• Nadie podría negar que entre los humanos hay diferencias dadas por el sexo. De hecho, la humanidad se compone, en términos generales, de dos mitades por razón de sexo. Pero también aquí habría que realizar alguna matización. Aunque en la mayor parte de las sociedades humanas se reconoce tan sólo la dualidad hombre y mujer, o el componente binomial de la sociedad humana, en algunas sociedades se asume la existencia de individuos que no pertenecen a ninguno de estos dos sexos. Lo masculino y lo femenino serían los extremos de un continuum. Ciertamente, son infrecuentes estos casos. Cuando hablamos de diferencias sexuales entre los seres humanos, nos estamos refiriendo a diferencias que son biológicas, de pura adscripción. Al igual que sucede con otros animales, la distinción entre machos y hembras es una obviedad. Esta clasificación viene dada, al menos, por motivos cromosómicos, hormonales, reproductores y sexuales. 
  • Tan evidente es esta diferencia, que, incluso, entre los humanos es más notoria que entre otros animales, entre los cuales la diferencia a simple vista resulta imperceptible (piénsese, por ejemplo, en una pareja de gaviotas). Los seres humanos, por el contrario, presentan un acusado dimorfismo sexual, debido a su carácter primate, esto es, los hombres y las mujeres son distintos en su fisonomía y en comportamiento. Son distintos, por lo regular, en cuanto a la altura y al peso, y podríamos decir que en numerosos aspectos biológicos. La presencia de más músculo en el cuerpo del hombre y su potencia aeróbica hacen poseer a éste una fuerza superior a la de la mujer, por término medio. Análogamente, las mujeres poseen un cuerpo que, gracias a la selección natural, presenta un mayor porcentaje en grasa de su peso corporal, lo cual las permite cumplir eficazmente con sus necesidades como reproductoras y las ha conferido una gran resistencia en la vida diaria.
  • Algunos sociólogos han fijado su atención en las diferencias existentes entre hombres y mujeres en el estilo de razonamiento, como puede verse en la resolución de los dilemas de Kohlberg. Explicado brevemente, los hombres toman decisiones, por ejemplo de carácter moral, partiendo de unos pocos principios, caracterizados por la concreción y susceptibles de generalización. Frente a éstos, las mujeres contemplan más posibilidades, y a menudo más abstractas. Asimismo, mientras que los hombres atienden más a la justicia, las mujeres suelen atender más al encuentro de razones humanitarias. El hecho de que sean valores distintos, que no difieren porque unos sean superiores a los otros, parece indicar que se complementan. Desde otro punto de vista, mientras que los hombres tienden a ser autosuficientes en la resolución de situaciones, las mujeres son más proclives a ofrecer y reclamar cooperación. 
  • En todo caso, son diferencias adjetivas, puesto que las similitudes son más grandes que las diferencias, que no hace sino probar su igualdad en lo sustancial. Sólo el hecho de la gran mano de obra que aportaron las mujeres en los inicios de la industrialización, análoga a la de los hombres en muchos aspectos, sirve de sobra para probar las aptitudes de las mujeres para los duros trabajos físicos. Nuevas pruebas las hallamos en el transcurso de las dos Guerras Mundiales, cuando las mujeres se incorporan de forma masiva al mercado de trabajo en Estados Unidos y en otros países occidentales, mostrando su cualificación y su alto rendimiento.

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Cartel para el reclutamiento de mano de obra femenina durante la II Guerra Mundial.

Por Bramley, Maurice (Department of National Service) [Public domain], via Wikimedia Commons

 

