7.7 Sobre la sexualidad y el género.
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Se ha dicho más atrás que el sexo y la sexualidad tienen connotaciones biológicas, y ahora hay que añadir que la sexualidad se refiere a todo cuanto está relacionado con el deseo sensual de carácter erótico, hasta el extremo de que constituye una expresión muy relevante de nuestra humanidad. Esta humanidad se hace patente en la fuerza que tiene el símbolo en la sexualidad, la cual, además, tiene un claro componente social. Es así que mientras las relaciones sexuales de los animales son instintivas y permiten la perpetuación de la especie, las de los humanos poseen los significados que los propios humanos les quieran dar. Dicho de otro modo, las relaciones sexuales que se producen en ese contexto de la sexualidad de los humanos, no están necesariamente destinadas a la reproducción, sino que pueden ser el resultado de una manifestación de amor desvinculada del propósito reproductivo, o de la expresión de un deseo compartido de afecto, o de la afirmación de nuestra identidad sexual, por ejemplo, o de muchos otros deseos. Los seres humanos, como seres racionales que son, le dan, por tanto, a la relación sexual y a la sexualidad significados muy distintos. Ahora bien, la sexualidad del ser humano evoluciona a lo largo de su vida, unida como se halla a la historia personal de la persona, constituyendo un componente fundamental de su personalidad.
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Los seres humanos poseen identidades sexuales muy variadas. El ser humano puede ser hombre o mujer, pero no necesariamente de un modo radical, sino dentro de una gradación que le proporciona mayor o menor sensación de masculinidad o de feminidad. También puede participar de la transexualidad, de modo que teniendo atributos sexuales de un sexo determinado, se identifica con el otro sexo. En la búsqueda de su identidad sexual puede adoptar un comportamiento travestido, de manera que el sexo puede contradecir el rol de género establecido en su sociedad. Son las múltiples maneras de sentirse hombre o mujer y, en consecuencia, de poseer una identidad. La identidad sexual es la percepción que el individuo tiene de ser hombre o de ser mujer, independientemente de su sexo biológico, e incluso de su identidad personal. Este sexo biológico puede ser masculino, femenino o intersexual. La identidad sexual obedece al progresivo descubrimiento que la persona realiza de sí misma, a una exploración íntima y personal, que adquiere especial relevancia en algunas épocas de la vida, como la adolescencia, y a su progresiva aceptación. Entre los humanos, y a título de la complejidad que adquiere la identidad sexual, se reconocen las siguientes identidades sexuales: hombre heterosexual, mujer heterosexual, hombre homosexual, mujer homosexual, hombre bisexual, mujer bisexual, hombre travestido, mujer travestida, hombre transexual y mujer transexual. Así, los seres humanos poseen una orientación sexual, de modo que la atracción sexual de un sexo o del otro, más radical o más moderada, genera conductas heterosexuales, homosexuales, bisexuales, asexuales, pansexuales, etc.
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Por tanto, la sexualidad hace referencia a un ámbito muy complejo del ser humano, en el que intervienen no sólo los aspectos biológicos, sino también los psicológicos y los socioculturales. El hecho de que intervengan aspectos socioculturales implica diversidad, debido a las diferencias con que se presenta en las distintas sociedades. También implica cambio a lo largo del tiempo. Los estilos de vida de las distintas épocas dan lugar a modos, también diferentes, de entender la sexualidad. Curiosamente, sin embargo, la sexualidad es un objeto de conocimiento relativamente nuevo para las ciencias sociales. Es como si estas últimas no se hubieran dado cuenta hasta hace unas pocas décadas de este contenido cultural y social de la sexualidad. Pero, en realidad, esta demora de las ciencias sociales en el descubrimiento de un campo de estudio parece más bien que ha sido debido a que en el pasado fueron la biología y la medicina las que más se ocuparon de algo tan humano como es la sexualidad. Es preciso decir que este conocimiento generado, sobre todo por las ciencias médicas, constituye una de las claves del interés mostrado por las ciencias sociales. De hecho, los estudios médicos, y el caso de Freud es un buen ejemplo, reparan insistentemente en aspectos socioculturales. Uno de los estudios más trascendentes para el conocimiento de la sexualidad humana fue el del Dr. Kinsey, del cual se publicó la primera parte, la dedicada al hombre en 1948, y la segunda parte, dedicada a la mujer en 1953, que se constituyó en un referente fundamental de estos estudios para todas las ciencias, en general, incluidas las sociales. Por ejemplo, por primera vez, se recogió abundante información contrastadas sobre la homosexualidad humana. Es lo cierto que las ciencias sociales están en condiciones de recuperar el tiempo perdido, y, de hecho, ya es mucho lo que hoy sabemos de la sexualidad humana desde el punto de vista antropológico y sociológico. También es mucho lo que se sabe desde el punto de vista psicológico y desde otras muchas perspectivas.
