4.3 Los ambientes mediterráneos
Los ambientes mediterráneos constituyen entornos de transición entre las regiones templadas y las tropicales a la vez que entre las húmedas y las áridas. Aparecen alrededor del mar que les da nombre, donde fueron descritas en primer lugar y alcanzan su mayor extensión, pero también en el Sur y el Suroeste de Australia, en California, Chile y Africa del Sur, siempre entre 30 y 40º de latitud (44º en Europa) en la fachada occidental de los continentes y coincidiendo estrictamente con el clima del mismo nombre.
Los ambientes mediterráneos marcan la transición hacia las regiones tropicales y son característicos de las fachadas occidentales de los continentes. Fuente: Reelaboración a partir de Porse (2008). The main biomes of the world, en http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Vegetation-no-legend.PNG. |
Dada su situación y carácter de transición, coexisten en los entornos mediterráneos especies tropicales y de zonas templadas junto con otras exclusivas del área y que son fruto de la evolución holocena: el entorno y la vegetación mediterráneos son el resultado de una presión humana que se remonta a 5-10.000 años y no pueden entenderse sin tener en cuenta ese hecho.
El factor más determinante de la originalidad de los medios mediterráneos es el clima que se caracteriza por tener una estacionalidad muy marcada:
- Durante el invierno la región se ve habitualmente afectada por los vientos del Oeste propios de las latitudes medias y es recorrida por numerosas perturbaciones portadoras de inestabilidad, vientos y lluvia.
- En cambio, durante el verano, las regiones mediterráneas quedan dentro del radio de acción de los anticiclones tropicales y subtropicales por lo que el aire es cálido y seco y las precipitaciones desaparecen casi totalmente.
Las regiones costeras mediterráneas disfrutan de veranos cálidos e inviernos muy tibios, con temperaturas medias superiores a 10º durante el mes más frío y muy pocos días de helada al año.
Sin embargo, hacia el interior la sequedad de la atmósfera permite que se produzca una rápida continentalización y la amplitud térmica aumenta mucho. Ello se traduce en la existencia de inviernos relativamente fríos y veranos muy calurosos separados por estaciones intermedias de corta duración.
Las precipitaciones anuales varían mucho y pueden ir desde 200- 250 mm en los límites del desierto hasta más de 3000 mm en las áreas de montaña más expuestas a los vientos húmedos. No obstante, la mayor parte de las regiones mediterráneas presentan totales que se sitúan entre los 400 y los 800 mm pudiendo considerarse por ello como “poco lluviosas”. Estas precipitaciones se producen durante un escaso número de días al año que, según los lugares, pueden concentrarse en invierno, otoño o primavera pero son prácticamente inexistentes durante el verano lo que, unido al calor y a las elevadas tasas de evapotranspiración, genera un intenso déficit hídrico que causa un fuerte estrés en los seres vivos.
Por último, se trata de climas con una atmósfera seca y una insolación, sobre todo estival, muy importante.
Climodiagrama de Valencia (España), representativo del clima mediterráneo. Las temperaturas son suaves en invierno (permitiendo el mantenimiento de la actividad vegetal) pero altas en verano, estación en la que se produce un fuerte déficit hídrico. Fuente: Elaboración propia a partir de datos de dominio público. |
Los suelos mediterráneos
Los entornos mediterráneos son muy diversos en cuanto a sustrato geológico, agua disponible y biomasa por lo que sus suelos presentan una notable variedad y complejidad. Además, se trata de una región especialmente vulnerable frente a los procesos erosivos en la que la presión humana ha sido muy importante a lo largo de la historia y que, por esta razón, carece prácticamente de bosques intactos y donde gran parte de los suelos presenta evidencias de una alteración o degradación más o menos importante.
La edafogénesis es menos eficaz que en otras áreas ya que además de ralentizarse mucho durante el invierno a causa de las bajas temperaturas, se detiene casi totalmente en verano como consecuencia de la falta de agua. Por otra parte, los aportes de materia orgánica que suministran las plantas a través de las hojas muertas son mucho más reducidos que los de la mayoría de los demás bosques. En tales condiciones los organismos descomponedores son escasos y la humificación y posterior mineralización de la materia orgánica se producen lentamente.
