Al revés de lo que parece haber sucedido en otras ciencias, no han sido pocas las mujeres que han triunfado desde hace más de un siglo en el ámbito de la antropología social. Nacida en 1921, Mary Douglas se procuró una excelente formación, la cual sería una de las claves de su exitoso cultivo de la antropología social. No es excesivo decir que perteneció al grupo más selecto de antropólogos británicos del siglo XX. Como a menudo sucede, su interés por algunos de los temas que la ocuparon a lo largo de su vida, como el mundo de las creencias, surgió en una época muy temprana, cuando todavía era alumna de un colegio católico en un país mayoritariamente anglicano. Sin embargo, la clave de su progreso estuvo en sus estudios superiores en la Universidad de Oxford, mientras cursaba  filosofía, ciencias económicas y ciencias políticas.

Fue en Oxford donde conoció a un antropólogo, de la generación inmediatamente anterior a la suya, que dejó honda huella en la antropología. Me refiero a E. E. Evans-Pritchard. Fue este último el que marcó su vocación y uno de los que más decisivamente la introdujo en el camino africanista. Sin embargo, hubo otro hecho que espoleó su deseo de acercarse a la antropología, y fue su trabajo en la Colonial Office durante la Segunda Guerra Mundial, de manera que a la conclusión de la misma vio allanadas las dificultades para entregarse a lo que ya era su vocación. Sus estudios sobre los Lele de Kasai, habitantes de lo que hoy es el Zaire,  continúan siendo un modelo de investigación, por su minuciosidad analítica y porque en ellos se halla el germen de los intereses que desarrollaría posteriormente. Mary Douglas es un producto típico de la escuela británica de antropología.

La fama de Mary Douglas como antropóloga la llevó a los Estados Unidos, donde desde mediados de los años setenta fue docente en la Universidad de de Nueva York, incorporándose posteriormente a la de Northwestern. Y no es extraño su quehacer académico al otro lado del Atlántico si se tiene en cuenta que en los años precedentes publica dos obras que resultan decisivas para la antropología, ambas basadas en el  estudio del ámbito simbólico de la cultura. Una de éstas fue Pureza y peligro, de lectura obligada para los estudiantes de antropología social en nuestro tiempo en cualquier universidad, dada a la imprenta en el año 1966 y publicada en lengua española poco tiempo después, en 1973. En ella se hace un excelente repaso del concepto de contaminación y del de tabú, aparte de la mirada que tiende sobre otros muchos relacionados con éstos, valiéndose de un singular análisis del Levítico. La otra obra relevante  de Mary Douglas, también en el ámbito simbólico, fue Símbolos naturales, impresa en 1970 y en lengua española en 1978. Su conquista en esta obra consistió en la reducción a común denominador de los modelos de pensamiento y conducta que laten en los diferentes sistemas culturales.

La influencia de E. E. Evans-Pritchard  ha sido indiscutible en la obra de Mary Douglas. Sin embargo, y sin contradecir la obra de su maestro, fue igualmente fiel a la socio-antropología de Durkheim, hasta el extremo que su mérito mayor es haber desarrollado el tema simbólico que ya estaba muy presente en la obra del pensador francés. De hecho, en la obra de Douglas encontramos algo bien conocido en Durkheim y en Mauss: trascendiendo las culturas “primitivas” que estudiaban tradicionalmente los antropólogos, esta sagaz autora sitúa en un mismo plano de comparación las diferentes culturas creadas por los seres humanos, negando la tendencia a establecer una cesura entre las tradicionales y las modernas. Recogiendo la influencia de la escuela sociológica francesa, Mary Douglas se nos presenta con un pie en la tradición británica y con el otro en el estructuralismo francés. Este último era, al fin y al cabo, una nueva resurgencia de la escuela sociológica francesa que, a buen seguro, seguía irrigando la antropología británica en los tiempos de Mary Douglas igual que lo había hecho en los de Malinowski y Radcliffe-Brown.

Pero no fueron los trabajos señalados las únicas contribuciones que incrementaron el cuerpo teórico de la antropología social. Su trayectoria no hizo sino agrandarse hasta su fallecimiento en el año 2007, con sus pioneros análisis sobre el riesgo iniciados cuando ya se hallaban avanzados los años setenta del siglo XX. La publicación en el año 1986 de su libro Cómo piensan las instituciones comportó un nuevo éxito. Por todo ello, esta antropóloga, representa un modelo de inteligencia y de tenacidad dentro de la antropología hasta convertirse en una verdadera maestra de maestros.

Última modificación: viernes, 23 de junio de 2017, 11:06