Lectura 1

  • LINTON, R. [1936] (1992). Estudio del hombre. México: Fondo de Cultura Económica, pgs. 158-159.

Todas las sociedades reconocen la existencia de ciertas unidades cooperativas compactas, organizadas internamente, intermedias entre el individuo y la sociedad total a la que pertenece. Teóricamente, toda persona pertenece a una u otra de estas unidades, por razón de las relaciones biológicas establecidas por el ayuntamiento sexual o la ascendencia común. De hecho, tal asignación puede también apoyarse sobe la base de sustitutos reconocidos, como son la paternidad supuesta y la adopción. Estas unidades tienen siempre funciones específicas en relación tanto con sus miembros como con el total de la sociedad. El hecho de pertenecer a una de estas unidades significa para el individuo una serie de derechos y deberes específicos con respecto a otros miembros y también una serie de actitudes bastante bien definidas. La unidad ha de ser el foco principal de lealtad e interés para sus miembros. Los que pertenece a ella están unidos por el deber de cooperar y de ayudarse mutuamente, colocando los intereses de los otros miembros por encima de los extraños. La interacción de las personalidades dentro de la unidad es estrecha y continua y su ajuste muto deberá ser, en consecuencia, completo. Idealmente, los miembros de una familia están unidos tanto por lazos de afecto como por lazos de interés común, y las disputas entre ellos se consideran más reprobables que las desavenencias entre miembros de la familia y extraños.

No cabe duda que todas estas unidades son derivados de los primitivos grupos biológicamente determinados de cónyuges y vástagos. Sin embargo, son bastante variables tanto en forma como en contenido. Las características más constantes en ellas parecen ser las actitudes generales de sus miembros. Como tanto su contenido humano como sus funciones difieren mucho en las diversas sociedades, hemos de concluir que estas características están ahora determinadas por factores culturales. En otras palabras, aunque la familia se haya iniciado como un fenómeno biológico, como una unidad reproductora de los primates, ha venido a ser un fenómeno social, algo más comparable a unidades tales como una orden monástica o un gremio de artesanos que a su propio antecesor remoto. Aunque los factores biológicos que dieron origen a la familia human persisten en su funcionamiento, su influencia sobre las familias como instituciones sociales está a la par con la que pueden tener las cualidades innatas de determinadas categorías de sexo o edad sobre los estatus y funciones que se asignen a los miembros de esas categorías. 

Es difícil para los europeos comprender la distinción sutil que existe en mucho sistemas sociales entre la unidad reproductora compuesta de cónyuges y sus vástagos y la familia institucional auténtica. Ocurre que estas dos unidades coinciden más estrechamente en nuestra sociedad que en otras, y, como resultado, los sociólogos europeos tienden a considerar que cualquier agrupación compuesta de padre, madre e hijos constituye el equivalente social de lo que es una familia entre nosotros. En realidad, tales agrupaciones juegan un papel insignificante en la vida de muchas sociedades, y una, cuando menos, les niega todo reconocimiento formal. Sin embargo, todas estas sociedades que conceden poca importancia a la unidad reproductora tienen otras unidades que, en mayor o menor grado, corresponden su significado social a la familia entre nosotros.

 

Lectura 2

  • LÉVI-STRAUSS, C. [1956], (1993), “La familia”. En Harry L. Shapiro (Ed.), Hombre, cultura y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, pgs. 439-440.

Este modo de enfrentarse al problema resultó anticuado cuando la acumulación de datos hizo obvio el hecho siguiente: la clase de familia que existe en la civiliazicón moderna, con el matrimonio monógamo, el establecimiento independiente d ela joven pareja, las relaciones afectivas entre los parientes y los descendientes, etc., si bien no siempre es fácil de reconocer detrás de la complicadas red de extrañas costumbres e instituciones de los pueblos primitivos, es al menos conspicua entre aquellos que parecen haber permanecido en –o retornado al- nivel cultural más simple. Tribus como las de las islas Andamán del océano Índico, los fueguinos del extremo austral de América del Sur, los nambikwara del centro de Brasil, y los bosquimanos de África del Sur –para mencionar solamente unos cuantos ejemplos- viven en pequeñas bandas seminómadas; tiene poca o ninguna organización política y su nivel tecnológico es muy bajo dado que, al menos entre algunos de ellos, no se conoce el tejido, la cerámica y, a veces ni siquiera el arte de construir cabañas. Así, la única estructura social de que vale la pena hablar entre ellos es la familia, monógama en su mayoría. El observador que trabaje en el campo no tendrá dificultad en identificar a las parejas casadas, asociadas estrechamente por lazos sentimentales y cooperación económica así como por la cría de los hijos nacidos de su unión.