Entre los suelos más habituales de los medios mediterráneos pueden destacarse dos grupos:
• Tierras pardas mediterráneas, son suelos parecidos a los de las regiones oceánicas, de los que son una variante, aunque presentan menor riqueza y desarrollo que ellos. Frecuentes sobre sustrato silíceo, presentan un perfil A/(B)/C y están genéticamente asociados a los encinares u otros bosques mediterráneos.
• Suelos rojos (frecuentemente designados con el nombre italiano de “terra rossa”). Se forman sobre sustratos tanto calizos como silíceos y por su formación pueden considerarse como subtropicales. Presentan un horizonte superior con humus mull, rico en nutrientes, bajo el que se forma otro de acumulación de arcillas que explica el color rojo intenso característico del conjunto. Su perfil es A/B/C, están bien evolucionados y son muy fértiles aunque bastante frágiles una vez que se degrada la cubierta vegetal.
Adaptación de la vegetación
El clima mediterráneo ha sido muy idealizado a lo largo del último siglo por su luminosidad y supuesta benignidad y ha dado pie a una potentísima industria turística que contribuye a que, inconscientemente, se asocien las regiones mediterráneas a las ideas de bienestar o, incluso, de “vida fácil”. La realidad, sin embargo, es muy diferente para la mayor parte de las plantas y animales que se ven obligados a enfrentarse a un medio difícil, pautado por una implacable estacionalidad y sometido con cierta frecuencia a situaciones extremas y violentas.
Los bosques mediterráneos están dominados por plantas esclerófilas, capaces de soportar la sequía y el calor, y son más abiertos y luminosos que los planocaducifolios. Foto: encinar de Quercus ilex rotundifolia en el carrascal de la Font Roja (Alicante- España). |
En las áreas mediterráneas los ciclos biológicos anuales presentan cuatro etapas diferenciadas que corresponden, más o manos, a las cuatro estaciones astronómicas. Los veranos son más largos y extremos cuanto más baja es la latitud y los inviernos se alargan, en consecuencia, en dirección hacia los polos pero, en esquema, el ciclo es el mismo en todas las regiones mediterráneas de ambos hemisferios. En el hemisferio Norte el calendario “típico” es el siguiente (en el hemisferio austral es simétrico):
- El periodo comprendido entre abril y junio corresponde a la primavera. Sus temperaturas son benignas, la iluminación intensa y las precipitaciones relativamente abundantes (aparte de que los suelos aún contienen buenas reservas de agua tras el invierno). Gracias a ello, es la época más favorable y es cuando se producen la floración y el máximo desarrollo de los vegetales.
- El verano hace coincidir las mayores temperaturas (que en estas regiones pueden llegar a ser muy altas) con la falta de lluvia. Ambos factores determinan condiciones negativas para la vegetación que se ve obligada a detener toda su actividad hasta la llegada de las lluvias otoñales.
- El otoño es breve (octubre-noviembre) aunque, de nuevo, resulta favorable a la vegetación gracias a sus suaves temperaturas y a la reaparición de las precipitaciones. Las plantas disponen de un nuevo periodo de crecimiento e incluso, en algunas especies, es posible una segunda floración anual.
- El invierno, por fin, registra temperaturas relativamente bajas que obligan a las plantas a adoptar un segundo periodo anual de reposo. Sólo en las áreas costeras más tibias el invierno puede llegar a desaparecer permitiendo a bastantes plantas eliminar este paréntesis y mantener su actividad de forma ininterrumpida desde el otoño hasta el final de la primavera.
La reducción del tamaño de la hoja, su carácter coriáceo, la adopción de formas encurvadas y la aparición de pinchos o espinas son otros tantos mecanismos de defensa contra la deshidratación muy habituales en las plantas de las regiones mediterráneas. Foto: coscoja (Quercus coccifera) típico arbusto de las zonas más secas del Mediterráneo en Teruel (España). |
La mayor dificultad que debe superar la vegetación mediterránea es la falta de agua durante gran parte del año. Por eso, la mayor parte de las plantas de esta región han adoptado una serie de mecanismos para limitar al máximo la transpiración manteniendo activa la fotosíntesis y para soportar lo mejor posible las condiciones adversas a las que se ven expuestas. Esto es lo que les da su aspecto característico ya que las plantas mediterráneas son “esclerófilas”: sus dimensiones son reducidas, así como las de sus hojas (que a veces se reducen a simples escamas o a espinas o, incluso, llegan a desaparecer por completo) y su cutícula es gruesa dando a la hoja un carácter coriáceo. Adicionalmente, las hojas pueden estar recubiertas de gomas o de resinas que la impermeabilizan (caso del madroño, Arbutus unedo), de aceites que protegen de la radiación solar (como la jara pringosa, Cistus ladaniferus), o de una pelusilla blanca, sobre todo en el envés, que aumenta el albedo y protege los estomas creando una capa de aire aislante.