  • Sabemos, en consecuencia, que el sexo reposa sobre la biología. Este concepto de sexo se complementa con el de género. La distinción se halla en que el género tiene carácter cultural. Por decirlo de una manera significativa, el género viene dado por los aspectos socioculturales atribuidos al sexo. Podemos decir que el género se expresa en términos de masculinidad y feminidad. No se debe perder de vista que aunque las diferencias entre hombres y mujeres reposan sobre la biología y sobre la cultura, la frontera entre éstas es difusa y objeto de frecuentes discusiones. Desconocemos con precisión hasta qué punto el comportamiento de hombres y mujeres depende del sexo o del género, si bien tenemos la seguridad de que hay diferencias que son puramente culturales. Desde otro punto de vista, sabemos que entre los componentes de la personalidad de los humanos la identidad posee un significado especial. Por el hecho de ser humanos tenemos un sentido muy definido de la identidad individual y de la identidad colectiva. En el seno de la identidad individual de la persona, la dada por el género es muy marcada. Podemos definir la identidad de género como el conjunto de actitudes y de rasgos que, tanto el hombre como la mujer, incorporan a sus personalidades en consonancia con las pautas de su cultura.
  • Estas pautas culturales proveen al ser humano también de los correspondientes roles de género. Los roles de género son algo así como el listado de actividades que la sociedad asocia, separadamente, con el género masculino y con el género femenino. Si bien puede haber roles versátiles, tanto más en sociedades postindustriales, numerosos roles son social y culturalmente vinculados con el género. Se discute si la asociación de esos roles es completamente cultural o si, en alguna medida, es también genética. Una enconada discusión enfrenta a los naturalistas, que asumen que una parte de las actitudes humanas están genéticamente determinadas, y los culturalistas, que están convencidos que los roles de género son en gran parte un producto de la educación. Es verdad que tanto unos como ofrecen posturas que dejan un importante margen para la indeterminación.
  • Esta asignación de roles a hombres y a mujeres cambia con las culturas, aunque es cierto que una parte de los roles es atribuida invariablemente con independencia de las sociedades. Por poner un ejemplo, el liderazgo político de hecho le es atribuido a los hombres, por regla general, en las sociedades humanas.  Lo cierto es que estos roles les son asignados a hombres y mujeres mediante criterios muy simples, pero profundamente interiorizados socialmente, a través de la socialización y la educación de las personas, de modo que, cuando éstas alcanzan la edad adulta difícilmente ponen en duda tales criterios. Los estereotipos de género son ideas muy simples, rígidas y esquematizadas, que existen en una sociedad dada, respecto de hombres y mujeres, por lo regular carentes de fundamentación, que, entre otros aspectos, se refieren a los patrones de la división del trabajo por géneros. Todas las sociedades dejan algunas actividades para que puedan ser realizadas por cualquiera de los dos sexos, con el fin de hacer más eficaz el funcionamiento de las mismas. Así, en las sociedades ganaderas tradicionales, ordeñar es una actividad desarrollada tanto por los hombres como por las mujeres. Dado que la rigidez en la distribución de tareas provocaría desajustes, ésta parece ser una solución razonable para aprovechar mejor el tiempo de trabajo.
  • Es oportuno señalar que la distribución de tareas, sin embargo, no es equitativa. Ni el esfuerzo que hay que realizar ni las gratificaciones por haberlas realizado son equilibradas entre ambos sexos. En las sociedades humanas aquellas tareas que reportan mayor poder y prestigio son, por lo general, atribuidas a los hombres, mientras que las mujeres se encargan de realizar tareas “invisibles”, esto es, dentro del hogar, y cuando se realizan fuera del mismo a menudo son tareas subordinadas, dependientes de las realizadas por los hombres. En consecuencia, las de los hombres adquieren una mayor valoración social y proporcionan un estatus superior. El resultado es que los recursos y las recompensas están desigualmente repartidos. A este hecho lo denominamos estratificación de género.
  • De acuerdo con este último concepto, existe una destacada tendencia a que los hombres se ocupen de las actividades que reportan un mejor estatus. Dicho de otra manera, cuando la comensalidad se convierte en un distinguido cultivo social y la preparación de la comida adquiere una alta consideración que se traduce en una actividad recompensada, el puesto de la mujer es ocupado por un hombre que se convierte en un chef. Una reflexión similar puede hacerse a propósito de muchos de los aspectos de la vida social, como por ejemplo la vestimenta. Cuando el vestido deja de ser meramente funcional para convertirse en signo de distinción, el modisto se convierte en un personaje social con una alta reputación, que a cambio de su trabajo obtiene una excelente remuneración.
 
Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:06