SABINO. EL SUJETO INVESTIGADOR

 

“Generalmente se presta poca atención, en los escritos sobre metodología, a las dificultades y trabas que surgen del lado del sujeto. Porque parecería entonces que sólo se trata de resolver los problemas que la misma complejidad del objeto plantea, pero asumiendo implícitamente que el sujeto investigador está libre de presentar por sí mismo un problema. Recomendamos por eso al lector la obra de Gastón Bachelard quien se ha preocupado esencialmente por ver los obstáculos epistemológicos que el mismo sujeto incorpora a su trabajo científico y que surgen de su psicología y de su formación ideológica.

Ahora bien, en cuanto a nuestra particular visión de las cualidades que todo investigador –principiante o no- requiere para desplegar un trabajo efectivo y de calidad, diremos claramente que el investigador no es una clase especial y diferente de hombre, con algo así como una ‘inspiración genial’ o cosa semejante. Por el contrario, aunque hayan existido y existan verdaderos superdotados que se ocupan de la ciencia, la mayoría de los buenos investigadores y muchos de los excelentes, no son otra cosa que hombres largamente educados en la disciplina de la ciencia, gente que se ‘ha hecho’ investigadora mediante la voluntad y el estudio y cuya tarea es la de ‘proponer teorías y ponerlas a prueba’.

Naturalmente, quienes poseen una inteligencia más brillante o una intuición más aguda tienen mayores posibilidades de alcanzar resultados de importancia. Pero eso no cierra las puertas a la mayoría de los que, día a día, van levantando el edificio de la ciencia. Y aun aquellos que tienen a su favor mayores dotes naturales no pueden escapar de esa necesidad de trabajar pacientemente, sistemáticamente, con perseverancia y continuidad, porque sin ello no es posible llegar a ningún resultado provechoso. Muchas investigaciones son lentas y dificultosas, plagadas de tareas tediosas y de inconvenientes que pueden producir el desánimo; sólo una firme determinación por conocer la verdad y exponerla, una voluntad sin desmayos orientada hacia esta tarea, nos convierte en un verdadero investigador.

Pero, complementándose con lo anterior, es necesario poseer y cultivar un espíritu libre, una mentalidad creadora y abierta a todas las posibilidades, porque el conocimiento científico se opone a toda actitud dogmática, y porque los hechos son muchas veces más fantásticos que cualquiera de nuestras expectativas. Sólo una inteligencia que duda de todo y se pregunte ante todo, una imaginación libre, nos preparan para construir teorías e hipótesis que muchas veces resultan verificadas por la realidad. Una síntesis entre un despiadado espíritu crítico y una imaginación sin trabas parece ser el modelo que nos ofrecen los más grandes científicos y pensadores de todos los tiempos.

Existen otras capacidades complementarias de importancia que no queremos dejar de mencionar: los conocimientos generales sobre muchas ramas del saber, la capacidad para trabajar en equipo, el placer siempre presente por conocer, el entrenamiento en la lectura sistemática, crítica y cuidadosa, etc., son cualidades

valiosas que todo estudioso debe cultivar y tratar de desarrollar en sí mismo. Por último diremos que la experiencia práctica en la misma acción investigadora resulta una ayuda importantísima, por lo que nunca debemos abandonar este campo apresuradamente sino insistir en él hasta llegar a convertirnos en auténticos y experimentados investigadores”.

 

Fuente: C. A. Sabino (1986), El proceso de investigación, Humanitas.