• En el siglo XVIII se impone, poco a poco, entre muchos intelectuales la idea de que la religión ha suplido, a lo largo de la historia, la ignorancia de los seres humanos. Según éstos han ido adquiriendo conocimientos, el espacio de la religión se ha reducido. Estas explicaciones las hallamos en Hume, en Voltaire y en otros, todos los cuales ligan la religión con el desconocimiento. Fue común en esta época entre los intelectuales la búsqueda de los orígenes de la religión.
  • La positivación de la reflexión filosófica por parte de Comte, en el siglo XIX, le lleva a esbozar una teoría de lo que podemos llamar el progreso de la sociedad, convertido en pionero de un evolucionismo que se desarrollará en la segunda mitad del siglo XIX. El esquema sociológico desarrollado por Comte se sustenta en una sucesión de etapas que, según él, atraviesa las sociedades humanas: en la primera de ellas, en la teológica, se desarrollan las creencias y la religión. Posteriormente, esta fase será superada por la metafísica y, finalmente, ésta lo será por la ciencia.
  • Realmente, el esquema de Comte está inspirado en el que Giambattista Vico había elaborado un siglo antes, en la Scienza Nuova (1725), y ni siquiera es muy diferente. Recuérdese que, según Vico, a la fase de los dioses le sucedía la de los héroes y, por último, a ésta, la de los humanos, en la que los mitos se desmoronan y la religión se convierte en simple mantenedora del orden moral. El propio Hegel, contemporáneo de Comte, estaba persuadido de la existencia de un progreso análogo al señalado.
  • En el ámbito antropológico, el evolucionismo decimonónico está recorrido por estas mismas ideas. Las obras de los primeros antropólogos son en buena medida especulativas, aunque cada vez está más presente en ellas un espíritu científico que les impulsa a realizar modestas verificaciones. Ello se evidencia con notable claridad en E. B. Tylor, quien estaba convencido de que las prácticas religiosas de las sociedades modernas eran “superivivencias” de un pasado dominado por el triunfo del mito, y del cual las sociedades primitivas son claro exponente.
  • En la teoría de Tylor, elaborada entre los siglos XIX y XX, el ser humano primitivo está confuso por la existencia permanente de estados antitéticos: la vigilia y el sueño, el día y la noche, la vida y la muerte. De ello, según Tylor, se deduce que, cada vez que lo abandona su yo, hay otro yo que lo ampara. El segundo yo, onírico y numinoso, auténtico espectro, es algo así como el alma. La creencia en el alma, o en las almas, es la que explica su concepción animista de la vida y el culto al alma.
  • Este enorme esfuerzo para crear una teoría de la religión por vía racionalista, pero carente de verificación alguna, es la que hallamos también en Frazer, el autor de La rama dorada (The Golden Bough: A Study in Magic and Religion, 1890), quien, casi al mismo tiempo que Tylor, construye su propia teoría. El esquema de Frazer, derivado de los construidos por los autores precedentes, y muy influyente, consiste en suponer que las sociedades humanas atraviesan tres fases a lo largo de la historia. Como todos los progresivistas y los evolucionistas unilineales, pensaba que la totalidad de las sociedades recorre los mismos estadios, esto es, el de la magia, el de la religión y el de la ciencia.
  • La investigación, contrariamente a lo que pensaban todos ellos y, por supuesto, Tylor y Frazer, ha demostrado que la religión no es una superación de la magia, sino que, antes bien, convive habitualmente con ella. Igualmente, la ciencia no es superadora de la religión sino que la convivencia de una y otra es evidente. De ninguna manera se trata de estadios que se trascienden sucesivamente. Esto que en el presente resulta comprobado desde un punto de vista científico, formó parte del cuerpo teórico de la antropología durante varias décadas.

Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 08:37