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Los conocimientos actuales sugieren que la regulación de la sexualidad es general, si bien de maneras muy distintas. Existen sociedades muy restrictivas y sociedades muy permisivas, aunque no es raro que lo hagan de manera diferente según se trate de relaciones prematrimoniales o extramatrimoniales. En lo que se refiere a las primeras, las distintas sociedades otorgan una valoración muy diversa a la castidad, y así Malinowski cuando estudia en la segunda década del siglo XX a los trobiandeses, encuentra que, para ellos, la castidad es una virtud desconocida, tras verificar que estimulaban a los adolescentes para que se iniciaran en las relaciones sexuales. En lo que se refiere a las relaciones extramatrimoniales, se puede decir, en general, que el adulterio suscita reprobación, aunque hay sociedades, en las cuales, por ejemplo, los hombres permanecen mucho tiempo fuera del hogar, en cuyo tiempo se espera de ellos que puedan mantener relaciones extramatrimonales, y hasta que puedan tomar una esposa secundaria durante este tiempo. Así sucede en Etiopía con quienes permanecen fuera del hogar temporalmente, pudiendo tomar a cambio una garad o compañera durante el tiempo de la ausencia mediante simple acuerdo verbal entre las partes. No se confunde esta forma de matrimonio con otra, existente también en esta área, y a la cual se denomina qitir, propia de militares, comerciantes y funcionarios, que permanecen largo tiempo lejos del hogar, en cuyo caso toman una compañera secundaria mediante un contrato escrito que, en algunos aspectos, es similar al matrimonial.
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Existen también áreas que tradicionalmente han sido muy restrictivas en cuanto a las relaciones prematrimoniales, que es lo que sucede en ambas riberas del Mediterráneo, en el dominio de las denominadas religiones del Libro. Judíos, musulmanes y cristianos ortodoxos son muy poco permisivos con este tipo de relaciones. La apreciación, aunque más matizada, alcanza a otros grupos de cristianos. Entre los grupos más radicales en sus creencias, sobre todo de musulmanes, la restricción en las relaciones entre hombres y mujeres, sean jóvenes o adultos, llega a convertirse en una evitación generalizada, que compromete con reglas muy severas a las mujeres. En todo el Mediterráneo, la virginidad de la mujer ha constituido tradicionalmente un altísimo valor, que, asociado al honor, se desparrama por todo el entorno familiar de la mujer.
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En el caso de la homosexualidad, las actitudes también han sido tradicionalmente muy variadas entre las distintas sociedades. Aunque son muy numerosas las sociedades que se muestran intolerantes con la homosexualidad, no faltan las que la aprueban. Con mucha frecuencia, en los casos de tolerancia, la misma alcanza sólo a una parte de la vida de la persona (adolescencia y juventud), o bien a determinados momentos, como son los que nacen de la transgresión festiva. Se suele poner como ejemplo un caso extremo, el del minúsculo grupo de los etoro de Nueva Guinea, aunque en este caso se halla referido sólo a los hombres. Durante gran parte del año la homosexualidad es la regla, de modo que las relaciones heterosexuales están prohibidas. Evidentemente, estas últimas no están prohibidas por entero porque constituyen la clave de la reproducción. Como prueba del aprecio que sienten hacia las relaciones homosexuales, éstas se llevan a cabo en el ámbito doméstico o en sus inmediaciones, mientras que las heterosexuales sólo se producen en la selva, en los lugares más apartados. Aunque el caso es presentado aquí como extremo en lo que se refiere a la evitación de la mujer por parte del hombre, el mismo es extensible a otras sociedades de la Papuasia, que se caracterizan por poseen análogas pautas culturales, siempre caracterizadas por el papel marcadamente dominante del hombre (concurrencia de patriarcado, patrilinealidad, virilocalidad, etc.). Más frecuentes son los casos de tolerancia moderada de la homosexualidad, bien sea en el Pacífico Sur o en la misma Nueva Guinea, por ejemplo. Tanto entre los batak de Sumatra como entre los habitantes de algunas áreas de la Melanesia se permite la homosexualidad antes del matrimonio, y en ambos casos el hecho presenta connotaciones masculinas. Esta homosexualidad masculina sigue existiendo esporádicamente entre los hombres adultos y los jóvenes, también en ambos casos.
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Por otra parte, aunque los códigos de comportamiento sexual tienen una inercia dada por la cultura en la que se enmarcan, es cierto que ninguna sociedad es absolutamente refractaria al cambio, y, muy al contrario, algunas son muy sensibles. Esto explica que muchas sociedades modernas occidentales, que son las más urbanizadas, hayan conocido una importante transformación de sus pautas culturales, genéricamente entendidas, y específicamente en el ámbito de la sexualidad. Los procesos de modernización introducen en cualquier parte del mundo cambios en todos los órdenes, y la globalización ha generado una tendencia hacia la igualación cultural, todo lo cual explica la transformación que se ha producido en las pautas ligadas a la sexualidad. Y también explica que, aun considerando la inercia cultural, existan importantes rupturas. La conducta sexual de los jóvenes europeos y norteamericanos del presente, sumamente permisiva, dista mucho de la de hace poco más de medio siglo en este ámbito concreto.
