Lectura 1

  • MURDOCK, George Peter [196] (1987). Cultura y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, pgs. 155-156.

Las tribus surgen por lo general como resultado de un aumento en la población de una sola banda original, que hace necesario la formación de nuevas bandas. En el momento de la división, la banda recién creada y aquella de donde surge son idénticas en su cultura y lenguaje, y los miembros de ambas están ligados por numerosos lazos de amistad personal y de relaciones familiares. Si los dos grupos ocupan territorios contiguos después de su división , estos lazos individuales no desaparecerán inmediatamente. Amigos y parientes se visitarán unos a otros, y se irán estableciendo nuevos lazos personales generación tras generación. Este intercurso in formal entre los grupos perpetuará la memoria de su origen común y el sentimiento de unidad entre ellos y también retardará el desarrollo de diferencias pronunciadas en cultura y en lenguaje. Al ir aumentando el número de hombres, llega un momento en el que no se pueden mantener estas relaciones personales entre todos los miembros de la tribu, pero ésta permanecerá aún unida por una serie de relaciones entremezcladas. Los miembros de la banda A, por ejemplo, pueden no tener contacto directo con los de la banda C, cuyo territorio se encuentra a cierta distancia del suyo; pero los miembros de la banda A y C pueden tener trato con personas de banda B, que ocupa el territorio intermedio entre los de las otras dos. Mientras todas ocupen territorio contiguos, se mantendrán las relaciones sociales entre ellas y con éstas una comunidad general de lengua, cultura e intereses.

La tribu siempre es una unidad territorial. Si una de sus bandas se distancia del resto, los miembros de la nueva unidad no podrán mantener relaciones personales con sus compañeros de tribu y pronto se perderá el recuerdo de su origen común. Se desarrollarán diferencias culturales y lingüísticas y en pocas generaciones se perderá todo sentimiento de unidad entre las dos. Sabemos por ejemplo, que los shoshini y los comanches constituían originariamente una sola tribu. No puede fijarse la fecha de su separación, pero probablemente no ocurrió antes de 1600. Una banda o bandas de la unidad original se dirigió hacia el sur, perdió todo contacto con la unidad original y se convirtió en el grupo comanche. Para 1880 el grupo del sur se había olvidado totalmente de sus parientes del norte, y los jóvenes comanches que asistían a las escuelas indígenas se sorprendían al encontrarse allí con muchachos que hablaban su propia lengua con sólo ligeras diferencias en vocabulario y pronunciación. Durante el tiempo que estuvieron separadas, la cultura de las dos ramas se había distanciado mucho más que su lenguaje, y cada división había adquirido los aspectos de una tribu distinta.

 

Lectura 2

  • EVANS-PRITCHARD, E. E. [1962] (1974). Ensayos de antropología social. México: Siglo XXI, pgs. 146-147.

Un europeo que viva entre los azande se encontrará de inmediato con la hermandad de sangre, que volverá a aparecer continuamente en muchas actividades sociales. Probablemente tropezará con la costumbre cuando esté aún sufriéndolos primeros estadios del aprendizaje de la lengua, puesto que con frecuencia oirá la palabra bakuremi, mi hermano de sangre, usada como un término de referencia.  En su significado primario este término hace mención de la persona que ha bebido la sangre del que habla, pero se extiende en su significado secundario para englobar a todos los miembros de su clan. De manera que si cambia sangre con ún miembro del clan akowe todos los demás miembros de este clan ascienden a la categoría de hermanos de sangre y se pueden nombrar correctamente como bakuremi, aunque este hecho depende de la variedad de los factores individuales, así como de las condiciones bajo las cuales se está hablando y el grado de intimidad que existe con el hombre de quien se hace referencia. En consecuencia, un hombre alcanza la posición de hermano de sangre de clanes cuyos miembros individuales han cambiado sangre con su grupo de parentesco. La palabra adquiere comúnmente un tercer significado cuando se refiere a personas con las que ni el que habla ni nadie de su grupo de parentesco ha cambiado sangre, como una forma cortés que implica familiaridad amistosa. Estos significados tienen la misma forma que la extensión de los términos de parentesco con objeto de abarca clanes enteros y aun personas relativamente poco relacionadas,  y, en mi opinión, el significado sociológico y psicológico es el mismo en ambos casos. La extensión de las obligaciones de una hermandad de sangre por parte de los participantes hacia los miembros de sus clanes y el uso de sangre como materia de unión entre las dos partes ha dado lugar a teorías que consideran la naturaleza colectiva del pacto como una alianza entre los dos grupos emparentados.

