• Sabemos que la estratificación social es común a todas las sociedades humanas conocidas, por más que las sociedades de cazadores-recolectores las clasifiquemos como igualitarias. Con ello no se quiere decir otra cosa más que en dichas sociedades existe una estratificación discreta. La estratificación social supone jerarquización de las personas que integran una sociedad determinada con arreglo a distintos criterios: el género, la edad, la riqueza, el poder, el prestigio, etc. Es así como se produce la subordinación de unas categorías sociales con respecto a otras. La estratificación social, por tanto, tiene múltiples dimensiones, cuyo resultado final es la existencia de individuos con estatus muy variados. Es obvio que en las sociedades de cazadores-recolectores las escasas diferencias entre los individuos no se producen de acuerdo con la riqueza, sino con el prestigio, aparte de otras que pueden darse a propósito del sexo de la persona, por ejemplo, de lo que se sigue que la estratificación tampoco es inexistente en estas sociedades.

  • En términos generales, y como referencia a una sociedad cualquiera, la estratificación de género da lugar a una distribución desigual, según la persona sea hombre o sea mujer, del poder, del prestigio, de la riqueza en su caso, o de los privilegios en general, lo cual da lugar a que hombres y mujeres ocupen distintos puestos en la jerarquía social. En las sociedades igualitarias que se acaban de mencionar, la estratificación aflora con facilidad cuando los hombres realizan aportaciones a la dieta del grupo que son mayores que las de las mujeres. Significa esto que la estratificación entre los cazadores-recolectores de las áreas frías (se suele citar a los inuit) es manifiestamente favorable a los hombres. Dicho de otro modo, son sociedades, estas últimas, en las que la caza es el recurso más importante, de modo que, dado que los hombres cazan los animales que comen todos, son los hombres los que se sitúan en una posición dominante con respecto a las mujeres.

Bosquimanos

Grupo de bosquimanos de Sudáfrica. Por Aino Tuominen [CC0], via Wikimedia Commons

 

  • ¿Qué tiene que suceder en una sociedad de cazadores-recolectores para que la estratificación por razón de género se reduzca a la mínima expresión? Sencillamente, que las mujeres contribuyan a la dieta con aportaciones que sean similares a las de los hombres o superiores, lo cual sucede en las sociedades de cazadores-recolectores que se encuentran en las áreas tropicales. En estas últimas la recolección es mucho más importante, en lo que se refiere a la contribución a la dieta, que la caza. Teniendo en cuenta que en estas sociedades son las mujeres las que recolectan, este motivo las sitúa en un estatus más favorable, aunque, en el mejor de los casos, es similar al de los hombres.  

  • Debe tenerse en cuenta, no obstante, que en las sociedades de cazadores-recolectores es particularmente difícil medir la estratificación social, debido a que la vida pública apenas está diferenciada con respecto a la privada, y el estatus y el prestigio de las personas se muestran en la vida pública, mientras que en la privada son de escasa o nula repercusión. Los dos únicos ámbitos de carácter público que pueden estar presentes, básicamente, en la vida de los cazadores-recolectores son el de la guerra y el del comercio, pero ninguno de los dos tiene por qué estar necesariamente presente, y si lo está puede ser de una manera difusa. A menudo se pone como ejemplo de sociedad de cazadores-recolectores marcadamente igualitaria a la de los ¡kung, debido a que la diferenciación en los roles de género es de bajísima intensidad.

  • La estratificación de género se manifiesta con mucha mayor nitidez en sociedades de horticultores. En general, la introducción de la domesticación de las plantas supone un cambio radical en la vida de los grupos humanos, desde todos los puntos de vista, empezando por el económico y siguiendo por el social. No sólo se puede cultivar de acuerdo con las necesidades, con lo cual es posible que las sociedades vayan abandonando su debilidad demográfica, sino que la domesticación introduce cambios drásticos en la división y en la organización del trabajo. Ello es perceptible, incluso, en las sociedades de horticultores, y con mucha más razón en las de agricultores.

  • En estas últimas sociedades, en general, existe una estratificación por razones de género, más acusada que en las sociedades de cazadores-recolectores. Sin embargo, las diferencias entre las sociedades de horticultores son muy marcadas, y si bien es evidente que la estratificación de género es intensa en las sociedades de horticultores caracterizadas por la patrilinealidad, es decir, por la transmisión de la filiación a través de los hombres, y por la virilocalidad, esto es, por la residencia con posterioridad al matrimonio con la familia del esposo,  no sucede lo mismo en las sociedades de horticultores de carácter matrilineal con residencia uxorilocal. Ciertamente que las primeras son mucho más frecuentes que las segundas. Tampoco se podría decir que en las segundas no existe la estratificación de género, sino que, gracias a que la mujer está en el centro de la filiación, y a que la mujer es el referente de la residencia tras el matrimonio, la estratificación se atenúa y se reduce extraordinariamente.

