Al ser territorios poco favorables para las actividades humanas la mayor parte de las cordilleras han permanecido relativamente vacías y, gracias a ello, son espacios menos transformados que las áreas circundantes. Eso explica que muchas de ellas sean hoy auténticas reservas de biodiversidad y el último reducto de numerosas especies y ecosistemas.

Por eso, nadie discute hoy el excepcional valor ambiental de la montaña ni que ese patrimonio, amenazado por los nuevos usos del territorio y por su cada vez mayor accesibilidad, debe ser protegido. De hecho, junto a algunas grandes creaciones causantes de fuertes impactos de los que todo el mundo es consciente (estaciones de esquí, infraestructuras hidroeléctricas o mineras…) se han ido popularizando durante los últimos años una serie de actividades “de contacto con la naturaleza” que, pese a su apariencia anodina o incluso “verde”, originan importantes problemas ambientales. Es el caso del senderismo, bicicleta de montaña, escalada u otras que, cuando son practicadas por un número excesivo de personas, superan la capacidad de acogida del medio y pueden producir impactos irreversibles en el mismo.

El problema no se produce sólo en las montañas de los países más ricos y se ha extendido a los macizos más emblemáticos de todo el mundo: cada año cerca de 50.000 personas inician un “trekking” en el Annapurna y 20.000 lo hacen hacia el campamento base del Everest. La acumulación de basura, residuos fecales y la presión sobre la leña que se utiliza como combustible constituyen hoy gravísimos problemas que el gobierno nepalí no es capaz de resolver y que, dada la escasísima capacidad de respuesta de esos medios extremos, seguirán siéndolo durante mucho tiempo aún en el caso de que tales rutas dejaran de frecuentarse. 

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Los ambientes de alta montaña atraen a un número cada vez mayor de visitantes que buscan el contacto con la naturaleza. Sin embargo, se trata de medios extremadamente frágiles que soportan muy mal una fuerte presencia humana. 

Foto: senderistas en los Picos de Europa.

 

En este sentido, los responsables de la gestión de los medios de montaña se enfrentan a una contradicción insalvable: a la necesidad de preservar unos retazos de naturaleza de excepcional valor se opone la presión de los agentes implicados en las actividades de ocio deseosos de “poner en valor” la montaña y de ofrecer cada temporada “nuevos destinos” a sus clientes mientras que estos, a su vez, exigen cada vez más facilidades para acceder a esos lugares o para “ejercer su derecho” a disfrutar de la naturaleza.

Un problema añadido es el carácter selectivo de la presión: las especies amenazadas, ecosistemas únicos y cumbres o áreas presuntamente “inexploradas” o reputadas como “difíciles” se convierten siempre en el símbolo de las regiones que las albergan y en su mejor reclamo turístico. Muchas veces, esas especies o ecosistemas han ido desapareciendo por resultar incompatibles con la presencia humana pero, al ser escasas, se convierten en un motivo de atracción para mucha gente que quiere ver, cazar o poseer uno de esos animales o plantas agravando su situación y acelerando su declive.

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Algunos de los ambientes presentes en montaña, como gran parte de sus praderías, se deben a la presencia humana. Sin embargo, su posible desaparición como consecuencia del declive de muchas actividades tradicionales supone una pérdida ya que diversifican los hábitats disponibles para las especies y contribuyen a la biodiversidad regional. 

Foto: praderas subalpinas en Aisa (Pirineos, Huesca-España).

 

 

Aunque la mayor parte de la superficie de los grandes macizos montañosos todavía permanece fuera de los circuitos turísticos o deportivos, el aumento de la presión (que también se debe a otros muchos usos) es generalizado. 

Por otra parte, en los países más ricos la agricultura y ganadería tradicionales han dejado de ser rentables en las áreas de montaña. Ello está originando importantes trasvases de población y cambios muy rápidos en los usos del suelo. En consecuencia, gran parte de los pastos de altura y de la agricultura en ladera están desapareciendo y la explotación del bosque se reduce mientras que la presión se intensifica en los fondos de valle. Todo ello está originando cambios muy rápidos en el paisaje y da lugar a situaciones nuevas que en unos casos parecen positivas para la conservación de la biodiversidad pero que en otros constituyen amenazas muy serias ya que la presencia humana es muy antigua, numerosas especies se han beneficiado de ella y no se puede saber cuál será el balance a medio plazo de todas estas mutaciones.   

Pero los interrogantes no sólo proceden del ámbito humano ya que el mosaico de ambientes que existe en montaña depende del clima y difiere en cada tramo de altitud y ladera por lo que, tal como se ha dicho más arriba, un cambio en cualquiera de los factores del clima repercute inmediatamente en la distribución de la vegetación. De ahí que el calentamiento que está produciéndose en la actualidad, que es mucho más rápido que los que se produjeron a lo largo del Cuaternario, se haya convertido en la principal amenaza para numerosas especies que dependen de los ambientes de altura. 

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Cambios en los usos y en la intensidad de la presión que sufren los distintos pisos de montaña en la montaña cantábrica.

 

El hecho afecta a todas las montañas del mundo y adquiere formas distintas: 

  • Desaparición de la nieve y de los glaciares (y, por tanto, reducción de los caudales y del agua disponible en primavera).
  • Modificación de la intensidad y localización de diversos procesos geomorfológicos capaces de influir en la distribución de los seres vivos.
  • Desplazamiento altitudinal de muchos animales y plantas. Ello desorganiza el sistema preexistente de relaciones interespecíficas ya que no todas las especies responden del mismo modo y reduce la superficie de los pisos situados en las zonas más altas hasta causar su desaparición.
  • Alteración de los calendarios naturales o del comportamiento de muchas especies (pero no de todas, lo que produce desajustes entre ellas).
  • Aparición de condiciones más favorables para la presencia humana o la explotación de las áreas de montaña.

Al tratarse de una situación muy reciente se carece de la perspectiva histórica necesaria para conocer el alcance real de los problemas observados y en numerosas ocasiones es difícil demostrar la existencia de una relación causa-efecto entre ellos y el cambio climático. No obstante, las observaciones que se van multiplicando en todas las montañas del mundo son coincidentes y demuestran que nos encontramos ante una situación sin precedentes que está acarreando importantísimos cambios ambientales en ellas. 

 
Última modificación: martes, 18 de julio de 2017, 13:55