Ruth Benedict (1887-1948)
Ruth Falton (toma el apellido Benedict de su esposo, el bioquímico Stanley Benedict que con su apellido da nombre a un famoso reactivo) ejemplifica a las claras la trayectoria de una profesora de antropología nacida a finales del siglo XIX, en 1887, que no responde a los patrones que se suelen esperar de las mujeres de su tiempo. Todo ello por varias razones. Aunque nació en la ciudad de Nueva York y su padre era médico, el origen de su familia era rural. De hecho, tras morir su padre, siendo aún muy niña, se instaló con su madre en el campo, al lado de su familia materna, y allí pasó los años de la infancia y de la adolescencia. No parecería tan raro que, como mujer que era, estudiara para convertirse en maestra, como así fue, puesto que era un trabajo reservado a las mujeres o, mejor dicho, a unas pocas mujeres. Mucho menos común era que estudiara en la Universidad y, sin embargo, cuando tenía alrededor de treinta años, tras haber ejercido como maestra, se matriculó en la Universidad de Columbia donde estudió filosofía y antropología, en una época en las que eran pocas las mujeres que realizaban estudios universitarios. En 1930 la encontramos como Profesora Asistente de Antropología en la Universidad de Columbia, en el departamento dirigido por Franz Boas, y del que también formaba parte Margaret Mead, cuyo caso también es excepcional, y otros muchos profesores del semillero boasiano que hicieron crecer inimaginablemente la antropología.
Ruth Benedict, contradiciendo las reglas de su tiempo, fue una profesora de éxito, merced a una brillante trayectoria. Ciertamente, Ruth Benedict representa la liberación de la mujer en la sociedad norteamericana de la época, trabajando fuera del hogar, pero también representa otra liberación aún menos conocida entonces, que era la referente a un estilo de vida que rompía con la tradición y que incluía la vivencia de amores que se clasificaban como prohibidos, y más aún en el ambiente baptista y recatado de su propia familia de origen. Sus viajes, sus pasiones, el cultivo de la literatura simultaneado con el de la ciencia, contando con el apoyo y el afecto de su maestro Franz Boas, explican que estemos ante una personalidad nada común, que rompe con todos los tópicos atribuidos a cualquier otra mujer nacida en los años ochenta del siglo XIX. Pero no sólo fue Boas el artífice de las conquistas de Benedict, sino que otros profesores, salidos por cierto, al igual que ella del seminario de Boas, fueron sus mentores y directores, y entre ellos A. Goldenweiser, R. Lowie y A. Kroeber, nada más y nada menos.
Sus investigaciones entre los indios Pueblo, y más concretamente sobre los Zuñi cercanos a la frontera de Nuevo México, así como las que realizó sobre los indios Pies Negros de Montana, constituyeron una auténtica novedad. Pero no son éstas las únicas razones que explican la singularidad de Benedict. Su libro Patterns of Culture (1934, traducida a la lengua española como El hombre y la cultura, 1944), que era la consecuencia de su tesis doctoral, marcaría una época y hasta insuflaría vida a un movimiento dentro de la antropología que es conocido como configuracionismo, de acuerdo con el cual, las culturas privilegian determinadas personalidades formadas por pautas de pensamiento y acción que responden a una selección previa. La obra publicada poco antes de su muerte, El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura japonesa (1946, 1974), analiza algunos de los patrones más característicos de la cultura japonesa, lo cual tampoco era un frecuente objeto de conocimiento.
A fuerza de vivir una trayectoria original y libre, alcanzó en 1946 con la Presidencia de la poderosa Asociación Americana de Antropología, rompiendo con lo que era regla entonces y, sobre todo, con el tópico del liderazgo masculino. En fin, no por una sino por muchas razones, Ruth Benedict representa la absoluta ruptura con los tópicos de una sociedad, como la norteamericana, en la primera mitad del siglo XX y, por el contrario, se acoge plenamente a las pautas de comportamiento de una mujer liberada de las ataduras de la tradición. Falleció en 1948 inesperadamente, a la vuelta de uno de sus continuos viajes.