En muchos casos las hojas están encurvadas limitando la exposición al sol y protegiendo parte de su superficie (casos de la encina y de la coscoja) o, incluso, son capaces de orientar la superficie de sus hojas de forma que se mantengan paralelas a la dirección de los rayos (caso del almez, Celtis australis, oriundo de toda el área mediterránea).
Numerosas especies aumentan además la concentración de sus líquidos celulares para favorecer la absorción por las raíces y limitar las pérdidas por los órganos aéreos (es el caso de los tomillos, jaras y viburnos).
Sin embargo, muchas veces lo anterior no es suficiente por lo que cuando el agua empieza a escasear las plantas cierran sus estomas reduciendo drásticamente sus intercambios gaseosos.
Otras especies presentan dimorfismo foliar y cuentan con dos tipos de hojas. Unas son caedizas y sólo permanecen durante la estación húmeda. Son anchas y transpiran normalmente facilitando el crecimiento de la planta. Otras son persistentes y aguantan durante todo el año. Sus dimensiones son muy reducidas pero bastan para mantener la respiración.
Algunas plantas recubren sus hojas con sustancias que permiten limitar las pérdidas de líquido y filtrar la radiación. Una de las más características es la jara pringosa (Cistus ladanifer) que durante los meses más calurosos del año se recubre con un aceite protector. Foto: jara pringosa (Cistus ladanifer) en Sierra Morena (España). |
Todo ello, unido a diversos mecanismos fisiológicos de defensa les permite adaptar sus ritmos a los de las estaciones y superar largos periodos de sequía sin por ello sufrir una deshidratación excesiva. Y si la esclerofilia y la panoplia de medidas descritas implican una ralentización del desarrollo vegetal, los árboles y arbustos compensan parcialmente este inconveniente conservando la hoja durante todo el año (la planta no necesita perder tiempo produciendo hojas nuevas cada año). Pese a ello, la producción de biomasa de los bosques mediterráneos no es muy elevada situándose normalmente en torno a 1 kg de fitomasa/m2/año.
Las labiadas (o lamiáceas) son una familia de herbáceas muy frecuente en la región mediterránea que incluye tomillos, romeros, orégano, lavandas y otras plantas olorosas. Esos olores provienen de las sustancias que las plantas segregan para protegerse de la aridez y defender su territorio. La morfología de la mayoría de ellas está muy adaptada al medio (hojas pequeñas y coriáceas, tallos leñosos…) Foto: romero (Rosmarinus officinalis) en Cuevas de Vinroma (Castellón- España). |
Entre las herbáceas abundan las terófitas y las geófitas, plantas capaces de completar sus ciclos vitales antes de la llegada del verano y que, gracias a ello, se acomodan bien al calendario mediterráneo. Las primeras mueren al empezar el verano, quedando sus semillas listas para germinar pasada esa estación, mientras que las segundas ralentizan su actividad y superan la estación desfavorable viviendo de las reservas acumuladas en sus bulbos.
En cambio, en los lugares donde el suministro de agua está garantizado y desaparecen los inconvenientes de la sequía estival (en las riberas fluviales por ejemplo) los recursos anteriores dejan de ser una ventaja y las especies descritas anteriormente son sustituidas por caducifolios como los chopos (Populus spp.), alisos (Alnus spp.), olmos (Ulmus spp.) o fresnos (Fraxinus spp.) de crecimiento mucho más rápido y que se imponen fácilmente. Sólo en aquellos cursos en los que el agua desaparece por completo en verano aparecen formaciones de ribera dominadas por especies esclerófilas como la adelfa (Nerium oleander).