En los días preeuropeos, cuando la hermandad de sangre y sus obligaciones eran más estimadas que en la actualidad, un individuo no podía realizar el pacto solamente por su propia iniciativa, dado que ello producía la unión también con su grupo de parentesco que quedaba sujeto a las sanciones. Debía en primer lugar consultar a su padre y tíos, y solamente llevaría a cabo el rito después de obtener su consentimiento. Parece que en el pasado se objetaba frecuentemente en contra de la alianza propuesta, a causa, por lo general, de una enemistad tradicional largamente mantenida entre los dos clanes implicados. Hoy en día a la gente le importa menos las opiniones de sus parientes y muchas veces formalizan espontáneamente una hermandad de sangre sin informar siquiera a sus mayores del proyecto. De todas formas, no es raro que los hombres jóvenes actúen conforme a la tradición y que consulten a su grupo de parentesco antes de efectuar el rito, respetando a los ancianos y mostrando así que van a tomar en serio las obligaciones y sanciones del pacto. El punto a que ha llegado el deterioro de esta costumbre puede deducirse del caso de un zande a quien yo conocía bien. Un día me dijo que cuando era poco más que un niño había cambiado sangre con otro joven, y al preguntarle a qué clan pertenecía su hermano de sangre resultó que era totalmente ignorante al respecto. Dudo si sería fácil descubrir un caso igual, pero siquiera uno como éste hubiera sido inconcebible en época normal.

 

Lectura 3

  • MALINOWSKI, B. [1926] (1986). Crimen y costumbre en la sociedad salvaje. Barcelona: Planeta-Agostini, pgs. 35-37.

Con objeto de adentrarnos más profundamente en la naturaleza de estas obligaciones, sigamos a los pescadores a la playa. Veamos qué sucede con el reparto de la pesca recogida. En la mayoría de los casos sólo una pequeña proporción de ella se queda entre los naturales de aquel poblado. Por regla general encontraremos a cierto número de habitantes de alguna comunidad de tierra adentro que están esperando en la playa.

Vemos cómo reciben sartas de pescado de manos de los pescadores y cómo se las llevan a casa, a menudo a muchas millas de distancia, corriendo tanto como pueden para llegar allí mientras el pescado está todavía fresco. Nos hallamos de nuevo ante un sistema de servicios y obligaciones mutuas basado en un convenio ya establecido entre dos poblados distintos. El poblado de tierra adentro suministra hortalizas a los pescadores, y la comunidad costera les paga con pescado. Este convenio es primariamente de índole económica. Tiene además un aspecto ceremonial ya que el intercambio ha de efectuarse de acuerdo con un ritual complicado. Asimismo, tiene su lado jurídico: un sistema de obligaciones mutuas que obliga al pescador a pagar cuando recibe un obsequio de su compañero de tierra adentro, y viceversa. Ninguno de los dos puede negarse a este compromiso, ninguno de los dos puede escatimar cuando devuelve el obsequio y ninguno de los dos debe retrasarse en hacerlo.

¿Cuál es la fuerza motivadora que respalda estas obligaciones? Los poblados costeros y los de tierra adentro tienen que contar respectivamente el uno con el otro para el suministro de alimentos. Los nativos de la costa nunca tienen suficientes hortalizas mientras que los de tierra adentro están siempre necesitados de pescado. Lo que es más: la costumbre requiere que en la costa todas las grandes exhibiciones ceremoniales y distribuciones de alimentos, que constituyen un aspecto sumamente importante de la vida pública de estos nativos, sean hechas con ciertas variedades de hortalizas especialmente grandes y sabrosas que sólo crecen en las fértiles llanuras del interior. Y en el interior, por otra parte, lo importante de una buena distribución y fiesta es el pescado. Así, a todas las demás razones de peso que valoran los alimentos respectivamente más raros, se añade una dependencia artificial culturalmente creada de un distrito para con el otro. De modo que, en conjunto, cada colectividad necesita mucho de sus asociados. Si previamente, en alguna ocasión, se han mostrado culpables de negligencia, saben que de una forma u otra las consecuencias son graves. O sea que cada comunidad tiene un arma para hacer valer sus derechos: la reciprocidad. Y ésta no está limitada al intercambio de pescado por hortalizas. Por regla general, estas dos colectividades dependen una de la otra también en otras formas de comercio así como en otros servicios mutuos. De este modo cada cadena de reciprocidad se va haciendo más fuerte al convertirse en parte y conjunto de un sistema completo de prestaciones mutuas.

 

Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 09:22