Desde un punto de vista biogeográfico, las montañas se comportan como islas. En ellas reinan unas condiciones muy difíciles y totalmente distintas de las del entorno lo que las convierte en un “mundo aparte” para la mayoría de los seres vivos. 

Los animales y plantas que viven en las zonas más altas han logrado acomodarse a esas condiciones peculiares tras una evolución que les ha convertido en organismos sumamente especializados y que les ha dotado de recursos y estrategias adecuados para soportar simultáneamente el frío, la nieve, el viento, la falta de agua, la escasez de suelo y la elevada radiación. Gracias a ello ningún otro organismo carente de todas estas adaptaciones es capaz de desbancarles en los ambientes de montaña que constituyen su territorio y donde se encuentran a salvo de la competencia externa. 

Sin embargo, esta ultraespecialización conlleva la adquisición de una serie de caracteres que se convierten en inconvenientes en otras regiones no sometidas a las duras condiciones de montaña: las plantas son pequeñas, crecen muy despacio, soportan mal el calor (o, incluso, la falta de frío), requieren mucha luz… y ello les sitúa en una posición de inferioridad competitiva en la llanura donde, en la práctica, no son capaces de instalarse. 

Lo anterior implica que las poblaciones de cada cordillera se encuentren aisladas y no son capaces de extenderse por sus propios medios hasta otras montañas distintas atravesando áreas bajas intermedias. Por eso, a corto plazo, la dispersión sólo es posible cuando existe un transporte de semillas a larga distancia por parte de aves migratorias o muy divagantes o, a veces, por parte del viento aunque la probabilidad de éxito es siempre ínfima.

No obstante, a largo plazo, la vegetación de montaña consigue “comunicarse” con la de las demás regiones: dado que los pisos de vegetación se explican por el clima y que sus límites suelen coincidir con umbrales muy precisos de temperatura, humedad o insolación, cualquier cambio climático repercute de forma inmediata en la distribución potencial de la vegetación de montaña. Así, una diferencia de 1ºC hace subir o bajar más de 150 metros los límites altitudinales de cada piso. 

Si se produce un enfriamiento, los ecosistemas de montaña se extienden paulatinamente hacia altitudes más bajas hasta, en los casos extremos, instalarse en el llano (en el que las condiciones acaban siendo similares a las que anteriormente hubo en las cumbres). Eso es lo que ocurrió a lo largo del Pleistoceno cuando la vegetación de latitudes altas se vio una y otra vez obligada a migrar hacia el Sur a causa del frío hasta quedar detenida por alguna cadena montañosa al tiempo que la vegetación de montaña descendía hasta el llano por la misma razón (véase el capítulo 2.3: Los cambios de distribución en el tiempo). En cada ocasión, ambos tipos de cubiertas vegetales se fundían en una única hasta la llegada del siguiente calentamiento que obligaba a las plantas a retornar a sus regiones de origen o a las zonas más altas, y menos calurosas, de montaña.

Cuando se produce un calentamiento ocurre lo contrario y la fauna y vegetación de montaña ganan altura buscando el frescor necesario. Mientras tanto, las plantas de la llanura van extendiéndose a su costa en los niveles inferiores. Esta situación constituye un riesgo importante para las comunidades de montaña que van disponiendo de menor superficie a medida que ascienden y que, alcanzada la cumbre, no pueden seguir haciéndolo y pueden desaparecer “engullidas” por el avance de las que les siguen.

Por esta razón, la flora de montaña se ha enriquecido en cada uno de los periodos fríos gracias a la incorporación de taxones procedentes de latitudes más altas y se ha empobrecido en los cálidos, durante los cuales ha permanecido aislada y acantonada en superficies muy reducidas.

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La alternancia de los periodos glaciares e interglaciares ha ido acompañada de desplazamientos en latitud y altitud de los diferentes biomas y ha enriquecido a los medios de montaña con especies procedentes de latitudes altas. 

Fuente: elaboración propia.

 

En América la situación es algo distinta ya que la disposición Norte-Sur de las principales cordilleras favorece los desplazamientos de las distintas especies durante los cambios climáticos y la mayoría de los organismos puede emigrar en latitud sin necesidad de cambiar de altitud reduciendo la vulnerabilidad de las distintas comunidades frente a los cambios climáticos.

Estos contactos cíclicos que han tenido las comunidades de montaña con las de los biomas situados en latitudes más altas explican en buena medida sus similitudes: numerosas plantas y animales del piso alpino tienen su origen en la tundra, otras tantas del montano proceden del bosque boreal y así sucesivamente. De ahí que muchos taxones se encuentren en una o más cordilleras de latitudes medias y, al mismo tiempo, en regiones frías bastante alejadas de ellas. En tales casos se habla de áreas de distribución “boreoalpinas”.

Ranunculus glacialis, por ejemplo, es una de las plantas capaces de instalarse a mayor altitud en los Alpes ya que ha sido observada a 4300 metros. Ausente en los niveles bajos, existe también en Sierra Nevada, Pirineos y Cárpatos y en el entorno Ártico, en Féroe, Jan Mayen, Islandia, Groenlandia...

Sin embargo, dadas las diferencias ambientales que existen entre las regiones de montaña y las de latitudes altas, las pequeñas poblaciones aisladas en los macizos montañosos van a evolucionar con independencia de cómo lo haga la “población madre” y, muy rápidamente, van a dar lugar a especies nuevas. Esto explica lo abundantes que son los endemismos en las áreas de montaña. Como regla general, cuanto más alejadas se encuentren dos poblaciones y más hayan cambiado sus medios respectivos a lo largo del tiempo, más probable es que se produzca una divergencia evolutiva y, con ella, la diferenciación de nuevas especies.

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Las especies boreoalpinas presentan una distribución disjunta al aparecer simultáneamente en el entorno ártico y en las montañas de latitudes medias. El Edelweiss (Leontopodium alpinum) existe prácticamente en todas las altas montañas eurasiáticas y es el símbolo de muchas de ellas (foto). 

 

 

 
Última modificación: martes, 18 de julio de 2017, 13:56