Tema 2. La Edad Oscura (XII-VIII a.C.)

De forma tradicional se ha denominado Edad Oscura a la etapa de la historia de Grecia comprendida entre el final de la civilización micénica (ca. 1200 a.C.) y el inicio de la Edad Arcaica (siglo VIII a.C.). Dicha denominación obedece al hecho de que se trata de un período de cuatro siglos para el que se dispone de pocas fuentes históricas. La investigación arqueológica, no obstante, cada vez arroja más luz sobre el mismo.

El final de la civilización micénica conllevó el abandono de la escritura en el Egeo. Su uso no volvió a recuperarse hasta los inicios del siglo VIII a.C. cuando se adoptó la escritura alfabética, muy distinta de la silábica que habían utilizado los micénicos (Lineal B). A la falta de textos escritos se añade la escasez y pobreza de la documentación arqueológica, entre otros motivos porque los restos arquitectónicos en esta época carecen de la monumentalidad propia de los palacios micénicos.

A. GRECIA TRAS EL COLAPSO MICÉNICO

La Edad Oscura se ha interpretado como una etapa de recesión y de grandes cambios en el mundo egeo. Asimismo, ha sido considerada como la etapa en la que se formó el pueblo griego. Aunque no se pueden negar grandes cambios, actualmente hay una tendencia a destacar los elementos de continuidad con respecto a la etapa anterior. De hecho, en regiones como el Ática no se observa una verdadera ruptura entre el mundo micénico y el que viene a continuación.

La zona más afectada por los cambios coincide con el área central de la civilización micénica: la Argólida y Mesenia. En estas regiones del Peloponeso se aprecia un aparente despoblamiento desde el abandono de los palacios en el siglo XII. Los centros de hábitat que han sido excavados presentan cabañas rudimentarias, en cuya construcción apenas se había usado la piedra; un panorama por lo tanto muy diferente al de las ciclópeas construcciones micénicas. Una teoría defiende que se pasó de una sociedad campesina basada en la agricultura a otra basada en el pastoreo, con formas de vida itinerantes; de ahí la escasez y poca consistencia de los registros arqueológicos.

Desde el siglo XI a.C. se producen innovaciones que determinarán un desarrollo económico y la génesis de una nueva sociedad. Surge la cerámica protogeométrica (1050-900 a.C.), decorada en ocasiones con círculos y semicírculos pintados a compás (Fig. 1). El hierro empieza a suplantar al bronce en la elaboración de armas y útiles. Se trata de una materia prima que no es necesario buscar lejos de Grecia. Cambian las prácticas funerarias: la incineración sustituye a la inhumación, excepto en el caso de los niños.

En los siglos IX y VIII a.C. se desarrolla la cerámica geométrica, caracterizada por presentar decoraciones más complejas que las del período anterior. En los vasos se incorporan escenas figuradas (Fig. 2). 

En esta época se aprecia una recuperación de la población y de la producción agrícola. Surgen también los primeros santuarios griegos, donde se depositan ofrendas. 

En los santuarios no sólo los dioses eran venerados, sino también héroes que se suponían enterrados en antiguas tumbas monumentales, normalmente de origen micénico. Los fieles no conocían la identidad de los individuos a los que estuvieron destinadas dichas tumbas, pero les atribuyeron nombres y la categoría de héroes. Al mismo tiempo pasaron a ser reivindicados como ancestros de determinados linajes familiares. 

Las comunidades comenzaron así a crear una memoria histórica y a legitimar a través de los centros de culto heroico que les eran propios su asentamiento en un determinado territorio. Todo ello será determinante en la formación de las póleis griegas.

Figura 1: Ánfora ática de estilo protogeométrico. 950-900 a. C. British Museum (Londres).

Figura 2: Crátera ática de estilo geométrico. Ca. 770 a.C. Metropolitan Museum (Nueva York).

B. HOMERO Y EL PROBLEMA DE TROYA

La ausencia de fuentes escritas directas ha llevado a los historiadores a concentrarse en la interpretación de los poemas homéricos para intentar conocer mejor a través de ellos cómo pudo haber sido la organización social y cuáles los sistemas de valores propios de los siglos oscuros de la historia griega.