 

Lectura 3

  • MURDOCK, George Peter [196] (1987). Cultura y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, pgs. 155-156.

En la bibliografía teórica de la organización social, comúnmente se distinguen dos tipos primarios de descendencia, que son la “descendencia bilateral” y la “descendencia unilineal”. Bajo la primera, la filiación social corresponde a la relación genealógica real, que se identifica de la misma manera a través de todos los parientes lineales de una determinada generación ascendente sin importar el sexo del pariente o de los parientes conectados. Por otro lado, bajo la descendencia unilineal se hace hincapié en la línea de filiación a través de uno de los padres y a través de los parientes lineales ascendentes o descendentes del mismo sexo, lo que produce una descendencia matrilineal o patrilineal, y se descartan otras posibles líneas de filiación. El objetivo del presente ensayo es llamar la atención hacia el tercer tipo primario de filiación, la “doble línea de descendencia”, respecto a la cual algunos etnógrafos han dado informes recientes de varias zonas muy apartadas entre sí, pero que hasta la fecha han escapado a una consideración teórica extensa.

La doble línea de descendencia es esencialmente una combinación de descendencia matrilineal y patrilineal, y las dos formas d de filiación son seguidas al mismo tiempo. Por eso la filiación no es unilineal sino bilineal. Sin embargo, no es bilateral, puesto que no trata todas las posibles líneas de filiación igualmente, sino que hace hincapié en dos líneas y descarta las otras. La distinción entre las tres formas de descendencia puede ilustrarse considerando la filiación de Ego con sus abuelos. Bajo la descendencia unilineal, Ego está filiado sólo con uno de ellos; con la abuela materna bajo la descendencia matrilineal y con el abuelo paterno bajo la descendencia patrilineal. Cuando predomina la doble línea de descendencia, Ego está filiado con su abuela materna y con su abuelo paterno, pero no con su abuelo materno ni con su abuela paterna.

Sería aconsejable reservar el término “doble línea de descendencia” para los casos donde se aplican al mismo tiempo  ambas reglas unilineales para el mismo individuo, y distinguir los casos en los que puede aplicarse una de las dos reglas, pero no las dos juntas. Los ejemplos del último caso son demasiado numerosos para contarlos.

 

Lectura 4

  • RADCLIFFE-BROWN, A. R. [1958] (1975). El método de la antropología social.Barcelona: Anagrama, pgs. 138-139.

Examinemos brevemente la institución de la exogamia de mitad, por la cual todos los matrimonio, en los casos en que se observa la norma, se celebran entre personas pertenecientes a mitades opuestas. Existen innumerables costumbres que muestran que en muchas sociedades primitivas el hecho de tomar en matrimonio a una mujer se representa simbólicamente como un acto de hostilidad contra su familia o grupo. Todos los antropólogos conocen la costumbre por la que se representa que la novia es capturada o separada por la fuerza de sus parientes.  McLennan fue quien hizo la primera recopilación de ejemplos de dicha costumbre; este autor los interpretaba históricamente  como supervivencias de la situación más antigua de la sociedad humana en que la única forma de obtener esposa era robar o capturar a una mujer de otra tribu.

Los habitantes de las Marquesas ofrecen un ejemplo esclarecedor de este tipo de costumbre. Cuando se ha concertado un matrimonio, los parientes del novio cogen los regalos que se van a ofrecer a los parientes de la novia y se dirige a la casa de ésta. Por el camino los parientes de la novia les tienden una emboscada y los atacan, y les arrebatan por la fuerza los regalos que llevan. El primer acto de violencia procede de los parientes de la novia. Por el principio polinesio del utu, los que sufren un agravio tienen derecho a vengarse perpetrando otro. Así pues, los parientes del novio ejercen dicho derecho llevándose a la novia. Ningún otro ejemplo podría ilustrar mejor el hecho de que esas acciones habituales son simbólicas.

Consideradas en relación con la estructura social, el significado o referencia simbólica de esas costumbres debería resultar evidente. La solidaridad de un grupo exige que la pérdida de uno de sus miembros se considere como un agravio al grupo. En consecuencia, se necesita expresarlo de algún modo. El hecho de tomar a una mujer en matrimonio se representa en cierto sentido como un acto de hostilidad contra sus parientes. Eso es lo que significa el dicho de los gusii de África del Este: “Con quien nos casamos es con quien luchamos”. 

Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:21