Lectura 1

  • KAPLAN, D. Y MANNERS, R. A. [1972] (1981). Introducción crítica a la teoría antropológica. México: Editorial Nueva Imagen, pgs. 314-316.

Desde sus inicios, la antropología se ha ocupado –al menos en principio- del conjunto de las culturas de todos los tiempos y lugares. Sin embargo, los antropólogos generalmente se han ocupado sólo de las culturas no occidentales, especialmente de las pequeñas y exóticas.

Hay varias razones para explicar el hecho de que los antropólogos se hayan centrado en ese tipo de culturas. En primer lugar, a mediados del siglo XIX las ciencias políticas, la economía, e inclusive la sociología, surgieron como campos de estudio que se ocuparon primordialmente de las instituciones de las sociedades occidentales. Y aunque muchos científicos sociales de esta época pudieron haber llegado a tener cierta información sobre las áreas remotas y exóticas, aparentemente no vieron mucho caso en abandonar su interés por las instituciones de su propia cultura o en llevar a cabo investigaciones directas de “pueblos primitivos”.

En pocas palabras, ninguna de las ciencias sociales “establecidas” encontró una razón para dejar la relativa comodidad de las investigaciones y las especulaciones en casa, por las incomodidades del campo. Ellos no deseaban, como comenta Jarvie en otro contexto “bajar del balcón y ensuciarse en un trabajo de campo”.

Sin embargo, es interesante que quienes se identificaron a sí mismos como antropólogos en los primeros años de la disciplina no fueron antropólogos de campo. Se dice, por ejemplo, que “cuando se le preguntó a sir James Frazer si había visto alguna vez a alguno de los pueblos primitivos de los que había escrito acerca de de sus costumbres en muchos libros, contestó “Dios no lo permita”. Tylor viajó por algunas regiones “incivilizadas” de México y del sudeste de los Estados Unidos, pero nunca realizó un trabajo de campo sistemático en esas áreas. Entre los pioneros de la antropología, Morgan fue virtualmente el único en exponerse, al menos brevemente, a las incomodidades del campo. Puede decirse que aunque los antropólogos anteriores a Boas se dedicaron al estudio de las culturas primitivas, no estaban temperamentalmente dispuestos para los estudios de campo, o no estaban ideológicamente convencidos de su necesidad. La mayor parte de ellos se limitaban a los museos, a las bibliotecas y al correo, aunque su compromiso por entender a las culturas exóticas permaneció firme.

El mundo primitivo ofrecía un extenso laboratorio comparativo en el cual se podrían aprender algo acerca de la naturaleza del hombre, sobre sus potencialidades y limitaciones, y sobre lo que ha sido y podría llegar a ser; y relacionado con todo esto la creencia de que el estudio de las sociedades pequeñas y exóticas podría revelar con mayor claridad y definición algunos de los procesos sociales básicos que las complejas sociedades del mundo occidental , debido a que el “salvaje” estaba menos cargado por los adornos y el bagaje de la vida civilizada. De este modo se argumentaba que el estudio de las culturas distantes y diferentes permitía adquirir una perspectiva mejor y más objetiva respecto a la propia cultura, lo cual no podía lograrse  de otro modo.

Finalmente, quisiéramos subrayar un facto que ha contribuido al delineamiento y al crecimiento de la antropología como una disciplina especializada de las ciencias sociales. Nos referimos al trabajo de campo y a la observación participante que se inició a principios del siglo, emergiendo como el principal instrumento para la recolección de información. Antes de esto, la mayoría de los antropólogos se basaba casi exclusivamente en los relatos de viajeros, comerciantes, misioneros y administradores coloniales, para la obtención de sus materiales etnográficos. Pero en las primeras décadas del siglo XX, los antropólogos empezaron a recoger sus propios materiales en un número cada vez mayor, y el trabajo de campo se trasnsformó en el rango distintivo de la profesión.

 

Lectura 2 

  • MALINOWSKI, B. [1922] (1986. Los argonautas del Pacífico Occidental. Barcelona: Planeta-Agostini, vol. 1, pgs. 20-21.

Antes de proceder a la descripción del Kula, no estará de más una descripción de los métodos seguidos para recoger el material etnográfico. Los resultados de una investigación científica, cualquiera que sea su rama del saber, deben presentarse de forma absolutamente limpia y sincera, nadie osaría presentar una aportación experimental en el campo de la física o de la química sin especificar al detalle todas las condiciones del experimento, una descripción exacta de los aparatos utilizados: la manera en que fueron encauzadas las observaciones; su número; el lapso de tiempo que le ha sido dedicado y el grado de aproximación con que se hizo cada medida. En las ciencias menos exactas, como la biología o la geología, esto no puede hacerse de forma tan rigurosa, pero cada investigador debe poner al lector en conocimiento de las condiciones en que se realizó el experimento o las observaciones. En etnografía, donde la necesidad de dar clara cuenta de cada uno de los datos es quizá más acuciante, el pasado no ha sido por desgracia pródigo en tales exactitudes, y muchos autores no se ocupan de esclarecer sus métodos, sino que discurren sobre datos y conclusiones que surgen ante nuestros ojos sin la menor explicación.