La esclerofilia ralentiza el desarrollo de las plantas por lo que deja de ser una ventaja en los lugares en los que abunda el agua (como las riberas fluviales). En estos sitios, el bosque perennifolio es sustituido por el de especies caducifolias. Foto: valle del Gardon (Francia). Las laderas aparecen ocupadas por encinas mientras que el fondo del valle está ocupado por un bosque galería caducifolio. |
La vegetación mediterránea
Las regiones mediterráneas están recubiertas por una vegetación muy característica dominada por un bosque siempre verde de hoja esclerófila que presenta rasgos bastante similares en todas las regiones del mundo. En el Hemisferio Norte los árboles más representativos pertenecen a la familia de las fagáceas mientras que en el Sur la diversidad es mayor y coexisten lauráceas, anacardiáceas y otras familias.
En Europa la especie más extendida es la encina (Quercus ilex rotundifolia) cuya área de distribución natural que coincide casi exactamente con la superficie ocupada por el clima mediterráneo y que, por esta razón, ha sido utilizada algunas veces como criterio para delimitar la región.
La encina es la especie más representativa de la vegetación mediterránea y presenta los caracteres típicos de las plantas de esta región. Foto: encina (Quercus ilex rotundifolia) en floración en Sierra Morena (España). |
No obstante, en algunos lugares la encina cede ante otras especies más o menos emparentadas a ella como, en el Mediterráneo Occidental, el alcornoque (Q. suber), que se impone en regiones subhúmedas de inviernos suaves y sustrato silíceo, o la coscoja (Q. coccifera) que, a la inversa, compite ventajosamente en las áreas más secas.
El alcornoque se parece a la encina pero su tronco se recubre de una gruesa corteza aislante: el corcho. Foto: alcornoque (Quercus suber). |
Por fin, las áreas con suelos más pobres o los sustratos arenosos dan paso a varios tipos de pinos muy resistentes y típicamente mediterráneos como el carrasco (Pinus halepensis) o el piñonero (P.pinea).
Sobre sustratos muy pobres o arenosos y bajo clima frío el bosque esclerófilo es sustituido por coníferas de varios tipos: cipreses, enebros, pinos…. Foto: pinos y cipreses ocupando una ladera caliza en Kotor (Montenegro). |
El encinar típico consta de
- un estrato arbóreo prácticamente monoespecífico con individuos que no suelen superar 10 metros de altura pero que en condiciones óptimas pueden alcanzar 25 (la pequeña talla es una respuesta a la falta de agua),
- un estrato arbustivo (o subarbóreo, puesto que en la práctica la diferenciación es difícil) con, entre otros, boj (Buxus sempervirens), lentisco (Pistacia lentiscus, P.terebinthus), algarrobo (Ceratonia siliqua), madroño (Arbutus unedo), aladierno (Rhamnus alaternus), acebuche (Olea europaea), rosal (Rosa spp.),
- y un estrato herbáceo, poco denso, con Ruscus acculeatus, Rubia peregrina, Asplenium, Asparagus, Carex, etc. Normalmente el estrato muscinal no existe.
En contraste con el estrato arbóreo, muy poco variado, el sotobosque mediterráneo es muy rico en especies, muchas de las cuales tienen o han tenido un aprovechamiento agrario. Foto: lentisco (Pistacia lentiscus) en Cerdeña (Italia). |
Denotando su carácter transicional hacia los dominios tropicales, las regiones mediterráneas incluyen en los lugares más cálidos un buen número de taxones pertenecientes a grupos propios de latitudes bajas. Por ejemplo, en la cuenca mediterránea aparecen dos especies de palmeras, el palmito (Chamaerops humilis) y la palmera cretense (Phoenix theophrastii) mientras que, de forma simétrica, en Chile aparece la palma chilena (Jubaea chilensis) marcando respectivamente los límites septentrional y meridional de las palmáceas.
Las regiones mediterráneas marcan el límite latitudinal natural para un buen número de taxones tropicales tales como las palmáceas. Foto: palmeral de palma cretense (Phoenix theophrasti) en Voi (Creta- Grecia). |
Pero a pesar de su aparente homogeneidad, las regiones mediterráneas presentan una gran variedad de paisajes: el relieve, abrupto y compartimentado, determina la existencia de numerosos y muy marcados microclimas que, a su vez, permiten la aparición de facies "secas" y de facies húmedas o de montaña en la vegetación.
