reques y Rodríguez, 1998).

El segundo contraste se produce entre un norte envejecido, emigratorio y despoblado (excepción hecha de las “islas” urbanas) y un sur que presenta, a pesar de sus tasas de emigración histórica, un alto potencial demográfico y un marcado rejuvenecimiento a escala nacional, como consecuencia de unas tasas de fecundidad más sostenidas.

En suma el mapa adjunto (Fig. 19) realizado a partir de una clasificación establecida a partir de un diagrama triangular –o ternario– teniendo como referencia los valores medios de España, permite apreciar los contrastados efectos del envejecimiento en el territorio nacional y las desiguales perspectivas futuras que proyectan unos y otros espacios.

 

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Figura 18. Comunidades autónomas con estructura demográfica predominantemente vieja. (mayor porcentaje de viejos y menor porcentaje de jóvenes y de adultos que la media española). Son, ordenadas por su grado de envejecimiento, Castilla y León (Fig. 18a), Aragón (Fig. 18b), Asturias (Fig. 18c), Galicia (Fig. 18d), La Rioja (Fig. 18e), Cantabria (Fig. 18f), y Navarra (Fig. 18g).

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Fuente: Censo de Población y Viviendas de 2001. Elaboración Pedro Reques Velasco, en colaboración con Olga de Cos.

Figura 19. El envejecimiento en España: análisis de base municipal.

 

Varios son los retos demográficos que ha de afrontar España en el futuro. Entre los principales podemos citar:

  • A) El reemplazo de la población activa.
  • B) La descompensación progresiva entre una población mayor en crecimiento y una evolución demográfica regresiva.
  • C) El sobre-envejecimiento de la población, esto es, la importancia creciente del grupo de viejos muy viejos (personas de 80 años y más).
  • D) La respuesta a los efectos en el tiempo de las ondas demográficas, con especial referencia a los mal llamados “baby-boomers” (Fig. 20), o potenciadas generaciones de los años 60 y 70.
  • E) El incremento de la productividad para hacer frente a los crecientes gastos sanitarios y farmacéuticos ligados al proceso de envejecimiento.
  • F) La racionalización y mejor gestión de unos servicios sociales que han de resolver los problemas de las demandas de una población dependiente en aumento.
  • G) La integración de los crecientes flujos de inmigración extranjera, que constituirá un factor de reequilibrios demográfico, pero de importancia sólo relativa y a corto plazo. 

A todos estos efectos habría que añadir los derivados de los desequilibrios territoriales en España en cuanto al grado de envejecimiento y de la creciente –y dispersa espacialmente– demanda de servicios socio-sanitarios en el mundo rural. 

 

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Fuente: IMSERSO, Portal de Mayores. CSIC, 2002.

Figura 20. Estructura demográfica futura de la población española (horizontes 2020 y 2040). En el primero de los años (2020) las generaciones modales serán las comprendidas entre los 40 y 60 años; los adultos viejos; en 2040, lo serán los comprendidos entre los 60 y 80 o “tercera edad”.

 

4.3.3  La escala urbana. El ejemplo de la ciudad de Santander. El envejecimiento de los espacios centrales

Los espacios urbanos y metropolitanos, finalmente, presenta unos fuertes desequilibrios sociodemográficos internos en relación con el envejecimiento de sus residentes.

El mapa del envejecimiento demográfico de las ciudades y áreas metropolitanas españolas reproduce, en buena medida, su crecimiento urbano, contraponiendo espacios centrales envejecidos (o muy envejecidos) a espacios periféricos (áreas suburbanas y periurbanas) rejuvenecidas, si bien este modelo se ha modificado con la llegada de inmigrantes extranjeros que, en parte, han ocupado estos espacios centrales.

El espacio central de las ciudades y áreas metropolitanas presenta características muy singulares, porque al problema del envejecimiento se suman otros problemas como las barreras arquitectónicas y urbanísticas, que pueden recluir, de facto, a una buen porcentaje de residentes mayores en sus domicilios, la degradación social, las malas condiciones de habitabilidad de los inmuebles, la falta de servicios y equipamientos para la tercera edad, la ausencia de espacios verdes, entre otros déficits, hechos todos que convierten al envejecimiento no sólo en un problema demográfico sino también socio-urbanístico y asistencial.

Santander y su área metropolitana no son una excepción y muestra estructuras territoriales en relación al grado de envejecimiento de sus diferentes sectores urbanos semejantes a los de otras ciudades españolas. En la Fig. 21 adjunta representamos cartográficamente la tasa de envejecimiento de las secciones censales de esta área, así como un detalle de la ciudad de Santander.

