1. Tema 7- Práctica 1

Comentario de texto y disertación sobre Alejandría en época helenística. 

 

Alejandría en el siglo II

Después de tres jornadas de navegación arribamos a Alejandría. Nada más entrar por la puerta que llaman del Sol se me ofreció de inmediato la resplandeciente hermosura de la ciudad, que inundó mis ojos de placer. De un lado y de otro se extiende una recta hilera de columnas desde la Puerta del Sol hasta la de la Luna, pues ambos son los guardianes de las entradas de la ciudad. Estas columnas forman la línea media de la ciudad baja, Y hay largas avenidas que la atraviesan, por las que puede hacerse todo un viaje aun sin salir de la población. 

Avanzado que hube unos pocos estadios por la ciudad, llegué al lugar que toma el nombre de Alejandro y allí contemplé una segunda ciudad con su belleza dividida, pues una fila de columnas trazaba su eje principal y otra idéntica el transversal. Por más que mis miradas se repartían calle por calle, no saciaba mi ansia de ver y era incapaz de abarcar a la vez. Tal maravilla. Esto miraba; estaba a punto de ver lo otro, me apresuraba a contemplar aquello de más allá y me negaba a pasar de largo ante el resto. Lo que veía se adueñaba de mi mirada y tiraba de ella lo que aún esperaba ver. Y, así, dando vueltas por todas las calles y cautivo de una pasión insatisfecha por tal espectáculo, terminé por exclamar extenuado: “¡Ojos míos, estamos vencidos!”.

Vi dos cosas que llamaban la atención por su novedad y rareza: una rivalidad entre tamaño y belleza, un antagonismo entre gentío y ciudad, con el triunfo para ambos. Pues la una era mayor que un continente, el otro más numeroso que toda una nación. Si ponía mis ojos en la urbe, no creía que una población humana lograse llenarla; mas si contemplaba el gentío, me preguntaba pasmado si alguna ciudad tendría cabida para él. A tal extremo llegaba el equilibrio.

Precisamente quiso la suerte que tuviese lugar, entonces, la festividad del gran dios al que los griegos llaman Zeus y los egipcios Serapis. Y había también una procesión con antorchas, espectáculo este el más soberbio que he visto. Era el atardecer, a la hora en que el sol se ponía y la noche aún no llegaba: otro sol se alzaba, fragmentándose en minúsculas luminarias. El caso es que vi cómo una ciudad competía en belleza con el cielo. Y vi además a Zeus Miliquio y el templo de Zeus Celestial. Y habiendo dirigido una plegaria al gran dios con la súplica de que por fin cesaran nuestras calamidades, fuimos al alojamiento que Menelao nos había alquilado. Pero al parecer el dios no acogió favorablemente nuestros ruegos. Por el contrario la Fortuna nos reservaba aún otra prueba. 

Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, 5.1-2

[Traducción de Máximo Brioso Sánchez y Emilio Crespo Güemes, Editorial Gredos, Madrid, 1982]