Todavía en la actualidad en Europa mucha gente tiene una imagen idealizada y romántica de la sabana o de la “selva virgen” (entendiendo por tal los bosques tropicales y ecuatoriales). Todas esas personas imaginan aquellos lugares como entornos prístinos muy hermosos (no se concibe que “lo natural” no lo sea), pero impenetrables, “inexplorados”, hostiles y llenos de peligros para el “hombre blanco” dada su supuesta “falta de adaptación” a ellos. 

Esta visión eurocéntrica de los ambientes intertropicales data del siglo XIX, momento de las grandes “exploraciones” y de los libros de viajes y ha sido perpetuada a través de los manuales escolares, los libros de aventuras o los relatos de misioneros de la primera mitad del siglo XX, en los que se describían los territorios y poblaciones sometidos a las administraciones coloniales en términos paternalistas e incidiendo mucho en las dificultades que era necesario vencer para domeñar el territorio y “civilizar” a sus habitantes. 

 

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Representación de la selva de Guayana en 1839.

Imagen: documento de dominio público.

 

En la actualidad, el lenguaje y la consideración que reciben los países de aquellas regiones han cambiado pero la fascinación y el halo de misterio que ejerce su entorno no han variado demasiado, alimentados por el cine (“Memorias de África”, “La Selva Esmeralda”…), la caricaturización de un cierto “exotismo” por parte de la industria turística o la propia autocomplacencia de mucha gente, reconfortada por la idea de vivir en un país “normal” en el que no existen todos esos “inconvenientes”.   

La idea de la “selva virgen” forma parte del subconsciente colectivo y lleva a imaginar una naturaleza “pura” que se mantendría intacta en algunas regiones “inexploradas” de la tierra. Es cierto que en la Amazonia, Indonesia, Papuasia y otros lugares todavía existen bosques primarios que nunca han sido hollados por personas procedentes de otras regiones pero esto también ocurre en Siberia o en el Noroeste de Canadá donde se dice que es preciso “matar el árbol para hacer tierra”. 

De hecho, esta concepción del bosque siempre ha existido (al menos en la cultura occidental) y éste ha sido considerado a lo largo de la historia como la frontera entre “lo humano” y lo “no humano”, entre “la cultura” y “lo salvaje” o, incluso, entre “mi entorno” y “el entorno que no conozco”. Recuérdese que la palabra “forastero” designa al que viene “de otro sitio” pero su raíz latina hace referencia al bosque (“foresta”). Lo “no humano” se considera incontrolado y asusta: el que se adentra en la “selva virgen” “está condenado” a perderse y a angustiarse por la soledad y por el sentimiento de indefensión frente a lo desconocido.

 

Gustave_Dore_Inferno,-Divina-Comedia 

Hasta una época muy reciente el bosque ha simbolizado lo desconocido y ha producido fascinación a la vez que temor.

Imagen: la entrada del infierno. Grabado de Gustave Doré para la Divina Comedia. Documento de dominio público.

 

Los grandes bosques fueron explorados, explotados y, en su mayor parte, destruidos entre el Neolítico y la Edad Moderna en toda Europa y la totalidad del espacio se ha terminado incorporando en el “territorio cotidiano” de sus habitantes. Sin embargo, esa noción de “frontera” pervive en el imaginario colectivo aunque desplazada a las “regiones inexploradas” del trópico.

Sin embargo, los entornos tropicales, pese a ser relativamente nuevos para los habitantes de latitudes medias o incluso para la ciencia, fueron probablemente la cuna de la humanidad y en su gran mayoría han sido ocupados desde hace milenios. Los habitantes de estos medios conocían muy bien el ambiente en el que se desenvolvían, desarrollaron modos de vida adaptados a él y explotaron selectivamente la totalidad del territorio y de sus recursos. 

 

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Algunas regiones que los exploradores europeos encontraron cubiertas de selva estuvieron ocupadas, siglos atrás, por cultivos o ciudades o fueron explotadas por distintos grupos humanos.

