Tucídides (ca. 460-400 a.C.)
Copia de un busto de Tucídides. Galería de Zurab Tsereteli (Moscú)
Fuente: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2d/Thucydides_pushkin01.jpg
Pocos años después de que Heródoto escribiera sobre las Guerras Médicas, Tucídides hizo lo propio con el otro gran acontecimiento bélico del siglo V: las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.). Existió sin embargo una diferencia sustancial entre ambos historiadores: el primero no presenció los hechos que narra, mientras que Tucídides fue contemporáneo de las Guerras del Peloponeso y, de hecho, participó en ellas.
Biografía
Nació en Atenas, entre los años 460 y 455 a.C., en el seno de una familia aristocrática de origen tracio. Vivió por lo tanto en la época de Pericles, a quien admiraba. En el 424 a.C. hubo de exiliarse de Atenas. En ese año fue asediada Anfípolis, en Tracia. Esta colonia ateniense estaba bien comunicada con Tasos, donde Tucídides se encontraba como estratega al mando de una flota de siete navíos, por lo que se reclamó su ayuda. Llegó a Anfípolis demasiado tarde, cuando ya la colonia se había rendido a manos de Brásidas, quien había propuesto condiciones favorables a los asediados, temiendo precisamente la llegada de Tucídides. La pérdida de la colonia, de gran importancia económica para Atenas, se consideró un grave error imputable a Tucídides, por lo que éste debió pagar con un destierro de veinte años. Desconocemos dónde vivió durante todo ese tiempo, pero es probable que fuera en algún lugar de Tracia, donde tenía grandes posesiones heredadas de su familia. Una vez terminada la guerra, en el 404 a.C., volvió a Atenas, donde permaneció hasta el momento de su muerte, hacia el año 400 a.C.
Ideología y pensamiento político
A diferencia de Heródoto, Tucídides muestra una visión del mundo racionalista y antropocéntrica. Considera que el hombre es libre y único artífice de su historia. Rechaza la idea de que los hechos estén determinados por el destino o la intervención divina. Es, por otra parte, pesimista, convencido de que el poder corrompe y puede llevar a la destrucción.
Nos encontramos ante un historiador analítico, interesado por la causalidad de la historia. Tucídides intenta distinguir entre las causas profundas de los acontecimientos y las causas inmediatas o pretextos. Es selectivo con las fuentes que utiliza y decide qué hechos son dignos de ser narrados y cuáles no. Entiende que el historiador no debe limitarse a acumular y transmitir datos sin más, sino que debe discernir entre lo particular y lo general, entre lo importante y lo accesorio.
Para Tucídides la causa profunda de las Guerras del Peloponeso se encontraba en la hostilidad manifiesta entre Esparta y Atenas durante la Pentecontecía. El historiador ateniense era consciente de que estos dos Estados representaban concepciones y modos de vida totalmente contrapuestos, y que chocaban entre sí al ambicionar ambos detentar el poder en el mundo griego. Esta interpretación, que sigue siendo válida hoy en día, resulta admirable en un historiador de la época, contemporáneo y partícipe de los hechos que narra.
Aunque su preferencia por el bando de Atenas es evidente, Tucídides respetaba al espartano. El hecho de que los estados enfrentados fueran griegos en igual medida hacía que la guerra fuera para él un acontecimiento especialmente trágico y digno de ser narrado.
Obra
La obra de Tucídides, cuyo título original ignoramos, ha llegado a nosotros dividida en ocho libros. Seguramente esta división no es originaria del autor, sino que ha de atribuirse a algún gramático de época helenística, posiblemente a Asclepíades. La composición es la siguiente:
- Libro I: Preliminares. “Arqueología”. Pentecontecía. Esparta y Atenas enfrentadas.
- Libros II-V, 24: Guerra Arquidámica, Paz de Nicias y sucesos posteriores (431-416 a.C.).
- Libros VI-VII: Expedición ateniense a Sicilia (415-413 a.C.).
- Libro VIII: Inicios de la Guerra Decelia (413-411 a.C.).
Sin duda estamos ante una obra inacabada, pues el relato se interrumpe bruscamente en el 411 a.C., cuando el propio autor dice que los acontecimientos del 431 al 404 a.C. constituían una unidad y por lo tanto da a entender que su narración abarcará dicho período en su totalidad. Quizás su muerte imprevista u otro motivo le impidieron llevar a término tal propósito.
Heródoto y Tucídides, a pesar de ser casi contemporáneos, presentan concepciones historiográficas y estilos literarios muy diferentes. Tucídides intenta narrar los hechos de forma objetiva. Utiliza un tono impersonal y sigue un riguroso orden cronológico. De vez en cuando, interrumpe el relato para introducir discursos, con los que pretende ahondar en la psicología y motivaciones humanas. Estos discursos están siempre perfectamente integrados en el relato y su objetivo es profundizar en la historia.
Tucídides no se detiene en contar fábulas, mitos o leyendas, frecuentes por el contrario en las obras de poetas y logógrafos, así como en Heródoto. A diferencia de este último, a la hora de buscar las causas de la guerra no se remonta a tiempos remotos, sino que analiza un pasado reciente. Fechó el inicio de las Guerras del Peloponeso y referenció todos los acontecimientos contando los años transcurridos desde el inicio y dividiendo cada año de guerra en estíos e inviernos.
Aunque manejó fuentes escritas en abundancia, se basó sobre todo en su experiencia e investigación personal. Tucídides buscaba la “verdad”, en la que creía firmemente. Consciente de la relatividad de la historia y del subjetivismo de los hombres cuando se enfrentan a su pasado, se mostró crítico con sus informantes y desconfió de la tradición oral. Hemos de suponer que interrogó a varios testigos de la guerra, pertenecientes a ambos bandos, cuestionando siempre la veracidad de sus testimonios.
La obra de Tucídides comenzó a ser estudiada en las escuelas desde comienzos de la época imperial romana. Se iniciaron a partir de entonces numerosos trabajos de exégesis, como el de Dídimo de Alejandría. El gran número de códices prueba que tuvo una amplia difusión en el Oriente bizantino; en Occidente, sin embargo, fue prácticamente olvidada durante la Edad Media, hasta el Renacimiento. Lorenzo Valla terminó su traducción latina en 1452 y la publicó en Paris en 1513. La primera versión en castellano se debe a Gracián en 1564.