1. Tema 1 - Práctica 2

Comentario de los dos textos que se presentan a continuación, observando a través de su lectura las distintas concepciones historiográficas de Heródoto y Tucídides. Determinación en cada caso del método, fuentes y finalidad de sus respectivas obras.

Texto 1

He aquí la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que ni los hechos de los hombres con el tiempo queden olvidados, ni las grandes y maravillosas hazañas realizadas así por griegos como por bárbaros queden sin gloria; y entre otras cosas, las causas por las cuales guerrearon entre sí.
Los doctos de entre los persas sostienen que los fenicios fueron los autores de la discordia; pues venidos éstos del mar llamado Eritreo a este mar y establecidos en el país que todavía ahora habitan, al punto emprendieron largas navegaciones y, transportando mercancías egipcias y asirias, visitaron, entre otras tierras, también la de Argos (Argos, por este tiempo, aventajaba en todo a las demás regiones del país hoy llamado Grecia). Llegados, pues, los fenicios a Argos, pusieron a la venta su cargamento. Y a los cuatro o cinco días de su llegada, cuando lo tenían vendido casi todo, vino a la orilla del mar, con otras muchas mujeres, la hija del rey; su nombre era, según dicen también los griegos, Ío, hija de Inaco. Estas mujeres se situaron junto a la popa del navío, y mientras compraban las mercancías que eran más de su gusto, los fenicios, tras haberse animado unos a otros, se arrojaron sobre ellas. La mayoría de las mujeres escaparon, pero Ío, con otras, fue raptada; y la embarcaron en su navío, y zarparon con rumbo a Egipto. Así es como dicen los persas que Ío llegó a Egipto, no como aseguran los griegos, y agregan que éste fue el primero de la serie de agravios. Posteriormente, dicen que unos griegos, cuyo nombre no pueden precisar, aportaron en Tiro de Fenicia y raptaron a la hija del rey, Europa; estos griegos puede que fueran cretenses. Con aquello quedaban ya en paz los unos con los otros; pero a continuación fueron los griegos los autores de la segunda ofensa. Pues, llegados en un navío largo a Ea de la Cólquide y al río Fasis, raptaron de allí, una vez llevado a cabo aquello por lo cual habían ido, a la hija del rey, Medea. Y el rey de los colcos envió a Grecia un heraldo para pedir satisfacción por el rapto y reclamar a su hija; pero los griegos respondieron que los otros no les habían dado a ellos satisfacción por el rapto de la argiva Ío, y que, por tanto, tampoco ellos se la iban a dar. Y cuentan que, a la segunda generación después de estos sucesos, Alejandro, hijo de Príamo, que había oído hablar de ellos, vino en deseo de que mediante rapto llegara a ser suya una mujer de Grecia, bien convencido de que no sufriría ningún castigo, puesto que los griegos tampoco lo habían sufrido. Con esta idea, pues, habiendo él raptado a Helena, los griegos resolvieron ante todo enviar mensajeros que reclamasen a Helena y exigiesen satisfacción por el rapto; pero al alegar ellos esto, les echaron en cara el rapto de Medea y el hecho de que sin haber ellos dado satisfacción ni devuelto lo que se les pedía, pretendían recibir satisfacción de otros. Hasta entonces, pues, sólo se trataba de raptos entre ambas partes, pero a continuación los griegos se hicieron grandemente culpables; pues fueron los primeros en llevar la guerra al Asia antes de que ellos, los persas, la llevaran a Europa. Ahora bien, ellos consideraban que el raptar mujeres es fechoría de hombres injustos, pero el tomar con empeño la venganza de los raptos es de insensatos, y de hombres juiciosos el no importárseles nada de los raptos; pues es evidente que, si ellas no quisieran, no serían raptadas. Dicen los persas que, mientras ellos, los del Asia, no habían hecho el menor caso del rapto de sus mujeres, en cambio los griegos, por una mujer lacedemona, reunieron una gran escuadra, pasaron luego al Asia y destruyeron el poder de Príamo. Desde entonces siempre han creído que el mundo griego les era enemigo. Los persas, en efecto, reivindican para sí el Asia y todos los pueblos bárbaros que la habitan, y consideran Europa y todo lo griego como algo aparte.
Así es como dicen los persas que las cosas sucedieron, y encuentran en la toma de Troya el origen de su enemistad con los griegos. Pero a propósito de Ío los fenicios no cuentan lo mismo que los persas; pues pretenden que no la llevaron a Egipto mediante rapto, sino que tuvo en Argos relaciones con el capitán del navío, y cuando se dio cuenta de que estaba encinta, por temor a sus padres, se hizo libremente a la mar con los fenicios para no ser descubierta.
Eso es lo que cuentan persas y fenicios. Yo, por mi parte, acerca de tales hechos no voy a afirmar que hayan sucedido así o de otro modo, sino que, después de haber nombrado a aquél del que sé yo fue el primero [Creso] en iniciar actos ofensivos contra los griegos, seguiré adelante en mi relato ocupándome por igual de las pequeñas y de las grandes ciudades de los hombres. Porque la mayoría de las que antaño fueron grandes, antes fueron pequeñas. Convencido, pues, de que la prosperidad humana nunca permanece fija, mencionaré por igual unas y otras.
Heródoto, Historia, 1, 1-5
[Traducción de Jaime Berenguer Amenós, Ediciones Alma Mater, Barcelona, 1960]