Foto: recuperación de la selva y crecimiento de grandes árboles sobre las ruinas del templo medieval de Ta Prom, en Angkor Vat (Camboya).

 

En muchos casos la población era reducida por lo que el medio se recuperaba fácilmente tras el paso de una comunidad y los impactos que ésta producía eran limitados (o no han dejado huellas que hayamos sido capaces de identificar). Sin embargo, en otros, la presión humana fue mayor y el medio quedó irremediablemente alterado por ella dando lugar a formaciones de sustitución, cuando no a nuevos ambientes, que los primeros exploradores y científicos consideraron “vírgenes” a la vista de su exuberancia y del carácter novedoso que tenían para ellos. 

 

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Las roturaciones incontroladas están transformando radicalmente los paisajes tropicales y suponen la destrucción de ecosistemas insustituibles.

Foto: nuevos cultivos a costa de superficies forestales en la Amazonia (distrito del Beni, Bolivia).

 

Los ejemplos son numerosos e incluyen la selva que recubrió extensiones anteriormente roturadas por los mayas en el Sur de México, la jungla instalada sobre las ruinas del antiguo imperio Khmer en Camboya o, incluso, amplias extensiones de la Amazonia en las que antes de la llegada de los europeos existieron sociedades sedentarias muy pobladas que roturaron el bosque para practicar la agricultura. Y lo mismo se puede decir de la mayoría de las sabanas que, en su apariencia actual, son el resultado de los incendios repetidos y de una presión ganadera a veces milenaria. Con todo, y aunque la idea, muy extendida, del indígena respetuoso con el medio y preocupado por la sostenibilidad de sus prácticas vuelve a ser un mito con escaso fundamento, es evidente que en las áreas intertropicales se han conservado muchas áreas de bosque gracias a la escasa presión que las poblaciones nativas ejercieron sobre el medio y a la gran capacidad de recuperación de éste. Sin embargo, la destrucción o crisis de los modos de vida ancestrales dieron paso a la aparición de nuevas formas de explotación del territorio, a veces importadas miméticamente desde otras regiones y absolutamente inadaptadas a las particularidades de los trópicos, y a un incremento sin precedentes de la presión ejercida sobre el medio. Durante el periodo colonial no existía la actual conciencia ambiental, los derechos sobre la tierra de los pueblos autóctonos no eran reconocidos y se produjo una apropiación de extensas superficies para su roturación y puesta en cultivo o conversión en pastos. Estas prácticas adquirieron su máxima intensidad en la primera mitad del siglo XX favorecidas por el derrumbamiento de las sociedades tradicionales y la aparición de los cultivos destinados a la exportación (hevea, cacahuete, cacao, café…) pero la situación se ha prolongado hasta la actualidad con la anuencia de la mayoría de los gobiernos o incluso estimulada por ellos. Por fin, el fuerte aumento de la presión demográfica y la sedentarización de la población se han convertido durante las últimas décadas en nuevos factores de presión de forma que la frontera agraria sigue progresando a costa del bosque en la mayoría de los países a un ritmo imparable (Brasil, Indonesia, Malasia…) causando el saqueo de los recursos y la destrucción de un patrimonio único.

Como consecuencia de todo lo anterior, hay países de la franja intertropical en los que los bosques han desaparecido totalmente y donde el medio está tan artificializado como podría estarlo el de cualquier “viejo país” de latitudes medias pero con el agravante de que la pobreza, la escasa conciencia ambiental y la debilidad de los gobiernos dificultan mucho la adopción de políticas de conservación-recuperación como las existentes en los países más ricos.  

 

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En la actualidad la mayor parte de la superficie de las regiones intertropicales está tan antropizada como puede estarlo la de las latitudes medias y muchos de los rasgos de sus paisajes más valiosos tienen un origen cultural.

Foto: arrozales en terrazas en Blimbing (Bali-Indonesia).

Última modificación: martes, 18 de julio de 2017, 12:51