 

figura_4.27

Fuente: Censo de Población y Viviendas de 2001. Elaboración Pedro Reques Velasco, en colaboración con Olga de Cos.

Figura 21. El desigual grado de envejecimiento demográfico en Santander y su área metropolitana.

 

En el mapa aparece un área muy envejecida (con valores superiores al 25% de población con 65 y mas años) que corresponde con las unidades del centro de la ciudad de Santander (Paseo Pereda-Castelar, zona centro, barrios de la ladera sur oriental y segunda Alameda así como a enclaves periféricos de vivienda obrera (El Cajo, Grupo Pedro Velarde...).

Contigua espacialmente aparece una primer área que presenta una tasa de envejecimiento que cabe calificarse de alta, tales son los casos de los barrios de la ladera sur occidental, Tetuán o calle Alta. 

El anillo más rejuvenecido (con tasas de envejecimiento inferiores al 11,4%) corresponde a Cazoña y los barrios de la ladera norte (área comprendida entre la Avenida de Los Castros, General Dávila y el Sardinero). A esta tercera zona urbana habría que sumar enclaves territoriales más rejuvenecidos en el área de la Bahía, tales como el eje Murieras-Maliaño, los núcleos de El Astillero, Solares y Renedo, y el eje periurbano San Cibrián-Bezana.

A partir de esta tercera aureola la disposición se invierte, apareciendo como área más envejecida: el arco periurbano del municipio de Santander (o antiguos núcleos rurales de Cueto, Monte, San Román y Peñacastillo) y, en mayor grado, el área más alejada de Santander: municipio de Piélagos, así como el resto de los municipios de Camargo, Marina de Cudeyo y Ribamontán al Mar.

En suma, el envejecimiento, abordado desde la perspectiva geográfica, sea cual fuere la escala de análisis elegida (internacional, nacional, regional o urbana) pone de manifiesto patentes desequilibrios territoriales, esto es, se presenta como un fenómeno geodemográfico muy contratado.

Este factor debe ser tenido en cuenta en las políticas de planificación, para hacer frente y anteponerse a los efectos sociales (o socio-territoriales) más negativos, y por tanto, más indeseados, derivados del irreversible proceso de envejecimiento, sea cual sea la escala a la que éste se analice.

 

4.4 El envejecimiento demográfico ¿Problema demográfico o logro social?

El tema del envejecimiento, sobre el que ya alertaban los demógrafos franceses en los años 50 del pasado siglo XX, conoció a finales de los ochenta y a lo largo de la de los noventa, una auténtica eclosión bibliográfica, al menos en España, paralelamente a la existente en relación con la caída de la fecundidad, a la que estructuralmente aparece ligado.

Respecto al envejecimiento coexisten dos interpretaciones: una lo trata como una calamidad, como un azote que debe ser combatido al entrañar todo un cortejo de consecuencias económicas, sociales e incluso políticas negativas. La otra, más próxima a la que personalmente defendemos, rechaza violentamente esta analogía y considera que el envejecimiento, inevitablemente, no es sino una etapa del desarrollo de las sociedades de la que generalmente se desestiman –o no se consideran suficientemente– las ventajas.

La ONU, alineada en la primera de estas corrientes interpretativas, enumeraba, en un informe de finales de los 70 (UU.NN., 1988) las siguientes consecuencias del envejecimiento:

Desde la perspectiva económica y laboral: descenso del nivel de vida por el aumento de la relación de dependencia; mayor costo de la dependencia de los ancianos que de los niños; descenso de la eficiencia de la población ocupada; menor flexibilidad de los activos, menor movilidad, menor adaptabilidad y mayor dificultad, por tanto, para encontrar nuevo empleo; menor tasa de ahorro, ya que los ancianos viven de los ahorros acumulados y la sociedad realiza grandes gastos en servicios para ellos; aumento de la desigualdad de ingresos; retraso del progreso económico, cultural y político y pérdida de dinamismo de la administración económica y la gestión, entre otras.

Desde la perspectiva generacional y de la familia: efectos negativos en relación a los logros intelectuales y artísticos; frustración entre los jóvenes por la mayor competencia para los ascensos; menor disponibilidad de protección y servicios a la tercera edad (el mayor peso político obra en su favor) aumentando aún más el gasto público; mayores recursos públicos para sostener el Estado de Bienestar: la familia, que sirve para el cuidado de los dependientes niños, no garantiza el de los ancianos, por lo que el Estado debe asumir la carga, hecho que acarrea el que los recursos no pueden dedicarse a otros objetivos, pudiendo propiciar una posible crisis del sistema.

