Aunque abarquen extensiones muy amplias y todo lo que se diga a esta escala no son más que generalizaciones, las regiones de latitudes medias son, en general, las más favorables a la presencia y a las actividades humanas gracias a su clima moderado y a la fertilidad de sus suelos. En ellas aparecieron y se desarrollaron algunas de las más importantes culturas de la historia y en ellas se encuentran la mayoría de los países más ricos y avanzados tecnológicamente. No es extraño por eso que se trate de áreas con densidades de población elevadas y con un medio natural muy transformado desde antiguo. 

Tanto es así que en Europa, Oriente Medio, regiones orientales de China o gran parte de los Estados Unidos no existen en la actualidad formaciones vegetales primarias o que puedan considerarse verdaderamente “intactas”: la vegetación de todas estas regiones ha sufrido los efectos de una prolongada presión humana y sólo las especies capaces de soportar dicha presión (o que, incluso, se han beneficiado de ella), han logrado pervivir ocupando el nicho de las que se iban extinguiendo y dando lugar a nuevos ambientes. 

 

49,-Hunsruck 

En las regiones oceánicas la mayor parte de la superficie forestal ha desaparecido y ha sido sustituida por parcelas cultivadas o de pasto. En las áreas montañosas o de colonización más antigua, la propiedad está muy fragmentada y suelen quedar pequeñas parcelas forestales intercaladas entre los campos lo que diversifica los hábitats y favorece el mantenimiento de bastantes especies.

Foto: Hunsrück (Renania-Palatinado, Alemania).

 

 

La transformación ha sido tan importante y tan generalizada que en algunas regiones ni siquiera se tiene la seguridad de cómo pudo ser la cubierta vegetal “originaria” y la totalidad del territorio presenta paisajes con una fuerte componente cultural (generalmente agraria).

En las regiones oceánicas la presión agraria ha supuesto la sustitución del bosque por cultivos y prados, en ocasiones rodeados con setos vivos compuestos por especies autóctonas, formaciones de sustitución como las landas o, más recientemente, plantaciones forestales con árboles de crecimiento rápido (eucaliptos, pinos u otros). Generalmente la propiedad está muy fragmentada, las parcelas son pequeñas y se conservan retazos de arbolado autóctono lo que da lugar a una cierta diversidad de ambientes. Este hecho, unido a la elevada productividad y gran capacidad de recuperación de estos medios (que aparecen “siempre verdes”), ha facilitado la supervivencia de muchas especies que se han adaptado a la transformación del paisaje y a la presencia humana. Por eso, y aun siendo una creación humana, los prados y pastizales de muchas regiones oceánicas constituyen hoy auténticos ecosistemas de gran valor para la conservación.

 

50,-Psiloritis-Monte-Ida 

Los paisajes actuales de las áreas mediterráneas son el resultado de una prolongada presencia humana sobre el territorio y no existen bosques primarios. Sin embargo, existe una gran diversidad de ambientes y la región, pese a su intensa transformación, aún alberga una notable biodiversidad.

Foto: Psiloritis y Monte Ida (Creta, Grecia).

 

 

En condiciones naturales el aprovechamiento agrario de las regiones mediterráneas es más difícil y los rendimientos resultan siempre inciertos a causa de la irregularidad de la lluvia y de la limitada productividad de estos ambientes. Sin embargo, la producción se vuelve muy importante cuando la agricultura se practica intensivamente sobre buenos suelos y mediante regadío lo que requiere no solo un gran esfuerzo humano sino también, inevitablemente, una total artificialización del medio. Ello explica que los valles, las llanuras y las comarcas litorales hayan sido totalmente transformados desde la antigüedad y que los paisajes de todos estos lugares, dominados por elementos culturales, dejen muy poco sitio a la naturaleza.