En la cuenca mediterránea las montañas situadas al Norte introducen un factor de enfriamiento a la vez que, favoreciendo los movimientos convectivos y reteniendo la humedad, reducen la duración y la intensidad de la estación seca. En ellas, por encima del piso del encinar aparece otro caducifolio o semicaducifolio a base de rebollo (Quercus pyrenaica), quejigo (Q. faginea), u otras especies de requerimientos similares. A una altitud superior se pasa frecuentemente al bosque planocaducifolio que aprovecha las frecuentes nieblas y el óptimo pluviométrico de montaña. Así, hacen su aparición las hayas y robles o las coníferas propias de los climas fríos. De este modo, el último piso forestal está ocupado por pinos en los Pirineos (Pinus sylvestris, P.uncinata) o por abetos en los Alpes Marítimos (Abies alba, Picea abies).
Las montañas meridionales son mucho más secas ya que no logran hacer desaparecer la aridez estival. Por esta razón el piso planocaducifolio no aparece y del bosque esclerófilo se pasa directamente al de coníferas: en las Béticas reaparece el abeto (Abies pinsapo), en el Atlas o Mte Líbano los cedros (Cedrus atlantica, C.libani) y en otros lugares diversas especies de pinos. Frecuentemente aislados desde el Pleistoceno, estos poblamientos de coníferas constituyen muchas veces enclaves botánicos de gran valor que albergan los últimos cientos de individuos de algunas especies endémicas.
El pinsapo, por ejemplo, no crece más que en tres puntos de la serranía de Ronda y en otro del Rif -aunque se ha introducido en Centroeuropa para producir madera-.
Las montañas mediterráneas albergan algunas poblaciones de coníferas endémicas de gran interés resultado de la evolución “in situ” de especies que llegaron durante los periodos más fríos del Cuaternario. Foto: bosque de cedros (Cedrus libani) en El Arz (Líbano). |
A veces, cuando la aridez es marcada, la vegetación arbórea se limita a una discontinua cubierta de enebros y sabinas, coníferas muy sobrias y resistentes tanto al frío como a la sequía.
En América del Sur los bosques mediterráneos, muy menguados también por la presión humana, presentan rasgos similares a los descritos. Están conformados por árboles esclerófilos de mediano porte pertenecientes a varias especies entre los que se encuentran el quillay (Quillaja saponaria), boldo (Peumus boldus) y litre (Lithraea caustica) aunque, tal como ocurre en Europa, presentan una gran diversidad de microambientes que facilita la entrada de taxones procedentes de las regiones vecinas tanto áridas como oceánicas (palmáceas, cactáceas, Nothofagus...)
En América tanto los bosques como las especies existentes en ellos están sometidos al mismo tipo de factores de estrés y presentan una morfología y una ecología muy similares a los de la cuenca mediteránea. Foto: a la izquierda, bosque mediterráneo en el valle del Mapocho (Chile). A la derecha, Quercus agrifolia en California (EEUU).. |
Por último, en determinados valles, posiciones de abrigo y altiplanos interiores aparecen formaciones esteparias. En estos lugares se suman los inconvenientes de una larga sequía estival (acentuada por los citados efectos de abrigo) y de un invierno tanto más frío cuanto mayores sean la altitud y la distancia al mar. La amplitud térmica es importante, las mínimas invernales bastante bajas y el total anual de precipitaciones suele oscilar entre los 250 y los 400 mm., lo que implica un fuerte déficit hídrico. Tanto en el centro de la península Ibérica como en Anatolia o en el interior de California, lugares en los que el fenómeno es muy patente, estas circunstancias son responsables de la aparición de semidesiertos bastante originales.
En la región mediterránea es difícil discernir entre las formaciones esteparias naturales y las de origen antrópico y la interpretación de la vegetación de algunas zonas plantea grandes interrogantes. La mayor parte de los tomillares, espartales y estepas de gramíneas circummediterráneas han sido objeto, y en gran medida son consecuencia, de una explotación humana muy antigua y su pobreza debe atribuirse muchas veces al resultado de una prolongada erosión del suelo. Es sintomático que muchas de estas regiones coincidan con los lugares donde se desenvolvieron algunas de las más antiguas culturas agrarias de la humanidad: el trigo, la cabra o la oveja se domesticaron en lugares hoy cubiertos de cárcavas.