Sería fácil citar obras de gran reputación y cuño científico en las cuales se nos ofrecen vagas generalizaciones, sin recibir jamás ninguna información sobre qué pruebas fácticas han conducido a tales conclusiones. Ningún capítulo, ni siquiera un párrafo, se dedica expresamente a describir en qué circunstancias se efectuaron las observaciones y cómo se compiló la información. Considero que una fuente etnográfica tiene valor científico incuestionable siempre que podamos hacer una clara distinción entre, por una parte, lo que son los resultados de la observación directa y las exposiciones e interpretaciones del indígena y, por otra parle, las deducciones del autor basadas en su sentido común y capacidad de penetración psicológica. (Sobre este problema de método, una vez más, tenemos que reconocer a la Escuela de Antropología de Cambridge el mérito de haber introducido la forma científicamente correcta de tratar la cuestión. En especial, en los escritos de Haddon, Rivers y Seligman, la diferencia entre deducción y observación está siempre claramente trazada, y ello permite darse perfecta cuenta de las condiciones en que se ha realizado el trabajo). Es más, un sumario como el contenido en el cuadro que presentamos más adelante (apartado VI de este capítulo) debería ir explícito, de tal forma que el lector pueda estimar con precisión, de un vistazo, el nivel de trato personal que el autor tiene con los hechos que describe y hacerse una idea de en qué condiciones obtuvo la información de los indígenas.

Del mismo modo, en el campo de la ciencia histórica, nadie puede esperar que se le tome en serio si pone velo de misterio sobre sus fuentes y habla del pasado como si lo conociera por adivinación. El etnógrafo es, a un tiempo, su propio cronista e historiador; sus fuentes son, pues, sin duda de fácil accesibilidad pero también resultan sumamente evasivas y complejas, ya que no radican tanto en documentos de tipo estable, materiales, como en el comportamiento y los recuerdos de seres vivientes. En etnografía hay, a menudo, una enorme distancia entre el material bruto de la información —tal y como se le presenta al estudioso en sus observaciones, en las declaraciones de los indígenas, en el calidoscopio de la vida tribal— y la exposición final y teorizada de los resultados. El etnógrafo tiene que salvar esta distancia a lo largo de los laboriosos años que distan entre el día que puso por primera vez el pie en una playa indígena e hizo la primera tentativa por entrar en contacto con los nativos, y el momento en que escribe la última versión de sus resultados. Un breve bosquejo de las tribulaciones de un etnógrafo, tal y como yo las he vivido, puede ser más esclarecedor que una larga discusión abstracta.

 

Lectura 3

  • GEERTZ, C. [1987] (1989). El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós, pgs. 14-15.

La habilidad de los antropólogos para hacernos tomar en serio lo que dicen tiene menos que ver con su aspecto factual o su aire de elegancia conceptual, que con su capacidad para convencernos de que lo que dicen es resultado de haber podido penetrar (o, si se prefiere, haber sido penetrados por ) otra forma de vida, de haber, de uno u otro modo, realmente, “estado allí”. Y en la persuasión de que este milagro invisible ha ocurrido, es donde interviene la escritura.

Las peculiaridades cruciales de la escritura etnográfica están, como en la carta robada, tan a la vista, que escapan a nuestra atención: el hecho, por ejemplo, de que buen parte de ella esté formada por asertos incontrastables. El carácter altamente concreto de las descripciones etnográficas –tal antropólogo, en tal fecha, en tal lugar, con tales informantes, tales compromisos, y tales experiencias, en tanto que representante de una cultura concreta, y miembro de una determinada clase- da al conjunto de lo que se dice un cierto cariz de “o lo toma, o lo deja”.

 

Lectura 4

  • GEERTZ, C. [1987] (1989). El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós, pg. 142.

La transformación, en parte jurídica, en parte ideológica y en parte real, de las gentes de las que principalmente suelen ocuparse los antropólogos, desde su antiguo estatus de súbditos coloniales al actual de ciudadanos soberanos, ha alterado (cualesquiera que puedan ser las ironías que implican casos como los de Libia, Uganda o Kampuchea) por completo el contexto moral en el que el acto etnográfico tiene lugar. Incluso aquellos entornos exóticos ejemplares –la Amazonía de Lévi-Strauss o el Japón de Benedict- que no eran colonias sino hinterlands dejados de la mano de Dios o imperios cerrados sobre sí mismos “en mitad del mar” aparecen bajo una luz muy distinta desde que Lumumba, Suez y Vietnam cambiaron la gramática política del mundo. La reciente dispersión  de todo el globo de nacionalidades incrustadas en el seno de otras –argelinos en Francia, coreanos en Kuwait, pakistaníes en Londres, cubanos en Miami- no ha hecho más que ampliar el proceso reduciendo el espaciamiento de las variaciones mentales, como, por supuesto, ha ayudado a ello también el turismo de masas. Uno de los principales en que hasta el día de ayer descansaba la escritura antropológica, el de que sus sujetos y sus público no sólo eran separables sino que estaban moralmente desconectados, que los primeros tenían que describirse pero no ser interpelados, y los segundos informados pero no implicados, ha quedado en gran medida disuelto. El mundo está aún dividido en compartimentos, pero los pasillos entre ellos son mucho más numerosos y están mucho menos resguardados que antes.

Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:19