1. Tema 6 - Práctica 2

Comentario sobre el motín del ejército de Alejandro Magno en Opis, a partir de las versiones de Arriano y Plutarco (este último sitúa los acontecimientos en Susa).

 

Texto 1

Una vez en Opis, Alejandro reunió a los macedonios para adelantarles que quedaba libre del servicio en el ejército todo aquel que por edad o mutilación corporal resultara inútil, para el servicio de armas, y que su intención era mandarles a cada cual a su pueblo. A los que se marcharan los iba a dotar de tal suerte, que al llegar a su casa fueran la envidia de los vecinos, y despertarían en los demás macedonios el interés por participar con Alejandro en el futuro en nuevos peligros y esfuerzos.

Alejandro decía esto para congraciarse con los macedonios, pero éstos, que veían que Alejandro los trataba ahora con menosprecio y los consideraba unos inútiles para la guerra, se consideraron, y con razón, dolidos por las palabras de Alejandro, al igual que antes lo habían estado durante la expedición en repetidas ocasiones; así les molestaba su vestimenta persa (pues ello representaba también el desprecio por todo lo macedonio) y el equipamiento de los Epígonos (al fin y al cabo unos bárbaros) a la usanza y con la panoplia macedonia; finalmente también les molestó la inclusión de jinetes de tribus bárbaras en los batallones de los Compañeros.

Ante todo esto no pudieron permanecer ya en silencio, sino que le rogaron les diera de baja a todos de su ejército, y que organizara nuevas expediciones con su padre (irónicamente aludían así a Amón). Al oír esto Alejandro (que por entonces estaba más cortante con los macedonios y no tan bien ·dispuesto ·para con ellos como antes, a causa de la veneración a que le habían acostumbrado los bárbaros), saltó del estrado en que estaba con sus oficiales y dio órdenes de que detuvieran a los cabecillas que habían soliviantado al resto del ejército, señalando él mismo con el dedo a sus hipaspistas a quiénes tenían que detener, en total trece hombres. Acto seguido dio órdenes de que éstos fueran ajusticiados. Todos los demás, atemorizados, guardaron profundo silencio, ante lo cual Alejandro subió de nuevo a la tribuna y les dijo lo siguiente. 

Arriano, Anábasis de Alejandro, 7.8

[Traducción de Antonio Guzmán Guerra, Editorial Gredos, Madrid, 1982]

 

Texto 2

Aquellos treinta mil niños [Epígonos] que Alejandro había dejado para que se ejercitaran e instruyeran se habían convertido en hombres de cuerpo valeroso y aspecto excelente y además daban pruebas en los entrenamientos de una destreza y agilidad extraordinarias. Su grado de preparación llenaba de satisfacción a Alejandro, pero a los macedonios les producía disgusto y temor de que el rey les tuviera a ellos mismos en menor consideración. Por eso, cuando licenció y mandó embarcar a los enfermos y mutilados, los macedonios proclamaron que era un insulto y un ultraje, después de haberse valido de aquellos hombres para todos los servicios, desecharlos ahora vergonzosamente y arrojarlos a sus patrias con sus padres, siendo así que no los había enrolado como ahora estaban. En consecuencia, le dijeron que dejara a todos y que considerase inútiles a todos los macedonios, teniendo como tenía a aquellos jovencitos bailarines de la pírrica [danza guerrera], con quienes podía ir a conquistar el orbe. Esta actitud indignó a Alejandro, que, en su cólera, los cubrió de insultos y expulsó y encomendó a los persas su seguridad y nombró entre éstos a sus guardias y maceros. Los macedonios, al verlo escoltado por esa gente, mientras que a ellos se les rechazaba e insultaba, se sintieron humillados, pero, después de deliberar, descubrieron que habían estado a punto de volverse locos de celos y cólera. Finalmente, recobraron el juicio y se encaminaron a la tienda del rey sin armas y con la simple túnica, entregándose a su voluntad entre gritos y gemidos y diciéndole que los tratara como a malvados y desagradecidos. Él no los recibió, aunque ya se había ablandado; pero ellos, en vez de retirarse, aguantaron así durante dos días con sus noches asediándole con sus lamentaciones e invocándole como soberano absoluto. Al tercer día salió y, al contemplarlos abatidos y dignos de piedad, estuvo llorando un buen rato; luego, tras censurarlos con blandura y dirigirse a ellos con tono amistoso licenció a los inútiles, obsequiándolos con largueza y escribiendo a Antípatro con las instrucciones precisas para que en todos los concursos y espectáculos teatrales tuvieran asiento preeminente y se sentaran en primera fila coronados, y dio una pensión a los hijos de los fallecidos que habían quedado huérfanos.

Plutarco, Vidas paralelas. Alejandro, 71

[Traducción de Emilio Crespo, Ediciones Cátedra, Madrid, 1999]