Del mismo modo, al hacerse el clima más árido en dirección hacia los trópicos, los entornos mediterráneos van empobreciéndose de manera gradual hasta convertirse en estepas que, muy deprisa, dan paso al desierto. Tanto en el Norte de África como en California, Chile, Australia u Oriente Medio la transición es muy rápida y la frontera resultante bastante permeable lo que permite a las regiones mediterráneas y desérticas vecinas compartir un buen número de especies y rasgos paisajísticos.
En algunos valles y sobre sustratos adversos (por ejemplo, sobre yesos) aparecen en la región mediterránea formaciones esteparias o semidesérticas de gran interés. Foto: vegetación esteparia en los Monegros (Zaragoza- España). |
Como puede verse a partir de lo anterior, el mosaico de biotopos que existe en las regiones mediterráneas es muy complejo. Además, al estar la región situada en una posición de transición entre los biomas tropicales y los de latitudes altas, muchos taxones procedentes de estas áreas coinciden de una u otra forma en el mediterráneo (como ocurre, por ejemplo, con los abetos y las palmeras) convirtiéndolo en una de las áreas más importantes del mundo por su biodiversidad.
Las formaciones secundarias y de origen artificial
La cuenca mediterránea es una de las regiones más transformadas de la tierra y se puede considerar que en ella no existen bosques primarios. En cambio, la mayor parte del territorio está ocupada por formaciones de sustitución que, pese a su origen más o menos artificial, son las que caracterizan los paisajes mediterráneos, contienen una notable biodiversidad y revisten un gran valor para la conservación por lo que no pueden dejar de incluirse en este capítulo.
A ello hay que añadir que las masas forestales que hoy observamos y que se han descrito más arriba están relegadas a las zonas menos favorables por lo que sus caracteres podrían no ser estrictamente los mismos que los del bosque primitivo, asentado sobre mejores suelos y emplazamientos.
El caso es que fuera de algunos raros puntos, el encinar está adehesado o ha dado paso a masas mixtas (con mezcla de especies) o formaciones de sustitución tales como las maquias, las garrigas o incluso, en los casos más extremos, a estepas.
Las maquias son formaciones arbustivas densas resultado de la degradación de los bosques y en la actualidad recubren mayor superficie que ellos. Foto: maquia en la Sierra de Capoterra (Cerdeña- Italia). |
La maquia es una formación de matorrales y arbustos compuesta por las mismas especies del encinar aunque con una mayor representación relativa de las especies típicas del estrato arbustivo. Carece de verdaderos árboles y es muy impenetrable pese a contener algunos claros intercalados. De forma general las maquias son consecuencia de talas e incendios repetidos y suelen considerarse normalmente como antrópicas pese a constituir las masas vegetales más extendidas.
No obstante, el concepto mismo de "naturalidad" y el papel mismo del fuego en estos medios se prestan a discusión y el tema no está totalmente resuelto. Formaciones con fisionomías y dinámicas sorprendentemente parecidas a las de las maquias de la cuenca mediterránea aparecen en las demás regiones "mediterráneas" de la tierra. Así, se estima que el chaparral californiano (ya descrito en el siglo XIX antes de que la presión humana fuera importante) es consecuencia de incendios que se repiten de forma natural, como promedio, cada 25 ó 30 años. Su conservación actual exige incluso a los gestores de los espacios naturales realizar quemas controladas de forma periódica.
Si las talas o quemas son muy frecuentes y las superficies son además pastoreadas, las maquias pueden dar paso a formaciones abiertas, sin árboles ni, a la larga, especies leñosas: las garrigas que, a su vez, pueden terminar convirtiéndose en tomillares y espartales, ambientes esteparios de transición hacia los paisajes de climas áridos (aunque, en este caso, su origen no sea estrictamente climático).
Estas formaciones están dominadas por un escaso número de especies: coscoja (Quercus coccifera), enebros y sabinas (Juniperus spp.), jaras (Cistus spp.), romeros (Rosmarinus officinalis), tomillos (Thymus spp.), lavandas (Lavandula spp.),etc. presentando una cierta variedad en relación con el sustrato y con las condiciones climáticas locales.