Texto 2

Así fueron, pues, según mi investigación, los tiempos antiguos, materia complicada por la dificultad de dar crédito a todos los indicios tal como se presentan, pues los hombres reciben unos de otros las tradiciones del pasado sin comprobarlas, aunque se trate de las de su propio país. La mayoría de los atenienses, por ejemplo, cree que Hiparco era el tirano cuando fue asesinado por Harmodio y Aristogitón, y no saben que era Hipias, por ser el mayor de los hijos de Pisístrato, quien gobernaba, y que Hiparco y Tésalo eran sus hermanos, y que, al sospechar Harmodio y Aristogitón, en el día fijado y en el último momento, que algo había sido revelado a Hipias por sus propios cómplices, se apartaron de él creyéndolo advertido; pero, queriendo, antes de ser apresados, arriesgarse en la realización de alguna hazaña, encontraron a Hiparco junto al llamado Leocorio mientras organizaba la procesión de las Panateneas y lo mataron. Hay muchos otros hechos, incluso contemporáneos y no olvidados por el tiempo, sobre los cuales los demás griegos tienen ideas inexactas, como la creencia de que los reyes de los lacedemonios dan, cada uno, no un solo voto sino dos, y la de que tienen una compañía de Pitana, la cual no ha existido jamás. ¡Tan poco importa a la mayoría la búsqueda de la verdad y cuánto más se inclinan por lo primero que encuentran! Sin embargo, no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad, pues son hechos sin pruebas y, en su mayor parte, debido al paso del tiempo, increíbles e inmersos en el mito. Que piense que los resultados de mi investigación obedecen a los indicios más evidentes y resultan bastante satisfactorios para tratarse de hechos antiguos. Y esta guerra de ahora, aunque los hombres siempre suelen creer que aquella en la que se encuentran ellos combatiendo es la mayor y, una vez acabada, admiran más las antiguas, esta guerra, sin embargo, demostrará a quien la estudie atendiendo exclusivamente a los hechos que ha sido más importante que las precedentes. En cuanto a los discursos que pronunciaron los de cada bando, bien cuando iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, era difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto para mí mismo en los casos en los que los había escuchado como me parecía que cada orador habría hablado, con las palabras más adecuadas a las circunstancias de cada momento, ciñéndome lo más posible a la idea global de las palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los discursos de mi obra. Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he considerado que no era conveniente relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos, ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible. La investigación ha sido laboriosa porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes del naturaleza humana, si éstos la consideran útil, será suficiente. En resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento.
Tucídides, Guerra del Peloponeso, 1, 20-22
[Traducción de Juan José Torres Esbarranch, Editorial Gredos, Madrid, 1990]