• Un examen de los roles de género en las diferentes sociedades sugiere que, universalmente, hay diferencias entre los roles masculinos y los femeninos, aunque también se observa que la variación de los roles de género oscila considerablemente entre unas sociedades y otras. Sin embargo, y como decíamos al comenzar este tema, no podemos llegar a la conclusión de que estas variaciones son de carácter evolutivo. Quizá la regla más segura que podemos extraer es que existen diferencias en todas, incluido el caso de las sociedades igualitarias, esto el de las de cazadores-recolectores, donde también hay diferencias en el estatus de hombres y mujeres. Es evidente que estas diferencias de estatus, según las sociedades, viene dadas por criterios de poder, prestigio o riqueza económica, entre otros.
  • Un examen transcultural de los roles de género nos proporciona la idea de que, en las sociedades de cazadores-recolectores, los hombres, por lo general, son cazadores y tramperos, de manera que son los encargados de capturar animales grandes y pequeños, mientras que las mujeres son recolectoras de plantas silvestres. El hecho de que ésta sea la pauta más extendida no significa que no existan variaciones de grado. En dichas sociedades, regularmente, no hay intercambio de los roles enunciados. También parece que es pauta establecida en estas mismas sociedades de forrajeros que los hombres enciendan el fuego y construyan embarcaciones o trabajen la piedra y el hueso. Análogamente, las mujeres se encargan de los cuidados de los niños, entre otros muchos ejemplos que podríamos citar siguiendo las comparaciones etnográficas de G.P. Murdock.
  • Si nos fijáramos en las sociedades de horticultores y agricultores, advertiríamos que las mujeres, asimismo, son las encargadas de cuidar a los niños, y ordinariamente de cocinar los alimentos que comen hombres y mujeres, de recoger la leña, de acarrear el agua y de otras actividades. Es cierto que, junto a estas actividades diferenciadas por género, hay otras, en la comparación transcultural, que no está diferenciadas. Ya habíamos puesto el ejemplo del ordeño del ganado, realizado tanto por hombres como por mujeres, igual que la plantación o la recogida de la cosecha, y que las hallamos en la mayor parte de las sociedades que conocen la domesticación de las plantas y los animales.

Sami_family_Finland_1936

Familia Sami en Finlandia, 1936.

Por 1936 Kortcentralen Helsingfors (Old photo pc published in 1936, Helsinki) [Public domain], via Wikimedia Commons

 