  • Del examen de la estratificación de género, tanto en las sociedades de cazadores-recolectores como en las de horticultores y agricultores, deducimos que el hecho de que la mujer pueda adoptar roles compartidos con los de los hombres, con la consecuencia de que los roles no sean exclusivos de ninguno de los dos géneros, atenúa la estratificación social. Sucede que, con mucha frecuencia, existen roles exclusivos atribuidos en exclusividad a los hombres que no sólo acentúan la estratificación sino que alimentan el patriarcado. Al revés, y se ha repetido hasta la saciedad, no hay constancia en la investigación antropológica de la existencia de sociedades matriarcales, esto es, dominadas por las mujeres, ni tan siquiera entre las característicamente matrilineales, y con las cuales a menudo se confunde la supuesta existencia de aquéllas. Una cosa es la transmisión de la filiación y la herencia por vía materna, que no es nada rara, y otra es la existencia de sociedades dominadas por las mujeres. Si bien los estudios evolucionistas del siglo XIX, con Bachofen y Morgan a la cabeza, especularon con la existencia de este tipo de sociedades, como haría más tarde Engels a propósito de su reflexión sobre la transmisión de la propiedad privada, hoy estamos en condiciones de desmentir el hecho de que existan o hayan existido sociedades matriarcales, simplemente como resultado de la aplicación del método comparativo.  

  • Esto significa que se le resta crédito al famoso texto de Estrabón referido a los cántabros y a los pueblos del norte de la Península, cuyo contenido parece más la consecuencia de algún error en la interpretación de los textos de Posidonio o de los de otros escritores que manejó, dado que él no estuvo jamás en la Península Ibérica, o incluso el resultado de algún error de traducción. Al contrario, el patriarcado parece que ha sido el denominador común y exclusivo de las sociedades humanas. Paradójicamente, ni siquiera las sociedades matrifocales del Caribe y de otros lugares de la tierra se libran del efecto patriarcado. En todo caso, y de nuevo, nos  estamos refiriendo a las regularidades de las sociedades humanas antes que a las excepciones (a lo que las distintas sociedades tienen en común, en la famosa expresión de Lévi-Strauss). Sin embargo, y esta es la cuestión, estamos en mejor momento que nunca en la historia para lograr que las sociedades, venciendo sus tradicionales tendencias patricéntricas, opten por el camino de una progresiva igualdad, superando el característico sexismo, que examinaremos más adelante.

  • Parece, asimismo, que el estatus de la mujer está afectado por la la filiación y la residencia, de modo que, en determinadas situaciones, puede resultar mejorado positivamente. Por ejemplo, es más fácil que la estratificación de género sea más favorable para la mujer en las sociedades matrilineales que en las patrilineales, y una reflexión análoga se puede hacer en relación con las sociedades uxorilocales frente a las virilocales. Unas y otras, las matrilineales y las uxorilocales, refuerzan el protagonismo de la mujer, dispersando a los hombres, que en el caso de las uxorilocales conceden a este último un estatus de “extranjero”. Por el contrario, la suma de una filiación unilineal del tipo patrilineal y de una residencia del tipo virilocal acentúa la posición dominante del hombre, generando una estratificación de género negativa para la mujer y reforzando la ideología patriarcal del hombre. Este último caso abunda en las áreas montañosas de Papúa Nueva Guinea, y ha sido visto como el resultado de una intensa presión sobre el medio, marcado por la escasez de recursos. Los hombres autoafirman su jerarquía y su autoridad permanentemente sobre las mujeres, las cuales laboran incansablemente cada día en virtud de la subordinación que las une con los hombres. Estas sociedades poseen la particularidad de presentar una drástica separación entre la esfera pública y la privada, que acaba resultando dramática para la situación de la mujer.

  • También sabemos con certeza, gracias a los abundantes informes etnográficos, que si bien entre los horticultores el trabajo de la mujer como cultivadora es muy notable, y no es raro que sea igual o aún mayor que el de los hombres, con la irrupción de la agricultura el estatus de la mujer se resiente, sobre todo como consecuencia del abandono del ámbito público. Los roles de la mujer quedan entonces reducidos a la esfera doméstica. El hecho de que se cultiven granos, de una apreciable dureza por razones obvias, que precisan de la molienda y la cocción, acaban recluyendo la vida de la mujer al espacio doméstico, apartada en buena medida del cultivo de los campos y desplazada del espacio público, de aquél en el que se toman las decisiones de la comunidad. Asimismo, el hecho de que con la agricultura triunfe la actividad en un contexto puramente familiar, al revés de lo que sucedía con la caza y la recolección, y de manera más atenuada con la horticultura, acaba haciendo invisibles los roles de la mujer y reduciendo su estatus. Aunque la regla no sea absolutamente general, como acontece con los hechos sociales, la agricultura y la subordinación de la mujer parecen ir solidariamente unidas. Más aún, considerando la desigualdad económica de las unidades familiares que se produce con la agricultura, resulta común que las familias se conviertan en competidoras, de manera que la mujer, separada del espacio público, termina por refugiarse en el ámbito estrictamente doméstico.