Como consecuencia de estos hechos se señala la necesidad de aumentar los estudios sobre las necesidades específicas de los viejos (vivienda, salud, servicios, ocio), así como sobre sus problemas psicológicos; la necesidad de analizar las repercusiones del envejecimiento sobre el sistema de pensiones; la necesidad de prever problemas de la provisión de viviendas adecuadas a edades avanzadas y de las necesidades de atención sanitaria, todo lo cual sólo puede ser alcanzado aumentando los recursos de los sistemas sanitarios y asistenciales públicos.

Por todas estas razones el envejecimiento demográfico no debería ser observado con ningún optimismo, aunque siempre puede objetarse, como señala Pérez Díaz (2004) que la insistencia en esta larga cadena de consecuencias por parte de las Naciones Unidas está sólo justificada por la intención preventiva con que se formulan. En este mismo sentido en una obra realmente apocalíptica de Alain Minc citada por (Pérez Díaz, 2004) aparecen más argumentos que los señalados en el informe de las Naciones Unidas, afirmando que la aceleración del gasto sanitario conducirá al racionamiento inevitable de la medicina hospitalaria y a una especie de eutanasia encubierta, así como que la financiación por repartición de los sistemas de pensiones estallará bajo una presión creciente. De otra parte, la desintegración económica, social y moral será un hecho; todos los mecanismos económicos se volverán lentos, la oferta y la demanda se equilibrarán a la baja, las empresas perderán dinamismo, las administraciones se anquilosarán, las universidades se vaciarán y se perderá creatividad a la vez que aumentará el conservadurismo... en suma “a una sociedad envejecida (corresponde una) economía menos productiva; una economía menos productiva, hace imposible la redistribución de recursos … expansión y juventud acaban por ir siempre a la par, lo mismo que recesión y envejecimiento”.

Al margen de estas consecuencias el envejecimiento de la población es sobre todo, una nueva realidad social (J. Henripin, 1995) estrechamente ligada a la estructura familiar. En este sentido nos recuerda P. Paillat (1995) que en las últimas décadas hemos pasado de familias en las que convivían tres generaciones a otras en las que no es inhabitual que convivan cuatro, cada vez menos numerosas en cuanto al número de sus componentes; que junto a la familia biológica (unida por lazos de parentesco) se ha superpuesto la social (la de allegados por razones de divorcios, nuevas nupcias y uniones libres) que conviven en círculos restringidos de intercambios tan ricos como frágiles, a los que tanto han contribuido las migraciones rural-urbana y actualmente las interurbanas.

En cualquier caso, en el futuro, como señala este autor, uno de los objetivos prioritarios de la investigación demográfica consistirá en medir los efectos directos del crecimiento previsible del envejecimiento sobre el conjunto de la estructura por edades y sexo de la población, no sólo desde una perspectiva cuantitativa (para la que la Demografía está especialmente armada de técnicas y de métodos) sino, lo que en nuestra opinión es más importante, cualitativa.

Un hecho más que debe ser considerado: los mayores están lejos de constituir un colectivo homogéneo presentando características sociales diferentes en el tiempo y en el espacio, una fuerte heterogeneidad económica (nivel adquisitivo, nivel de vida y de bienestar...), así como en cuanto a su nivel cultural y educativo, reproduciendo la estructura social dominante de la que son reflejo. En este sentido los viejos no conforman un conjunto de población aparte de la sociedad sino que son una parte del sistema demográfico, económico y social y sólo desde esta perspectiva deben ser analizados.

Sin embargo en nuestra opinión el hecho más importante –y menos cuestionable– es que el envejecimiento es también –y sobre todo– un logro, una aspiración social y la culminación de un largo proceso histórico acelerado y cristalizado en las últimas décadas, por lo cual supone una novedad, cuyos efectos van muy por delante de las respuestas políticas que se adoptan para hacerle frente. Estas respuestas, cuando se dan, son excesivamente reduccionistas y limitadas a la protección de la familia exclusivamente desde perspectivas natalistas, careciendo casi siempre de carácter globalizador y prospectivo.

El envejecimiento de la población, en suma, es un importante reto al que la Gerontología, apoyada tanto en las ciencias médicas y biológicas, como en las ciencias sociales (demografía, economía, antropología, sociología, geografía humana) necesariamente habrá de seguir haciendo frente con más instrumentos conceptuales, metodológicos y teóricos, con más recursos, y a la vez que, tal como apuntan las tendencias demográficas, con más urgencia.

  

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Última modificación: viernes, 13 de abril de 2018, 14:22