Las zonas de monte son más valiosas ambientalmente aunque tampoco conservan bosques primarios. Éstos han sido objeto de una intensa explotación a lo largo de la historia y han dado paso a formaciones de sustitución (maquias, garrigas...) o a masas arboladas más o menos densas en las que los caracteres naturales y los resultantes de la acción humana aparecen muy imbricados. El caso más interesante es el de las dehesas, creadas mediante el aclareo de encinares, alcornocales u otros bosques con objeto de hacer posible un aprovechamiento ganadero, forestal y cinegético, y que ofrecen un refugio adecuado a un gran número de especies de fauna. 

Los incendios son muy frecuentes en las regiones mediterráneas debido a la conjunción de sequedad y altas temperaturas. Su repetición a lo largo del tiempo (y su cada vez mayor frecuencia a medida que aumentaba la presencia humana) explica algunas de las características de la vegetación, que aparece dominada por especies pirófitas (tolerantes al fuego). Así, el alcornoque está protegido por su gruesa corteza de corcho mientras que la encina y la coscoja rebrotan bien de raíz y la semilla de las jaras se dispersa gracias al fuego. De hecho, el protagonismo de algunos tipos de plantas sólo puede explicarse en relación con los incendios: algunos pinares, por ejemplo, no se regeneran si las semillas de sus árboles caen a la sombra de un estrato arbustivo denso y, por esta razón, los pinos suelen verse favorecidos por los incendios que, destruyendo el matorral, eliminan competidores y favorecen comparativamente la propagación de sus semillas, muy resistentes al fuego. 

 

51,-Fuencaliente,-rebrote-del-pinar-tras-un-incendio 

Los incendios han tenido un gran protagonismo en la construcción de los actuales paisajes de latitudes medias (en particular de los mediterráneos) y han sido un importantísimo factor de selección natural. Con el tiempo, las especies intolerantes al fuego han acabado desapareciendo al ser incapaces de competir con las que si lo soportan (plantas “pirófitas”). 

Foto: rebrotes de pino canario (Pinus canariensis) tras un incendio (La Palma- España).

 

 

No obstante, es importante distinguir entre los incendios naturales, que siempre han existido, y los provocados, mucho más frecuentes hoy que los primeros, cuya consecuencia es un rápido empobrecimiento de la vegetación y la erosión irreversible del suelo. Si el ritmo con el que se repiten los fuegos da tiempo a la regeneración del bosque, los incendios contribuyen a la diversidad de estadios sucesionales de las masas vegetales sin poner en peligro la conservación de las especies y, por lo tanto, son un factor de biodiversidad. Sin embargo, si los incendios se repiten con excesiva frecuencia, no hay tiempo suficiente para que las masas vegetales alcancen las etapas de madurez y el conjunto, poco a poco, se irá empobreciendo.

Las estepas y praderas han mantenido a lo largo del tiempo densidades de población muy bajas y eso ha permitido que amplias extensiones de las mismas hayan llegado en un estado próximo al natural hasta una época muy reciente. Sin embargo, se trata de espacios abiertos en los que numerosas hierbas encuentran condiciones ideales y que, por esa misma razón, resultan muy apropiados para el cultivo de cereales (maíz, trigo, cebada…) y oleaginosas (girasol, soja). Por eso, a lo largo del último siglo grandes extensiones de las praderas templadas han sido modificadas para la siembra de granos. 

Por otra parte, las estepas son muy aptas para el pastoreo actividad que, si bien se viene practicando desde hace milenios, se ha intensificado mucho y que hoy ejerce una presión mucho más intensa que la que producían los ungulados nativos. Además, se ha comprobado que la ganadería de estas regiones contribuye a modificar la composición de la cubierta vegetal ya que los animales son selectivos y la presión que ejercen sobre las diferentes especies es desigual.