La tarea es extraordinariamente compleja. La Iliada y la Odisea fueron escritas en una época indeterminada, probablemente en el siglo VIII a.C. Los griegos atribuyeron ambas obras a Homero, autor del que apenas se sabe nada con certeza. En realidad, hoy sabemos que no fueron compuestas en una misma época, ni por una misma persona y que su origen fue oral. Se trataba de poemas que habían sido cantados por aedos desde una época bastante anterior a la de Homero. Éste y quizás otros autores los escribieron cuando se difundió el uso del alfabeto griego.

Aunque fijadas por escrito en los inicios de la Edad Arcaica, la Iliada y la Odisea reflejan probablemente la etapa final de la Edad Oscura griega (siglos X-IX a.C.) e incluyen referencias a un pasado aún más remoto de época micénica.

Figura 3: Busto de Homero. Museos Capilolinos.

 

La Iliada es una epopeya fantástica que tiene como protagonista a Aquiles y como trasfondo la guerra de Troya. Es imposible saber si este trasfondo en el que está ambientada la ficción fue real o estuvo basado en cierta porción de realidad y, por consiguiente, es imposible saber si existió dicha guerra y una ciudad llamada Troya. 

Heinrich Schliemann, sin embargo, no se planteó esta duda y llegó aún más lejos. La Arqueología en su época estaba dando sus primeros pasos y se consideraba una ciencia auxiliar de la Historia, útil en la medida en que permitía localizar lugares o autentificar datos contenidos en las fuentes literarias. Desde 1870 este arqueólogo alemán excavó en Hissarlik (Turquía) una ciudad antigua junto al estrecho de los Dardanelos que propuso identificar en su estrato VIIa con la Troya citada por Homero. Evidentemente tal identificación no es posible y debe contemplarse a lo sumo como un ejercicio de interpretación meramente teórico. 

Tanto la Iliada como la Odisea son obras reelaboradas por la tradición oral y escrita. Incluyen anacronismos, fruto del intento de los aedos de actualizar el relato y hacerlo comprensible a públicos de distintas épocas. 

Se trata además de obras sobre las que los griegos quisieron cimentar su pasado histórico, en gran medida inventándolo; de ahí el interés, pero también la dificultad de abordar la interpretación histórica de los textos homéricos.

Figura 4: Yacimiento arqueológico de Hissarlik, donde se localizan las ruinas que Heinrich Schliemann identificó con Troya.

C. EL MUNDO HOMÉRICO

Grecia en la Edad Oscura era un mundo de pequeños reinos. Junto al rey (basileus) se encontraba una nobleza de sangre: los mejores (aristoi). Éstos se atribuían a sí mismos ancestros divinos y mantenían lazos de solidaridad entre sí. Son los héroes en las obras de Homero.

La guerra entre reinos era frecuente. Se trataba de la actividad normal de la nobleza y una fuente de riqueza para el vencedor que se hacía con el botín, el cual podía incluir a mujeres capturadas. Aunque ya se empleaban ejércitos y flotas, la guerra aún se basaba en gran medida en combates caballerescos: los héroes luchaban a muerte cuerpo a cuerpo. En el combate se jugaban, además del botín, el honor y la gloria (véase el duelo entre Aquiles y Héctor).

Al margen de la élite social existían hombres libres y no libres. Los primeros acudían en gran número a la guerra (laos), pero carecían de protagonismo. Eran en su mayoría campesinos, sobre todo pastores. Los textos hablan también de demiurgos (“los que trabajan para el pueblo”), personas que tenían un oficio, tales como carpinteros, herreros, médicos o aedos. Finalmente, por debajo de todos los hombres libres se encontraban los thetes, trabajadores a sueldo carentes de propiedades.

El rey dirigía la guerra y, cuando lo estimaba oportuno, convocaba la asamblea del laos para conocer su opinión. La soberanía se fundamentaba en el prestigio del rey y en sus riquezas, en parte provenientes de acciones piráticas. La realeza no era hereditaria. El rey era sólo el mejor entre los aristoi y si se ausentaba podía ser reemplazado por otro noble valeroso (véase el caso de Ulises).

La base de la riqueza era la tierra, principalmente pastos. Salvo los thetes, todas las personas estaban ligadas a un oikos que funcionaba como una unidad económica casi autárquica. Ésta incluía la casa señorial con su tesoro (sobre todo copas, jarras y otros objetos de metales valiosos), además de las tierras y personas dependientes del señor. Los intercambios de bienes no se realizaban bajo la forma de comercio, sino de regalos recíprocos entre futuros esposos, huéspedes, parientes, aliados, etc. El regalo formaba parte de la sociabilidad.