  • Podríamos preguntarnos si la situación de la mujer difiere en algo en las sociedades de pastores con respecto a las de agricultores. Y podríamos responder que, de acuerdo con los conocimientos actuales, el estatus de la mujer no es mejor en las sociedades de pastores, aunque haya algunas diferencias. Estas últimas sociedades son, casi como norma, patriarcales. El papel preponderante del hombre ejerciendo la trashumancia, sin el acompañamiento femenino, lo convierte en una pieza fundamental de la actividad. El hombre en las sociedades de pastores es dueño del rebaño que ha recibido como herencia y que ha podido recrecer con el tiempo, al tiempo que es sucesor en la actividad paterna. Estas sociedades trashumantes son patrilineales y virilocales, de manera que reúnen todos los atributos propios de la dominación femenina. Sin embargo, allí donde hay trashumancia hay, complementariamente, una agricultura que se desarrolla en las bajuras, y no sólo mientras los hombres se hallan en las mismas, sino que el cuidado y la atención de los cultivos también se llevan a cabo, por parte de las mujeres, mientras los hombres se hallan en las alturas. Es así que la marcada subordinación de la mujer en las sociedades de pastores, tan intensa o más que en las sociedades de agricultores, sólo se ve atenuada por el papel de cultivadora que ejerce la mujer durante la larga trashumancia. De nuevo, y por causa de la virilocalidad, nos encontramos con una mujer que es “extranjera” en los poblados pastoriles de muchas partes del mundo donde se ejerce la trashumancia, debido a que la mayor parte de las personas con las que convive están unidas con los maridos o compañeros por lazos de familiaridad y de amistad, lo cual la sitúa en una posición de debilidad. 

  • En las sociedades de pastores nómadas la mujer puede hallarse aún más sometida a la autoridad de los padres y maridos. Ello es debido a que en los desplazamientos a través de circuitos interminables son los hombres los que se ocupan de las labores más visibles, y los que ostentan el prestigio en la esfera pública, mientras que los roles de las mujeres son en su mayoría domésticos, si se hace excepción del acarreo de la leña, del agua, y de algunas otras labores que pueden ser compartidas con el hombre. Como las sociedades de pastores trashumantes, las de pastores nómadas a menudo están presididas por un marcado carácter patricéntrico, que se hace patente en el hecho de que las mujeres se presenten relegadas de los roles productivos, sometidas a rígidas pautas tendentes al sometimiento de su sexualidad y, complementariamente, sujetas a la autoridad de esposos, padres y hermanos.

  • ¿Y qué sucede en la sociedad industrial y postindustrial? Una particularidad de la misma es el ascenso que se ha producido en las responsabilidades de la mujer. A comienzos de la era industrial el acceso de la mujer al trabajo remunerado fuera del hogar fue muy débil, y ocupó a mujeres en trabajos muy subordinados, y por lo regular de ínfima calidad, a fin de realizar tareas complementarias de las de los hombres. En consecuencia, estos empleos alcanzaron sobre todo a mujeres de clases necesitadas. Por lo demás, en las sociedades industriales las mujeres siguieron cumpliendo con el ejercicio de trabajos que guardaban relación con la asistencia, los cuidados, la enseñanza, el comercio, la servidumbre doméstica y otros, tal y como sigue sucediendo en el presente. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial se produjo un cambio trascendental con la incorporación progresiva y masiva de la mujer al mercado de trabajo, para lo cual resultó crucial el ensayo que se produjo durante la propia Guerra, cuando las mujeres hubieron de ocuparse de las actividades de los hombres, mientras éstos se encontraban en el frente. 

  •  El cambio que se ha producido en los últimos lustros en las modernas sociedades industriales y postindustriales ha abocado a que esta incorporación de la mujer haya sido mayor. La terciarización de los servicios que se ha producido ha resultado crucial para demandar mayor número de puestos de trabajo femeninos. La progresión en la instrucción ha hecho posible el crecimiento del número de mujeres universitarias que han pasado a ocupar puestos relevantes en la sociedad. Una sociedad basada en el consumo ha estimulado, asimismo, la producción de bienes y servicios que demandan mano de obra femenina. La propia sociedad del consumo ha hecho necesario el concurso de la remuneración de la mujer para poder hacer frente a los muchos gastos que se originan en el hogar, debido a las constantes inversiones que exige el actual estilo de vida en estas modernas sociedades. No cabe duda de que las remuneraciones de los trabajadores no han seguido la trayectoria de los gastos generados por este estilo de vida, y, por ello, la modestia de los salarios ha aconsejado el trabajo de la mujer fuera del hogar. Por otro lado, muchas mujeres trabajadoras viven en familias monoparentales, y no sólo como sucedía en la primera sociedad industrial debido a su situación de viudedad, sino, y sobre todo, por causa de la decisión libre de muchas mujeres de vivir como madres solteras,  y también como consecuencia del divorcio, que en las sociedades modernas es mucho más frecuente que en épocas anteriores. 