En la garriga las especies arbóreas y los arbustos desaparecen quedando sólo una cubierta herbácea y de matorral que, sin embargo, puede albergar una notable biodiversidad vegetal.. Foto: garriga en el occidente de Creta (Grecia). |
El uso de los nombres "maquia" y "garriga" es, pese a su popularidad, bastante problemático. El término “maquia”, de origen italiano, hace alusión en su lugar de origen a formaciones que prosperan sobre sustrato silíceo mientras que la palabra “garriga”, originaria de Provenza, sirve en aquella región para designar formaciones calcícolas. Por esa razón, hay autores que les otorgan una componente litológica y edáfica mientras que otros no tienen en cuenta este factor:
Lacoste y Salanon, por ejemplo, las consideran formaciones litológicas y edáficas (para ellos la maquia se asocia a rankers y la garriga a rendsinas). Sin embargo, Demangeot, Braun Blanquet, Walter y otros las consideran como etapas sucesivas de degradación, interpretación que se adopta en este documento.
La fauna de las regiones mediterráneas
Las regiones mediterráneas proporcionan a la fauna una fitomasa moderadamente abundante de origen y características muy diversas. Dado el carácter perennifolio de gran parte de las especies, ello significa que los animales fitófagos disponen de recursos alimentarios a lo largo de todo el año a la vez que de una gran variedad de hábitats
Por otra parte, el verano resulta estresante para la fauna a causa del calor y de la sequía pero, contrariamente a las plantas, los animales pueden desplazarse en busca de agua por lo que, siempre que existan ríos, humedales u otros lugares adecuados para aprovisionarse de ella, el clima no suele ser un factor excesivamente limitante para la mayor parte de las especies.
Todo lo anterior hace que la región pueda considerarse como favorable a la fauna y permite que, del mismo modo que ocurría con las plantas, coexistan taxones tropicales y de latitudes altas permitiendo la existencia de una elevada zoodiversidad.
Además, durante los periodos fríos del Cuaternario la región mediterránea sirvió de refugio a numerosas plantas y animales de los que poblaciones más o menos importantes permanecieron en la región tras el calentamiento postglaciar en lugar de volver a sus regiones de origen como hicieron la mayor parte de sus congéneres. Aisladas, estas poblaciones evolucionaron in situ adaptándose a las condiciones mediterráneas y generando nuevas especies lo que se traduce hoy en una elevada tasa de endemicidad. De este modo, cerca del 60% de los anfibios y reptiles de la cuenca mediterránea son exclusivos de ella.
Los reptiles se acomodan muy bien a las condiciones mediterráneas gracias a la suavidad de los inviernos y a su capacidad para soportar la sequía y son muy abundantes en la región. Foto: culebra de herradura (Coluber hippocrepis) en Extremadura (España). |
En el caso de los mamíferos, más tolerantes y que en general son capaces de desplazarse a mayores distancias, son más frecuentes las especies “compartidas” con las áreas vecinas tanto de bosque caducifolio como de los ambientes tropicales. Así, junto al ciervo (Cervus elaphus) o el lince (Lynx spp), animales característicos de los bosques del Centro y Norte de Europa, aparecen macacos (Macaca sylvanus) o, hasta hace un siglo, leones (Panthera leo leo). Sin embargo, aunque las especies o géneros sean los mismos, el comportamiento o ciertos aspectos de su morfología, talla o pelaje pueden variar ligeramente. Por ejemplo, es normal que muchos animales sean más pequeños o adopten una piel moteada, mucho más mimética en el bosque mediterráneo que las de colores lisos habituales en el Norte de Europa (gamo, lince ibérico...).
Por fin, las regiones mediterráneas son muy ricas en aves ya que a las residentes habituales se une un enorme contingente de migratorias que atraviesan la zona en sus desplazamientos estacionales o que pasan temporadas más o menos prolongadas en ella. Se ha estimado que unos 2000 millones de aves migratorias pertenecientes a 150 especies diferentes se detienen a descansar o a invernar en los humedales mediterráneos.
Los ambientes mediterráneos son muy ricos en aves abundando tanto las migratorias, que invernan o descansan en la región en muy gran número, como las residentes permanentes especializadas en los medios abiertos o forestales. Foto: perdiz en Cabo Sounion (Grecia). |