La ideología del heroísmo se basaba en valores religiosos y sociales. El héroe debía respetar a los dioses y cumplir fielmente los rituales religiosos; debía también ganarse el reconocimiento social a través del valor en el combate, la gloria, la buena administración de su oikos y la generosidad para con sus huéspedes.

Figura 5: Duelo entre Aquiles y Héctor.

Botín y regalos de Agamenón

Díjole [a Néstor], a su vez, Agamenón, soberano de hombres: “En nada has mentido, anciano, al relatar mi ofuscación: me ofusqué, y tampoco yo lo niego. Por muchas huestes vale el hombre a quien Zeus ama en su corazón; así ahora ha satisfecho a ése y subyugado a la hueste aquea. Mas ya que me ofusqué por hacer caso de mis nocivos instintos, estoy dispuesto a repararlo y a darle inmensos rescates. Ante todos vosotros quiero enumerar mis muy ilustres regalos: siete trípodes no tocados por el fuego, diez talentos de oro, veinte fogueados calderos, doce caballos briosos, campeones, que se han alzado con triunfos en carreras. No carecería de recompensa el hombre que tuviera tantos bienes -ni se quedaría sin adquirir muy preciado oro- como premios a mí me han traído esos solípedos caballos. Le daré siete mujeres, expertas en intachables labores, lesbias, que cuando conquistó la bien edificada Lesbos para mí escogí, y que destacaban en belleza entre la raza de las mujeres. Ésas le daré y además estará la que entonces le quité, la muchacha de Briseo. Y también prestaré solemne juramento de no haber subido nunca a su lecho ni haberme unido a ella, como es ley humana entre hombres y mujeres. Todo eso lo podrá tener de inmediato. Y si más tarde los dioses nos conceden arrasar la gran ciudad de Príamo, que cargue sus naves de oro y bronce hasta que rebosen al presentarse cuando los aqueos repartamos el botín, y que él mismo escoja para sí las veinte mujeres troyanas que sean más bellas después de la argiva Helena. Y si luego llegáramos a la aquea Argos, ubre de la tierra, podría ser mi yerno. Lo honraré igual que a Orestes, mi hijo amado con ternura, que se cría con toda opulencia. Tres hijas tengo yo en mi bien claveteado palacio: Crisótemis, Laódica e Ifianasa; que sin dar regalo se lleve a la que quiera como esposa a la casa de Peleo. Además, yo le daré una dote muy grande, como nadie hasta ahora ha dotado a su hija. Y le daré siete fortalezas bien habitadas: Cardámila, Énope y la herbosa Hira, la muy divina Feras y Antea, de profundos pastizales, la bella Epea y Pédaso, rica en viñedos. Todas están próximas al mar, en los confines de la arenosa Pilo. En ellas habitan hombres ricos en corderos, ricos en bueyes, que seguramente lo honrarán con obsequios como a un dios y, sumisos bajo su cetro, cumplirán sus leyes prósperas. Esto es lo que llevaría a cabo en su favor si depone la ira. Que se deje subyugar –sólo Hades es implacable e indomable; por eso es para los mortales el más odiosos de todos los dioses- y que se someta a mí, por cuanto que soy rey en mayor grado y por cuanto que je jacto de ser en edad mayor”.

Homero, Ilíada, 9, 114-161

[Traducción de E. Crespo, Editorial Gredos, Barcelona, 2006]

D. EXPANSIÓN GRIEGA POR ASIA MENOR

En la Edad Oscura fueron comunes desplazamientos masivos de población, como el asentamiento de dorios en el Peloponeso, rememorado en el mito sobre «el retorno de los heráclidas».

Desde fines del siglo XI a.C. los griegos de Europa migraron y se establecieron en las costas de Asia Menor y en las islas del Mar Egeo. Los primeros asentamientos fueron pequeñas aldeas fortificadas situadas en penínsulas. Como resultado de estas migraciones se conformaron tres zonas con dialectos diferentes: Eólida, Jonia y Dórida.

 Figura 6: Dialectos en la antigua Grecia