Las especies de estas formaciones herbáceas son heliófilas, se desarrollan muy deprisa en cada primavera (o tras cada incendio) y tienen una gran capacidad de dispersión y colonización por lo que cuando son introducidas en otros continentes, se convierten fácilmente en invasoras, ocupando rápidamente los lugares alterados y compitiendo con las especies nativas. Esto, junto al pastoreo, ha sido la causa de importantes cambios en la composición de las praderas de numerosas regiones, especialmente en América del Norte y Europa, por lo que, en la práctica, las verdaderamente “naturales” son hoy muy escasas.

 

52,-Ucrania,-cultivos 

Las estepas son muy favorables para los cultivos herbáceos (cereales, girasol…) lo que ha supuesto la casi total transformación de amplísimas extensiones de América del Norte y de Eurasia Occidental donde la práctica totalidad del territorio está hoy parcelado y ocupado por una agricultura intensiva que deja muy pocas posibilidades a las especies autóctonas.

Foto: cultivos ocupando la antigua estepa en Ucrania.

 

La transformación de las regiones de latitudes medias ha supuesto la desaparición de algunas formaciones, una alteración más o menos grave de las restantes así como la extinción de buen número de especies (al menos en su estado natural). Ello afecta a todos los grupos biológicos pero resulta especialmente patente en el caso de los animales ya que los cambios han alterado el conjunto de las redes tróficas rompiendo el equilibrio preexistente entre las especies. 

El lince ibérico (Lynx pardinus), por ejemplo, se alimenta casi exclusivamente de conejos, que también sirven de alimento al zorro, gato montés, meloncillo u otros predadores. La presencia del lince limita el número de conejos y, de este modo, impide la proliferación de sus competidores en las áreas donde vive. Por eso, la desaparición del lince permite un rápido aumento del número de los demás carnívoros (lo que, a su vez, incrementará la presión sobre otros animales…). 

Del mismo modo, la desaparición o enrarecimiento de grandes rapaces como las águilas imperial, real o perdicera favorece la multiplicación de los córvidos…

Pero en las latitudes medias también se encuentran los países en los que la ciudadanía tiene una mayor conciencia ambiental y donde la conservación de los espacios naturales, de las especies y, más recientemente, de los paisajes propios de cada región se ha convertido en una verdadera exigencia social. 

Las actuaciones para la conservación, muy complicada siempre dado el elevado grado de alteración del entorno, se iniciaron con la creación de parques nacionales u otros espacios protegidos (el primero de los cuales, el de Yellowstone, data de 1872). Estos han permitido salvar en un estado más o menos primigenio algunas áreas de gran interés y gracias a ellos se han obtenido algunos éxitos notables. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX se fue comprobando que, demasiadas veces, los parques nacionales se habían convertido en islas de naturaleza mantenidas artificialmente en medio de territorios en los que se podía hacer cualquier cosa lo que comprometía la viabilidad a medio plazo no sólo de los propios espacios sino también de numerosas especies que dependen de ellos. Esta situación impulsó la creación de redes transnacionales y de corredores destinados a coordinar criterios de actuación y conectar los diferentes espacios protegidos (Red Natura 2000, Corredor Biológico Mesoamericano…). Además, empezaron a multiplicarse los acuerdos internacionales (Directiva de Aves, acuerdos Ramsar...) y las normas destinadas a proteger especies concretas con independencia de que éstas se encuentren dentro o fuera de los espacios protegidos.

Por fin, durante las dos últimas décadas, se ha ido asumiendo la idea de que en muchas regiones no existen espacios estrictamente naturales y de que las actuaciones y normas de conservación deben extenderse a la totalidad del territorio. Lo que hoy consideramos “natural” o “bien conservado” es siempre el resultado de un equilibrio entre las componentes natural y social del territorio. Los animales y plantas se han adaptado a la presencia humana y a la artificialización del territorio y cualquier cambio brusco, por desaparición de cultivos o abandono de pastos, por ejemplo, no implica necesariamente una “vuelta a la naturalidad” sino que, paradójicamente, puede suponer a veces una pérdida de diversidad.   

 
Última modificación: jueves, 29 de junio de 2017, 12:48