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Uno de los ejemplos del cambio que se ha producido en la concepción de la sexualidad lo depara el hecho de que las uniones homosexuales hayan adquirido carta de naturaleza en las modernas sociedades occidentales, rompiendo con la exclusividad que ha registrado históricamente la institución del matrimonio heterosexual. La equiparación que se produjo en Holanda en el año 2001 del matrimonio heterosexual y el matrimonio entre personas del mismo sexo se extendió inmediatamente por una gran parte del mundo, debilitando y cuarteando las viejas concepciones del matrimonio, de la sexualidad y de la familia. Todo ello fue el resultado de un intenso proceso de cambio social que se produjo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, que acabó poniendo en cuestión muchas de las certidumbres más acrisoladas hasta entonces. En los años setenta la homosexualidad, en otro tiempo estigmatizada desde el punto de vista científico, incluidas las ciencias médicas, estaba dejando de ser considerada una “anomalía”, y en el último cuarto del siglo XX fueron cada vez más los homosexuales que decidieron confesar su condición y “salir del armario” de acuerdo con la metáfora acuñada al efecto. El célebre trabajo de Kath Weston, la antropóloga norteamericana que estudió certeramente los movimientos homosexuales de la Bahía de San Francisco a mediados de los años ochenta, acaso el lugar del mundo donde más intensamente se vivía la libertad del amor homosexual, nos ofrece, ya por entonces, una visión completamente nueva del fenómeno. En Las familias que elegimos (1997), Kath Weston examina la dialéctica reflexiva que encerraba la homosexualidad en aquel espacio de libertad. Así, se da cuenta de que la familia homosexual reposa sobre la amistad y la sexualidad, mientras que los hijos son el resultado de la adopción o de las nuevas tecnologías reproductivas, de modo que la familia posee, frente a la heterosexual, un potente carácter electivo que da título a su obra. La familia homosexual era distinta de la heterosexual pero una y otra eran familias.
La bolsa de Bruselas decorada con los colores de la marcha del Orgullo LGBT, 2015
By Miguel Discart [CC BY-SA 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)], via Wikimedia Commons
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Entre las grandes preocupaciones actuales de las sociedades modernas se halla una que, por desgracia, ni siquiera se atisba aún en numerosas sociedades del mundo. Se trata de la erradicación de todas aquellas conductas sexuales que comportan una agresión directa hacia la mujer, y que se presentan bajo tipos muy diferentes. Uno de éstos es el llamado acoso sexual. El acoso, en general, es un comportamiento destinado a perseguir, a asediar o a importunar a alguien, bien con requerimientos o con amenazas, explícitas o veladas. Sabido es que uno de estos tipos de acoso es el laboral, a menudo entendido como mobbing, dirigido tanto a hombres como a mujeres, aunque en estas últimas tenga una especial prevalencia, al amparo de su situación de debilidad en empleos precarios, si bien está presente en todo tipo de empleos en los cuales haya una subordinación de género. Un tipo específico de acoso es aquél que tiene un fuerte componente sexual, de manera que la víctima es requerida incesante o intermitentemente por un acosador, con palabras, frases o actitudes no deseadas por ella, amparándose generalmente el hostigador en su situación de superioridad, aunque también surge en situaciones de compañerismo. El acoso sexual es una forma, especialmente grave, de la discriminación de género, que surge en ambientes muy variados, al que ni siquiera son ajenos contextos como los de las organizaciones políticas, sindicales o los movimientos de la sociedad civil, y, por supuesto, está presente en todo tipo de situaciones laborales, estudiantiles, profesionales, corporativas, etc. El acoso sexual constituye una forma de violencia de género que hemos examinado más atrás, tanto por el efecto físico y emocional que tiene sobre la persona acosada, como por las secuelas duraderas en el tiempo que deja en la víctima.
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Sabemos que existe un mayor o menor control de la sexualidad en las distintas sociedades, y también sabemos que el mismo alcanza, como regla general, con más intensidad a la mujer que al hombre. El hecho de que la mayor parte de las sociedades humanas sean virilocales guarda relación con este hecho. El control de la sexualidad es más fácil de explicar en algunas sociedades. Por ejemplo, las occidentales han vigilado intensamente en el pasado la sexualidad de sus hijos. En general este control es muy acusado en las sociedades de clases, de modo que contribuye a evitar el contacto clases distintas. Las clases con un estatus más favorable no están interesadas en que sus hijos se mezclen con los de las clases subordinadas. Sin embargo, cuando las clases medias han extendido su imperio por toda la sociedad, y cuando se ha producido una erosión de las diferencias entre las personas, la vigilancia de las relaciones sexuales se ha atenuado. A ello ha contribuido también el progreso en el control de la natalidad, alejando el riesgo de los embarazos no deseados. En consecuencia, las diferencias en el acceso a los recursos, y a la propiedad en general, constituyen la explicación del rígido control de la natalidad que se produce en algunas sociedades. Por esta razón, tal control es escaso o nulos en las sociedades igualitarias de cazadores-recolectores, por ejemplo.