  • Es sabido que algunos autores como Margaret Mead sostuvieron la idea de que los rasgos masculinos o femeninos que acompañan a la personalidad de los seres humanos guardan escasa vinculación con el sexo. Sin embargo, y aun negando cualquier determinismo, es muy posible que la aseveración sea muy radical. La reiterada división en la asignación de los roles de género que se observa a la luz de los estudios transculturales, y la insistencia con la que determinados roles son asignados a los hombres o a las mujeres, revela que la biología puede proporcionar algún tipo de sustrato. Pero también es cierto que la fuerza de la cultura es tal en lo seres humanos que proporciona habilidades, actitudes y comportamientos sumamente variados, que, dada la capacidad adaptativa de los humanos, son asumidos por éstos independientemente de su sexo. Más aún, en situaciones de necesidad, los roles de género de una cultura son sustituibles, en términos generales, de modo que son asumibles tanto por hombres como por mujeres.
  • Entonces, ¿por qué se produce una división sexual del trabajo? Examinando los casos que conocemos de las sociedades de forrajeros, de horticultores y de agricultores, observamos que los hombres y las mujeres reparten sus tareas de acuerdo con varios criterios. Uno de éstos es el de la fuerza. Los hombres tienden a realizar aquellos quehaceres que requieren un uso mayor de la fuerza. Por ejemplo, cazar y talar la madera del bosque son tareas que se les asignan a los hombres, de manera segura, en virtud de la fuerza requerida. Realmente, se trataría de una asignación propiciada por el dimorfismo sexual. 
  • También observamos que la atribución de tareas guarda estrecha relación con la eficiencia. Significa esto que hombres y mujeres tienden a realizar tareas que son susceptibles de asociación. Los hombres que tienen entre sus tareas la de cazar animales con trampas, son también los que elaboran las trampas. Las mujeres que son recolectoras, sin embargo, son más dadas a trabajar con fibras vegetales, de modo que no sólo recolectan sino que también elaboran los contenedores empleados en la recolección. Los hombres que se encargan de arar la tierra son los encargados de fabricar los arados. En todos estos casos estamos ante formas que manifiestan eficiencia, lo cual explicaría que este reparto de tareas se repita muy insistentemente en las sociedades conocidas A la eficiencia así entendida se la denomina también economía del esfuerzo.
  •  A menudo se ha pensado que el hecho del cuidado de los hijos por parte de la mujer, con mayor dedicación que el hombre en las sociedades humanas, guarda relación con el hecho de que ella se encargue asimismo de otras tareas que, generalmente, se realizan en el seno del hogar. Al ocuparse insustituiblemente la mujer del amamantamiento es muy posible que haya incorporado tareas asociadas en el espacio doméstico. Puede ser eficiente que la mujer que cuida a los hijos, cocine también los alimentos, especialmente en las sociedades de agricultores, en las cuales se cocinan alimentos duros, como los granos, que precisan una elaboración mayor. A esta forma de eficiencia se la ha denominado también con el nombre de criterio de compatibilidad [con el cuidado de los hijos].
  • Un criterio más, igualmente manejado en la división sexual del trabajo, guarda también relación con la eficiencia, pero de una forma especialmente aplicada. El trabajo se divide de tal manera que la mujer sea preservada del riesgo en mayor medida que el hombre. La pérdida de una reproductora, y con más razón en sociedades demográficamente débiles, es mucho más gravosa que la de un hombre. Una manera de minimizar los efectos negativos del azar genealógico consiste en atribuir a los hombres las tareas que comporten un riesgo mayor, lo cual explica que, por regla general, éstos realicen los trabajos más arriesgados, aunque se trate de trabajos que podrían realizarlos también las mujeres. La aplicación de este criterio se repite insistentemente en las sociedades que estamos examinando, pero no es ajeno tampoco por entero a las modernas sociedades occidentales. Por tanto, el criterio de riesgo o de contingencia guardaría también relación con la división sexual del trabajo.
  • Es evidente que hombres y mujeres realizan aportaciones muy variadas a la subsistencia en las sociedades enunciadas. Se suele distinguir entre las actividades primarias de subsistencia y las actividades secundarias de subsistencia que realizan, en un caso y en otro, hombres y mujeres, en las sociedades denominadas tradicionales, o de subsistencia. Es evidente que la variación transcultural es muy acusada en las actividades primarias de subsistencia, es decir, en las actividades destinadas al aprovisionamiento directo de alimentos. Por regla general, los hombres pasan mucho tiempo fuera del hogar, dedicados a estas actividades primarias de subsistencia, mediante la práctica de la caza, de la agricultura y del pastoreo, y éste parece ser el hecho dominante. Ahora bien, en las sociedades en las que predomina la recolección la aportación a las actividades primarias de subsistencia es mayor en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Pudiera ser, además, que en las sociedades en las cuales los hombres aportan más en términos de calorías a las actividades primarias de subsistencia, que quizá es el caso más común, aporten mucho menos que las mujeres si el parámetro utilizado es el del tiempo invertido en estos quehaceres. Por otro lado, en lo que se refiere a las actividades secundarias de subsistencia, esto es, a las actividades dedicadas al procesamiento de los alimentos (molturado, amasado, cocinado, etc.) que son todas ellas imprescindibles y, sin embargo, “invisibles”, las mujeres realizan frecuentemente una aportación mayor que la de los hombres en casi todas las sociedades.

Kikuyu

Dos mujeres kikuyu moliendo grano, 1911

Por Photograph by H. Binks, B. E. A. (Women of All Nations) [Public domain], via Wikimedia Commons

 

  • Ninguna conclusión que obtengamos puede ser rígida, como se evidencia en los comentarios anteriores. De hecho, como bien sabemos, en los hechos sociales la regla se rompe con cierta frecuencia. No obstante, esa ruptura de la regla deja a salvo la existencia de la regularidad.
 
Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:09