  • Es evidente que el estilo de vida moderno, aunque no es universal, si se halla muy extendido por todo el mundo, hasta el extremo de que se ha hecho común en la vida urbana, desde donde se ha ido expandiendo hacia las áreas rurales. Es un estilo de vida que ha surgido al amparo del capitalismo, de manera que sus pautas fundamentales son habituales en todas partes. Sin embargo, no cabe duda de que hay áreas culturales en las que estas pautas tienen una presencia menor por razones culturales. Así, en las áreas de religión musulmana esta incorporación de la mujer al mercado de trabajo ha sido muy discreta, y siempre en concordancia con una acusada subordinación al hombre, habida cuenta de la segregación de género que asola estas áreas, la cual, obviamente, es también una segregación ocupacional.

  • También podríamos preguntarnos si esta incorporación de la mujer al mercado de trabajo de los países occidentales se ha producido, en general, en pie de igualdad con el hombre. Es posible que esto haya sucedido en grandes áreas del funcionariado y del derecho público en general. Sin embargo, en el ámbito del derecho privado las cosas han sido diferentes. Continuamente se nos recuerda que las mujeres perciben salarios inferiores, en ocasiones, por el mismo o similar trabajo, lo cual abona su posición de debilidad social. Los puestos laborales de las mujeres tienden a ser más precarios que los de los hombres, aun reconociendo que la precarización en el empleo es un problema que amenaza también a los hombres. También es habitual que las mujeres se ocupen de puestos de trabajo que resultan menos valorados socialmente. Dicho de otra manera, los puestos que poseen un prestigio mayor suelen estar ocupados por los hombres. El hecho, como se ha dicho antes, de que muchas mujeres vivan en hogares monoparentales es causa, en esta situación, de que la pobreza de las mujeres sea superior a la de los hombres, y más teniendo en cuenta que muchas de ellas tienes hijos y familiares a su cargo.

  • Algunos autores han insistido, de una manera muy simplificada, en que la segregación de género en la actividad laboral suele ser más marcada en los países del norte de Europa que en los del Mediterráneo, por ejemplo. Aunque el hecho es llamativo en principio, existen muchas explicaciones para que ello sea así, pero entre otras razones se debe a que en los primeros la incorporación de la mujer al mercado de trabajo se halla generalizada, mientras que en los del Mediterráneo esta incorporación es débil y se concentra en la mano de obra femenina estrictamente necesaria. Otra explicación es que muchos trabajos que en los países del norte de Europa son remunerados, en los de los países Mediterráneos ni siquiera llega a la categoría de remunerados. Una explicación más es que la enorme masa de empleo sumergido en los países del Mediterráneo eclipsa la posibilidad de establecer cualquier analogía, y aún existen otras más que se pudieran añadir.

  • La estratificación dada por razones de género es comparable con la estratificación desfavorable que se produce en otras minorías en derechos. En las sociedades multiétnicas, salvo raras excepciones, las minorías se hallan supeditadas al grupo dominante, de manera que la situación de cada estrato, debido a razones históricas, ordena el acceso a los recursos. En esta situación, las mujeres siguen hallándose en peor situación que los hombres. Este mismo hecho, es extrapolable a las sociedades multiculturales en general, en las que existe un grupo dominante que no comparte poder con las minorías. 

  • En consecuencia, da la impresión de que la estratificación motivada por el desempeño de los roles de género, con algunas excepciones referidas por lo general a sociedades marginales, es universal. También es evidente, sin embargo, que los motivos cambian con las sociedades, debido a que los roles minusvalorados o supervalorados difieren en las distintas sociedades. Actividades que adquieren una gran valoración en una sociedad determinada son relegados en otras sociedades. A pesar de las muchas objeciones que pudieran realizarse, una conclusión fehaciente es que la situación negativa de la mujer se halla mitigada en los Estados del bienestar, y, en general, en todos aquellos en los cuales existen Estados que, gracias a su elevado perfil democrático y a su intervencionismo, dedican partes significativas de su presupuesto al gasto público en la promoción de la mujer y en la lucha a favor de la igualdad.

 
Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:10